Don Quijote acaba con problemas mentales por su intensiva lectura de libros de caballería. “Los ratos que estaba ocioso -que eran los más del año- se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aún la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto…”
Se admira cuando lee los escritos de Feliciano de Silva. “La razón de la sinrazón que a mí razón se hace. De tal manera que mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”. Y así de mucho leer, dice Cervantes, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio (el mental se entiende, no el pleito). Leer sentencias judiciales es casi tan perjudicial como leer libros de caballerías en otros tiempos.
En estos días se producen sentencias diversas que tienen argumentaciones realmente curiosas sobre el honor de las personas, el derecho a la información, las actuaciones de los políticos y cosas similares. Dice una de las sentencias que se trata del conflicto entre el derecho a la libertad de expresión y el derecho al honor, distinguiendo entre la libertad de expresión que emite juicios, creencias, pensamientos y opiniones de carácter personal y subjetivo. El derecho al honor se encuentra limitado por las libertades de expresión e información y el conflicto entre ambos debe ser resuelto mediante “técnicas de ponderación”.
La libertad de expresión dice, citando al Supremo, que comprende la crítica de la conducta de otra, aun cuando sea desabrida y pueda molestar, inquietar o disgustar a aquel contra quien se dirige. Y por ello cuando al que se ataca es militante de un partido, y se está en período electoral se entiende que se le pueda decir casi cualquier cosa sin atentar contra su honor porque los políticos son gente mala y si se piensa mal casi seguro se acierta.
Aquí, cuando deja de citar al Supremo, la sentencia desvaría y pierde calidad, hay que reconocerlo, en demérito del señor juez de Coslada. La ponderación parece escorarse rápidamente por pendientes determinadas, dicho sea con el mayor de los respetos.
La otra sentencia de Ciudad Real vuelve a “ponderar” los derechos al honor y a la libertad de expresión. Y considera en esa ponderación que los insultos que se vierten en un panfleto publicado, sin firma ni referencia, son fruto de la libertad de expresión mientras que las opiniones que se vierten en un mitin sobre la participación de una persona en determinados hechos y sus pensamientos políticos se ponderan como atentados contra el honor de esa persona.
El pasquín o panfleto tiene un encargante anónimo que es imposible conocer y que sigue sin desvelarse siendo el ofendido en su honor simplemente ejecutor de la impresión y distribución. La verdad es que los criterios de ponderación de este difícil equilibro entre la libertad de expresión y el derecho al honor son complejos. Las citas de referencia de la doctrina del Supremo se repiten una y otra vez. Pero la balanza de la ponderación se inclina curiosamente en determinadas direcciones, en reiteradas ocasiones.
Cuando se producen acusaciones contra un alcalde que resultan ser falsas (otra nueva sentencia) no debería exigirse la reparación del honor dañado y las indemninzaciones pertinentes por ello?. Reconozco que leer sentencias, para los profanos, resulta un ejercicio duro que puede llevar a desvaríos como a don Quijote. Después de las argumentaciones, citas de sentencias anteriores hay un momento de salto en el vacío en el que se opta por una solución que tiene mucho de subjetiva, de decisión personal en la que aparecen las opciones personales y los criterios particulares de cada sala.
Y las ponderaciones inclinan la balanza casi siempre, curiosamente, en determinadas direcciones. Probablemente un buen consejo es el que hace Cervantes en su presentación del Quijote cuando dice al lector que considere el libro como considere oportuno porque “estás en tu casa, donde eres señor de ella, como el rey de sus alcabalas y sabes lo que comúnmente se dice , que “debajo de mi manto, al rey mato”, todo lo cual te exenta y hace libre de todo respeto y obligación, y, así puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella”.
Pero las sentencias tienen consecuencias en las personas y en la sociedad en la que vivimos y por ello resulta descorazonador leer decisiones judiciales con conclusiones tan diferentes según quien sea el afectado, a quien se considere herido en su honor y quien exprese libremente sus opiniones. La fe en la justicia es ciega pero la razón produce monstruos que diría don Francisco en sus Caprichos.