No pueden imaginarse lo que me gustan las películas pertenecientes al género fantástico, de ciencia-ficción, de terror, de serie B estadounidense, adscripciones todas ellas que se dan cita en “La acompañante”. En realidad, me chiflan todos los géneros por igual, incluso el más disparatado que imaginarse puedan, algo que supone una inmensa dicha y fortuna, pues me apasiona el CINE por encima de etiquetajes, aquel que me procura maravillosas y diversas sensaciones por encima de cualquier consideración.
Y en esta ocasión acabo de utilizar lo de estadounidense, porque algunos listillos dicen que americano es un término con el que se debería denominar a todo aquello que va desde Canadá hasta la Patagonia. No les falta razón, pero a continuación deberían ser más cuidadosos en aras a ese rigor que reclaman. Y que entonces tampoco a los lugareños del país de las barras y estrellas los denominen yanquis, pues no deja de referirse fraccionadamente a los vencedores de una guerra civil. Es como si a los españoles en vez de dirigirse a nosotros como tales, se hiciera como nacionales. Si nos ponemos tan propios, pongámonoslo así con todo.
El caso es que escribo estas líneas al día siguiente de la ceremonia de los Goya que, en una gran temporada para nuestra industria ha premiado en general según lo previsto. Lo único incomprensible para mí fue el hecho de esa concesión a la mejor dirección a Pol Rodríguez e Iñaki Lacuesta por la pesadísima “Segundo premio”. El cine de este último siempre se me atraganta, me suele parecer vacuo y pretencioso. Qué le vamos a hacer. Y aclaro por si alguien quisiera hacer alguna malinterpretación, que me refiero exclusivamente a su obra, pues a él no tengo el gusto de conocerlo. Pero está claro que cuenta con un reconocimiento indiscutible por parte de sus propios compañeros que se me escapa.
Para mí (lo destaco muy en primera persona), aparte de los parlamentos de Salva Reina, Eduard Fernández y de Eduard Sola, el guionista de la destacable ”Casa en llamas” reivindicando a las madres, del reconocimiento a la estupenda “La estrella azul” o esa merecida concesión ex aequo a las francamente notables “El 47” y “La infiltrada”, lo mejor fue el gran, admirable y valiente discurso final de la productora de “La infiltrada” (13 nominaciones, finalmente dos incuestionables cabezones, uno de ellos el más importante aunque fuera compartido), la yunquerana María Luisa Gutiérrez, coproductora con Santiago Segura de esas comedias familiares que no me suelen gustar, pero que tan necesarias resultan para la buena salud de la industria. Precisamente por su reivindicación de los productores independientes, del abandono que sufren los agricultores españoles y de la reclamación de la memoria histórica más reciente referida al horror etarra, me parecieron de un coraje del todo plausible sus palabras ejemplarmente expuestas. Dichas sobre todo en un entorno no dado a estos puntos de vista. En esto consiste la libertad de expresión.
Me dio la sensación de que descolocó a un personal en el que detecto muchísimo sectarismo y que suele casi siempre mostrar un posicionamiento de pensamiento único. Porque estoy esperando a que alguien en un evento tan sumamente reivindicativo, denuncie la situación de las mujeres en Afganistán e Irán; al sanguinario, imperialista y genocida Putin con el que se posicionan absolutamente todos los regímenes comunistas que todavía quedan en el mundo (y sumo también, ya saben que los extremos se tocan, a individuos de opuesto color pero idéntico pelaje como el ya fallecido Berlusconi, Orban, Bolsonaro o su amigo golpista Donald Trump), al matarife coreano, a los tiranos Maduro y Ortega o al detestable régimen autocrático iraní. De lo de Ucrania ni hablar para ellos, pues para algunos es posible que suponga una simple confrontación de la que tienen “culpa” los ucranianos por dejarse invadir y masacrar. Ya saben, las injusticias solo lo son si las cometen Estados Unidos, Israel y Gran Bretaña. Alucinante.
Suscribo todas las críticas a las dictaduras de extrema derecha que se suelen hacer en este evento o en otros parecidos, pero alguna vez me gustaría que se tuviera también en cuenta un pequeño recuerdo para las de extrema izquierda, que resultan un peligro -de hecho, vienen siéndolo desde hace tiempo- tan terrible como el de aquellas (o acaso ya hemos olvidado la historia del siglo XX).
Flipé con la timorata respuesta, los tímidos aplausos de los asistentes cuando María Luisa compartió el premio con la familia Ordóñez y con la Fundación Víctimas del Terrorismo COVITE. Supongo que María Luisa debió tocar las narices. Y como todo ello lo soltó en las postrimerías de la gala tal vez fuera esa una de las causas por las que no haya tenido el eco esperado, o a lo mejor, no se le ha querido darle excesiva publicidad intencionadamente.
Disculpen este aparte (todo está interconectado en este mundo), pero aparte de parecerme obligado, puesto que llevaba ya unos años sin hacer mis habituales reflexiones sobre la gran fiesta de nuestra cinematografía, he querido aprovechar esta cita semanal para apostillar alguna cosilla.
Voy ya a lo que aquí me trae preferentemente ante ustedes. Y apelando al enunciado, qué gustazo da cuando uno accede a una sala y se da de bruces con una propuesta de la que carecía de apenas información, que supone el debut de su director en el campo del largometraje (el estadounidense Drew Hancock, eficacísimo en su cometido), tan francamente grata y placentera mientras discurre y que acaba resultándome, tal como vengo a destacar en su subtítulo… verdaderamente sorprendente, o relativamente como matizo. Siempre dentro de esos parámetros y territorios a los que aludía al comienzo de mi crítica… o como prefieran denominarla.
Y aunque la mayoría de las veces que me voy por los cerros de Úbeda en mis reseñas suele estar motivado porque la película de la que tengo que hablar no me gusta, ya que no disfruto nada despellejando lo creado por otros y que a otros es posible que satisfaga, esta vez no solo este es el motivo de haber introducido el asunto de los Goyas, sino que ante una historia de estas características es obligado ir con pies de plomo para no chafarles su intríngulis, es decir, contar poco. Como será la cosa, que incluso me niego a evocar obras coetáneas o referentes de parecida temática que bien les pudiera dar una pista. Y conste que soy consciente de que tantos de mis colegas vienen reventando no ya solo los desenlaces, sino que destripan completamente los argumentos, por no hablar ya de los tráilers que lo descubren todo, incluidos finales.
Lo que sí me permitiré es señalar que la sustancia de “La acompañante” se basa en una realidad que ya tenemos aquí, a la mismísima vuelta de la esquina. También les informo que su parte final contiene un tramo de veinte minutos o media hora que es puro “slasher” (se hace obligado el anglicismo), sanguinolento, pero el cual no va en detrimento de lo anteriormente se ha expuesto, que desprende un aroma de suspense clásico que me resulta de lo más disfrutable. Incluso casi podría referirme a una estructura relativamente teatral que no es tal, y no solo porque la cámara se maneje con destreza en sus escasos exteriores, sino que resulta de lo más dinámica y cinematográfica sin -como suelo decir- hacer ostentación alguna.

Además, es mucho más elaborada y compleja de lo que a simple vista pueda parecer. Y transita por territorios que pueden suponer una terrible amenaza según el uso que hagamos, al fin y al cabo, como con cualquier otro aspecto o invento de la vida.
Por último, mencionar que todos los actores están muy convincentes en registros y matices nada fáciles (ese primer encuentro en el supermercado), que sus giros argumentales son pertinentes y están logrados y, que me lo paso entretenidísimo durante su hora y tres cuartos de metraje. Eso me parecen virtudes por sí mismas muy a tener en cuenta, creo que válidas para todos aquellos espectadores que no sean alérgicos a este tipo de relatos.
Su resolución final, ese terreno en el que tantos pinchan (y no por ser más o menos convencional), es francamente brillante.
PD: Otra aclaración. Cuando veo en una pantalla a Karla Sofía Gascón no la juzgo por lo que es o deja de ser, por lo que dice o no dice (eso lo hago en otros foros) sino estrictamente por lo que me genera su trabajo. Punto.