Para quien esto firma “La lengua de las mariposas” es la obra maestra del albaceteño José Luis Cuerda, junto con “El bosque animado”. Ambas localizadas en entornos galaicos tan sumamente queridos por mí, una de cuyas aldeas, Gomariz, perteneciente al concello de Leiro (Orense) fue uno de los lugares de residencia habituales del cineasta, rodeado de viñedos de su propiedad, en el mejor y más modesto estilo Coppola.
Tras este obligado preámbulo, voy al grano. Inspirada en una serie de cuentos del escritor coruñés Manuel Rivas, su acción está centrada en los años 30 del pasado siglo, en plena República. Lo sustancial de la historia gira sobre la relación entablada entre un viejo profesor de ideas abiertas y sus alumnos, en concreto un vivaz crío de 8 años.

El tacto y la sensibilidad aquí desplegada, al igual que una ambientación -física, moral- que recoge perfectamente la temperatura del momento y lo que se estaba larvando, la inminente contienda civil y el golpe franquista, son algunos de los muchos aciertos de este primoroso relato costumbrista.
De imágenes muy elaboradas, visualmente arrebatadoras, gracias a una gran y luminosa fotografía de Javier Salmones, uno de sus sustentos primordiales reside en un guion de hierro del más grande escritor cinematográfico que ha habitado y que hemos tenido jamás en suelo patrio, el riojano Rafael Azcona, que aquí se permitió muchas menos licencias humorísticas de lo que era habitual en su obra, para centrarse en el conmovedor dramatismo hervido en sus entrañas.
Todo un ejemplo de cine poético y humanista de primera que no huele en ningún momento a naftalina, ni tan siquiera a sectario, porque a poco que se le hubiera ido de las manos a sus creadores el tono elegido, el ridículo o el exceso podría haber campado a sus anchas. Esa frontera, la de alcanzar un estadio u otro, a veces es una línea divisoria frágil, difusa y fácilmente traspasable. Y es que se puede llegar a lo sublime o a lo inaguantable por un quítame allá ciertos trazos gruesos o tonalidad.
Cuenta con uno de los finales más emocionantes que ha ofrecido el cine español en toda su historia. De una tristeza y dureza brutales… en lo que a carga psicológica y dramática se refiere.

Extraordinario, como siempre, Fernando Fernán-Gómez y de lo más desenvuelto el debutante crío Manuel Lozano. Junto a ellos, una pléyade de actores de reparto irreprochables, destacando varios del terruño, como Uxía Blanco o Celso Bugallo.
Inolvidable. Y para un gallego de pro como el que esto firma, que les voy a contar, indistintamente de posicionamientos políticos, o por encima de ellos, pues la tolerancia jamás debería entender de banderas… a un lado y a otro. Y lo que es justo lo es, indistintamente de Agamenón y su porquero.