La mejor manera de rendir tributo al cineasta autóctono Miguel Picazo es remitirse a su primer largometraje fechado en 1964, un título verdaderamente fundamental de nuestro cine y perfectamente descriptivo de la España de la época.
Este excepcional desembarco de uno de los máximos exponentes de aquel invento no cuajado del todo, pero esperanzador, denominado Cine Español, continúa resultándome hoy en día deslumbrante. Pocas veces se ha producido un debut, incluyendo los de cualquier otro punto geográfico, de tan extraordinaria factura y calidad. Me parece una película perfecta, de un rigor dramático, solidez formal y sobriedad narrativa verdaderamente ejemplar, admirable.
Muy innovadora en su contenido, sobre todo dado lo que se estilaba por estos pagos pues, aunque ya contábamos con magníficos profesionales en la industria que la estaban sacando adelante con gran esfuerzo, cual Quijotes peleando con enormes molinos de viento industriales y censuradores, pocos o apenas ninguno con la inquietud intelectual, rupturista y la capacitación técnica como las aquí desplegadas por el cineasta jiennense. Y conste que hace tiempo que llevo entonando el mea culpa, pues durante el franquismo se hicieron grandísimas producciones de todo tipo, signo y condición. Es hora de llevar a cabo una justísima reivindicación.
Pero “La tía Tula” en concreto, constituye un estremecedor cruce entre drama y documento sociológico, una radiografía en toda regla acerca de las penurias de una sociedad gobernada por una moralidad impuesta e hipócrita. Supuso y continúa, continuará suponiendo un análisis, o si prefieren, una disección sutilmente punzante de la situación de la mujer del momento en aquella España todavía en blanco y negro. De cómo le era reprimida su sexualidad provocando en ellas mismas el freno y la auto censura, mediante un ambiente, un sistema represivo y ranciamente moralinoso.
También posee plena validez como un profundo retrato psicológico y social de una opresiva ciudad de provincias, en la que la religión y un régimen cómplice reprimían el impulso más natural y universal del ser humano.
Tula, encarnada sensacional y sorprendentemente por la gran dama del engolamiento y el cartón piedra de tiempos pasados, Aurora Bautista, es una mujer que se debate entre sus verdaderos deseos y lo que su entorno dicta. Está magníficamente expuesto ese debate interno que sufre. Hay una secuencia de acoso y casi derribo por parte de su cuñado, que ilustra a las mil maravillas su asfixiante situación.

Si Miguel de Unamuno ya había pergeñado la base, el sustrato fundamental de este personaje, la cámara de Picazo cinceló adecuadamente su dramatismo y el de quienes rodean al personaje principal, especialmente Ramiro, un convincente Carlos Estrada, fervientemente enamorado de su cuñada y ahíto de un entendible deseo.
Todo un terremoto en la España de la época. Con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, creo que fue uno de los mejores goles que se metieron a la censura. Lástima que su director solo volviera a ponerse tras las cámaras cinco veces, bajando un tanto el casi insuperable nivel, con la excepción de la fallida, insólita y recortadísima “Oscuros sueños de agosto”.
“La tía Tula” es una de mis treinta películas favoritas de la historia del cine patrio, junto a “Nunca pasa nada”, “Plácido”, “El Sur”, “Calabuch”, “El cebo”, “Calle Mayor” “Mi tío Jacinto”, “El viaje a ninguna parte”, “El mundo sigue”, “El extraño viaje”, “El laberinto del fauno”, “La torre de los siete jorobados”, “La isla mínima”, “Historias de la radio”, “La niña de luto”, “Atraco a las tres”, “La gran familia”, “Los santos inocentes”, “La comunidad”, “Secretos del corazón”, “Que Dios nos perdone”, “Del rosa al amarillo”, “As bestas”, “Cría cuervos”, “You´re the one (Una historia de entonces)”, “Dolor y gloria”, “Robot dreams”, “El año de las luces”, “La colmena” y “Mi querida señorita”. Por supuesto, si pasado me preguntaran o tuviera que volver a citarlas, seguramente añadiría otras, aunque esta base casi resulta inamovible.