No es esta una mirada habitual a la terrible cuestión de la agresión sexual, de la violación. Ni es complaciente, ni es convencional si como tal se entiende su significante usual, ni mucho menos manipuladora de sentimientos. Es personal, muy personal, pues su debutante directora, Gemma Blasco, ha afirmado que este proyecto surge como “una venganza creativa” tras haber padecido una experiencia similar con 18 años, justo antes de ponerse a estudiar cine. En cualquier caso, los sentimientos ante algo tan terrible deben ser tan diversos como personas afectadas por ello.
Que suponga una mirada inhabitual no necesariamente tiene que ir aparejado a excelencia artística. Porque “La furia” es una inmersión de indudable interés a la hora de mostrar la reacción de quien ha sido violentada, pero ello no impide que me resulte un tanto fatigosa e incómoda, y ya no por la cuestión a tratar sino por su manera de estar contada.
Me refiero a esa cámara en mano al estilo de los hermanos Dardenne o de la agotadora “La herida”, algunas escenas de vísceras que me chirrían y el personaje de ese hermano con el que entiendo se quiere plasmar cierta masculinidad tóxica y sobreprotectora, pero que lo que consigue es que me parezca cargante y excesivo. Y ya, ya sé que Àlex Monner lleva a cabo lo que se la ha requerido, pero en este caso he de admitir que me crispa.

En cambio, a su favor considero un acierto la manera que tiene de resolver el ataque sexual, ese fundido en negro, que lo es a su vez el de Álex, pues es la inevitable oscuridad la que la invadirá a continuación durante su traumático proceso. Igualmente, la manera por la que acaba reconociendo a su agresor llama mi atención. Y valoro el hecho de que se deje claro, muy claro, que solo la atacada y nadie más que ella tiene el derecho a exteriorizar cómo y cuándo quiera su sufrimiento, su rabia y dolor. También queda patente el que en tantas ocasiones no sean verdaderamente escuchadas -o lo hagan de manera errática… y vuelvo al hermano- por su entorno más cercano.
Todo esto es canalizado fundamentalmente a través del arte, de la representación teatral que lleva a cabo de una Medea catalizadora de la ira contenida (la frase evocada a propósito no puede ser más reveladora: “De todas las criaturas que tienen menta y alma no hay especie más mísera que la de las mujeres”), pues el desgarro es una de las virtudes de su principal intérprete, una a la vez sobria y tremenda en sus silencios Ángela Cervantes, capaz de manejar diferentes registros con sutil intensidad. Agradezco que no recurra a efectismos o aspavientos, o no al menos más de los necesarios. Me parece con diferencia lo mejor de esta función.
Y entiendo, pues a mí me ha pasado, que esa opción de la “rabia silenciada” como certeramente la ha descrito el colega Blai Morell, pueda generar desazón. De ahí que vuelva al comienzo de esta reseña y a ese no recurrir a contar las cosas pulsando emociones básicas. Era una apuesta arriesgada la de su creadora y ni mucho menos sale mal parada, pero he de reconocer que no es de esas películas que esté deseando volver a ver en un futuro inmediato, e insisto, no tanto por su contenido sino porque su narrativa me distancia un tanto.
En un breve acompañamiento y refuerzo siempre me resulta grato reencontrarme con aquella ya lejana cría de expresivos ojos de “El espíritu de la colmena”, Ana Torrent, haciendo gala de una serena y espléndida madurez.
Por supuesto, quiero dejar claro que ni mucho menos estamos ante una obra de tesis, sino más bien todo lo contrario con todos los pros y contras que de ello se pueda derivar.

Y aunque salgo del cine abatido he de admitir que no me deja una huella especial, y no ya por lo que me haya podido transmitir o por lo mostrado (o no, sus elipsis no funcionan mal), sino por su aspereza, su aridez y por cierta premiosidad a la hora de exponer lo que expone, ese fuego lento señalado por otros y que a mí me genera pesadez. Aunque supongo que es precisamente lo que ha pretendido en buena medida su responsable, transmitir algo que no es fácil, la angustia interior. He de reconocer que formalmente me resulta “antipático” y que no logro conectar todo lo que quisiera, pese a esa descomunal actuación reseñada que entiendo perfectamente haya sido reconocida como la mejor en el Festival de Málaga.