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´La chica de la aguja´… Horror embellecido

“La chica de la aguja”, producción danesa de 2024 nominada al Oscar a mejor película internacional
“La chica de la aguja”, producción danesa de 2024 nominada al Oscar a mejor película internacional
José Luis Vázquez
"Y sí, con todo lo terrible que pueda parecer, la crueldad puede ser artística. “La chica de la aguja” es una buena prueba de ello"

Tengo la suerte, siempre me ha “jactado” de ello, que ya desde muy chico, pongamos 7 u ocho años, veía y me fascinaban todo tipo de géneros, registros y tonos tanto en películas, libros, canciones como en series… junto a mis otrass grandes pasiones que siempre han sido el fútbol, el baloncesto y las chicas (desde mi inveterada alergia al compromiso).

Por ponerle una fecha más o menos concreta a parámetros tremendistas, o lo que se denomina actualmente como “true crimes” (crímenes auténticos, verdaderos, aunque los títulos que voy a citar a continuación fueran ficciones), mis primeros recuerdos televisivos se remiten a esa obra maestra de Fritz Lang titulada “M. El vampiro de Düsseldorf” (1931) y a una de aquellas entrañables telenovelas de varios y breves capítulos que nos ofrecía la Televisión Española en blanco y negro a comienzos de los setenta. En este caso una adaptación de la célebre “Crimen y castigo” interpretada por José Luis Pellicena, de la que recuerdo el tremendo recuerdo del asesinato de la usurera Ivánovna por parte del estudiante Raskólnivov (Dostoyevski habemus). Recuerdo igualmente con idéntica fascinación en dicho formato televisivo, adaptaciones entre otras de “El conde de Montecristo” con Pepe Martín (y el legendario Pedro Amalio López al frente de la realización), “Los tres mosqueteros” con Sancho Gracia o “El niño de la bola” con Juan Diego (en el año 77 en el Doncel ciudadrealeño durante un curso cinematográfico tuve la oportunidad de felicitarle por ello al propio y gran actor).

Viene este preámbulo evocador porque lo considero de lo más oportuno y en parte aclaratorio para presentar “La chica de la aguja”, producción danesa de 2024 nominada al Oscar a mejor película internacional, ya que cabe ser incluida dentro de los territorios anteriormente expuestos, pero a lo bestia.

Ofrece sordidez casi propia de época victoriana, “dickensiana”, aunque en realidad transcurre en una sofocante y asfixiante Copenhague de recién finalizada la Primera Guerra Mundial, esto es, el primer cuarto del siglo XX. Ofrece también monstruosidad de toda índole, tanto física como moral. Y ofrece una historia de ruindad sobre crímenes de bebés, mujeres supervivientes, violencia y miseria, mucha miseria también del tipo que ustedes quieran, pues la van a encontrar de todo pelaje y a granel.

Todo ello envuelto en una belleza formal restallante dentro de su oscuridad. Un blanco y negro subyugante, de lo más feroz y atroz, inspirado en el trabajo de talentosos fotógrafos de la prestigiosa agencia Magnum, lo cual ha vuelto a poner sobre el tapete uno de esos debates que, de vez en cuando, generan interminables reflexiones y discusiones. Del tipo de hasta qué punto se debe embellecer el espanto, el mal. Yo soy tajante al respecto y cuenta con mi bendición. Y ya no pienso volver a entrar en disputa alguna sobre algo que tengo claro, pues sobre mis gustos, tan solo mando yo.

Me apoyo en que entonces habría que echar por tierra una tradición que podría llevarme, por ponerme un tanto extremo, hasta los clásicos griegos y los martirologios de la mismísima Biblia, ese libro fundamental que tiene de todo. Pero por ceñirme a tiempos más relativamente recientes y que entroncan estéticamente con la obra que aquí me ocupa, ahí están las magistrales “La parada de los monstruos” (pura poesía del horror) y “El hombre elefante”. O yéndome a la literatura esa fundacional “A sangre fría” de Truman Capote… que ha tenido su prolongación en la actualidad con la novela “El odio” que tiene como protagonista a ese execrable psicópata y asesino de niños llamado José Bretón.

No se vea en esta manifestación afección por mi parte hacia el morbo, sino más bien innata y permanente curiosidad -y no es un eufemismo, lo aseguro- por todo lo que comporta y conlleva nuestra especie, el ser humano, por todas las facetas de la existencia, aunque a mí me hagan mucho más feliz las historias de amor, las comedias y los westerns clásicos (pero también me encanta el “noir”, el negro, que no deja de ser una manifestación de las vilezas humanas y las tripas de las sociedades). No puedo ni quiero evitarlo. Evidentemente no me solazo en modo alguno, sino que las más de las veces me quedo aterrorizado, pasmado, sobrecogido ante lo que podemos ser capaces de hacer, como es el caso. Y sí, con todo lo terrible que pueda parecer, la crueldad puede ser artística. “La chica de la aguja” es una buena prueba de ello.

Ofrece sordidez casi propia de época victoriana, “dickensiana”, aunque en realidad transcurre en una sofocante y asfixiante Copenhague de recién finalizada la Primera Guerra Mundial
Ofrece sordidez casi propia de época victoriana, “dickensiana”, aunque en realidad transcurre en una sofocante y asfixiante Copenhague de recién finalizada la Primera Guerra Mundial

Apoyado en dos interpretaciones secas, cortantes, de las que dejan sin respiración, de Victoria Carmen Sonnel y Trine Dyrholm, tanto por esa utilización imponente del blanco y negro (un tratamiento cuasi expresionista), por sus fuera de campo, por esa ambientación lacerante de callejones angostos, por la brillante utilización del formato cuadrado o por la capacidad que tiene para mostrarnos nuestras zonas más sombrías, y también por algunos apartes fugazmente luminosos (incluso alguno tierno en la relación entre la protagonista y ese marido salvajemente deformado), es por todo ello y por varias cuestiones más que ahora me dejo a propósito en el tintero, por lo que me gana para la causa esta manifestación de lo despreciables que pueden ser nuestros congéneres que pululan o han pululado por este planeta.

Implícitamente se hace una reflexión sobre las miserias de una sociedad concreta, extensiva a cualquier otra de la época o el lugar que sea.

El sueco polaco (de Gotemburgo) Magnus van Horn, pese a ser despachado con cierto desprecio como un representante de cierto cine de la crueldad con pretensiones artísticas, ha llevado a cabo un excelente trabajo. No sé qué nos podrá deparar en el futuro, pero a mí en esta ocasión me ha ganado para su horrenda y estremecedora causa fílmica.

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