Comencé de una manera profesional en esto de la crítica de películas en las primeras estribaciones de 1984, colaborando en Antena 3 Radio y en el -justamente proclamado Ciudadano Ejemplar- diario Lanza, el periódico decano de la provincia. Un año después escribía también mis primeros artículos en la revista Mancha de la Diputación ciudadrealeña. Fue aquí donde comencé a elaborar mis primeros listados de los mejores estrenos de cada temporada.
En aquella primera terna creo recordar que entre mis 20 favoritos incluí “Calles de fuego”, “Gremlins”, “Los Goonies”, “Lady Halcón”, “Érase una vez en América” e “Indiana Jones y el templo maldito”. Tan solo un par de años antes ya había seleccionado para mis adentros otros tres incontestables, “Blade runner”, “El precio del poder” y “E. T. El extraterrestre”. Añado otros dos más posteriores -qué década la de los ochenta y qué cosechas proporcionó, como casi siempre procedentes de los USA- de 1986, “Cuenta conmigo” y “Los intocables de Eliot Ness”. He tirado de memoria, la cual últimamente es posible que me traicione en algunas ocasiones (el paso del tiempo es implacable). El caso es que añadiría decenas, centenas más, pero no es cuestión abrumarles.
Otro título que también estuvo presente entre mis preferidos de aquella estupenda añada y que es el que me ocupa en esta reseña, fue “Máscara” de Peter Bogdanovich. Deudor de una obra maestra de 1980, “El hombre elefante” que, aunque nada tiene que ver ni en lo estilístico ni tan siquiera en la fotografía en blanco y negro de aquella, sí tienen como punto de unión su denuncia de la discriminación a quien la naturaleza ha otorgado alguna deformación física, la acromegalia en este caso (una enfermedad crónica que se caracteriza por un aumento de alguno de los rasgos del ser humano, la cara en este caso… disculpen la inexactitud de la definición al no ser experto en la materia), la neurofibromatosis en aquel firmado por David Lynch.
Lo logrado por el director en esta verdadera maravilla fue llevado a cabo desde un punto de vista admirablemente contenido y nada sensacionalista. Como bien señaló el colega Luis Martínez, “evita el melodrama con pudor y respeto”.
Bogdanovich, no se olvide, ha sido y sigue siendo (al final de su carrera mucho más espaciadamente y en bastante peores condiciones económicas, y eso que jamás fue un profesional de grandes presupuestos, más bien lo contrario) amén de un cinéfilo y crítico de cine ejemplar, un cineasta mayúsculo en varias ocasiones (“The last picture show/La última película”, “Luna de papel”, “¿Qué me pasa, doctor?”, “Saint Jack, el rey de Singapur”) descomunal, a la altura de sus referentes y admiradísimos maestros (Hawks, Ford).
Triste, paradójicamente, “Máscara” supuso en su carrera el punto de inflexión que le conduciría a una paulatina pérdida de confianza tanto de productores como de espectadores. De estos ejemplos hay muchos en la historia del cine, en la del hollywoodiense en particular, algo que tantas veces me ha resultado incomprensible. Al menos él todavía regalaría “delicatesen” como la encantadora -supondría la «despedida» del cine como actriz principal de mi adorada Audrey Hepburn- “Todos rieron”, “Texasville” (continuación en color de “La última película”), “¡Qué ruina de función!”, “Esa cosa llamada amor” o el espléndido documental “El gran Buster”, incluso las postreras “El maullido del gato” y “Lío en Broadway”.
El caso es que manejando un reparto perfectamente medido (nada que ver lo que ha hecho Cher con sus a veces divertidos divismos, aunque por aquellas fechas no se olvide que fue también la protagonista de la preciosa y magistral comedia romántica “Hechizo de luna” con Nicolas Cage), consigue, al menos en mi caso, sumergirme en una historia de lo más delicada a base de grandes dosis de tacto y sensibilidad.
Entiendo perfectamente al chaval, Rocky, en su nada llorona desolación y admiro el humor con el que encara su nada fácil situación. Y me gusta mucho lo de las chinchetas que va clavando en el mapa. Me encanta esa chica afectuosa y comprensiva, encarnada por una todavía pipiola Laura Dern. Me resultan admirables esa madre luchadora, corajuda, protectora sin empacho y su pareja, un fenomenal Sam Elliott, un “macarruzo” receptivo, con corazón.
La película, basada en hechos reales, respira en general un buen rollo nada afectado, ni ñoño, ni cursilón. Habla de lo peor y, sobre todo, de lo mejor de nosotros mismos. Es bonita a rabiar, de las que no tiene que apelar a golpes bajos para llegar al corazón. Lógicamente es inevitable que algunos de sus pasajes se vean salpicados de un sentimentalismo perfectamente comprensible y del todo asumible.
Obtuvo tan solo un Oscar, previsible y merecido, al maquillaje. Cher fue premiada en el Festival de Cannes como mejor actriz, e incluso estuvo en un tris de conseguir la Palma de Oro. Pero por encima de reconocimientos, es de las que pasan los años y ahí siguen, son de las que continúan quedando para disfrute y placer -eso espero- de nuevas generaciones que puedan descubrirla.
Y aunque no suelo ser precisamente afecto a los manuales de auto ayuda, sin por ello cuestionar que puedan servir a los demás, si tuviera que recomendar algo parecido para afrontar situaciones complicadas en la vida, sería sin duda “Máscara”. Y “Mejor… imposible”, “Despertares”, “Patch Adams”, “Hijos de un dios menor”, la anteriormente citada “El hombre elefante”, “El doctor”, “Wonder” y tantísimas más. Entre otras razones porque su pretensión no es dar la brasa ni soltar moralina, sino tan solo mostrar ciertas actitudes para encarar la vida, la adversidad, con toneladas de talento, encanto y gracia.
Una ejemplar muestra de una pura y genuina representación de la heroicidad cotidiana.