
El 19 de mayo del pasado año, el astrónomo aficionado japonés Koichi Itagaki, descubrió en la galaxia Messier 101 la explosión de una supernova, el último suspiro de una estrella gigante. El evento se produjo a una distancia de 21 millones de años luz en la constelación de la Osa Mayor. Nadie puede predecir cuándo ni dónde explotará la próxima estrella, por eso, muchísimos astrónomos aficionados ponen en marcha sus equipos a la llegada del crepúsculo vespertino en busca de estos faros cósmicos. Por su parte, los observatorios profesionales hacen lo propio con estaciones automáticas que rastrean el cielo nocturno en busca de estallidos inesperados. Normalmente las supernovas las encontramos en galaxias lejanas, y típicamente sólo una supernova por siglo puede observarse en nuestra Vía Láctea. Las imágenes que presentamos para esta quincena corresponden a la galaxia Messier 101, también conocida como la galaxia del molinete por su forma. La primera se hizo antes de la explosión de SN2023ixf y la segunda algunos días después. El observatorio astronómico del INEI-UCLM, contribuye activamente en las campañas de explosiones de supernova durante todas las noches despejadas, enviando medidas de fotometría diferencial a un centro gestor de datos. De allí parten las curvas de luz que ayudarán a los astrofísicos a caracterizar la naturaleza de dichas explosiones.
Las galaxias
Las galaxias son sistemas compuestos por estrellas, materia interestelar, (nubes de gas y polvo), cuerpos menores y restos de estrellas unidos por la gravedad. Hasta la década de 1920 se pensaba que las galaxias eran nebulosas pertenecientes a nuestra Vía Láctea sin embargo, pronto pudo demostrarse que se trataba de objetos muchísimo más alejados y totalmente independientes. El astrónomo estadounidense Edwin Hubble y el matemático belga George Lemaître determinaron que las galaxias se alejan entre sítanto más rápido cuanto más lejos están de nosotros. Esto por otro lado llevó a la teoría del Big-Bang.
¿Y qué pintan aquí las explosiones de supernova?
Pues que ciertas supernovas, concretamente las de tipo Ia (uno a), se comportan igual independientemente de la distancia a la que se encuentren, siempre emiten la misma potencia al explotar. Como ejemplo, pongamos que tenemos varias bombillas encendidas con una potencia de 100W colocadas a distancias diferentes unas de otras: las más lejanas las vemos menos brillantes. Se establece entonces una relación distancia-luminosidad que convierte a las supernovas en faros cósmicos mediante los cuales puede calcularse la distancia a las galaxias albergadoras, es decir, la galaxia progenitora de la estrella que explota al final de su vida.
Gracias a estos eventos tan energéticos, el espacio interestelar está lleno de restos de estrellas convertidos en remanentes de supernova. La gravedad, convertirá muchas veces estas nebulosas en nuevos sistemas protoestelares, que formarán estrellas de segunda generación como nuestro Sol; con planetas, lunas, asteroides y cometas. Quien sabe cuántos planetas telúricos o rocosos (“Tierras”) habrá con condiciones de albergar vida esparcidos por los brazos espirales de las galaxias. Necesariamente las supernovas y la vida están unidas.
Fotografías obtenidas por Ramón Sobrino Muñoz, responsable del observatorio astronómico del INEI (UCLM).