Aunque ya era talludito, aquella Navidad la encaré de manera diferente gracias a los sortilegios generados por una película única, diferente, genial… al igual que la personalidad de su impulsor y “alma mater”, Tim Burton. Ese milagro llevaba y llevará siempre como título “Pesadilla antes de Navidad (The nightmare before Christmas)”.
Me di por aquel entonces de bruces con una fantasía gótica deslumbrante, un cuento de horror apasionante y adictivo sobre el rey de calabazas, Jack Skellington, su singular relación con su amada, la delicada Sally, el émulo profesor Finkelsein y un reino, Halloween, rebosante de vitalidad. Una manera diferente de ver y contemplar esta festividad y la Navidad extrayendo belleza de la fealdad, luz de la oscuridad.
Un cuento de calabazas parlanchinas, esqueletos marchosos, adorables personajes con costurones y ojos como botones puestos al servicio de una historia repleta de inventiva e imaginación.
Sin duda, una obra cumbre -claro que luego vendría “La novia cadáver” que si me apuran casi incluso la supera- del cine poético de horror que entremezcla con espectacular talento parlamentos shakesperianos, el musical más tenebrosamente clásico, el melodrama dickensiano, los mitos del cine de la Universal, la estética expresionista y las historias invertidas sobre Santa Claus.
Supuso tres años de elaboración y la conjunción de una serie de talentos (por ejemplo, el imprescindible músico Danny Elfman) dando lo mejor de sí mismos, que era muchísimo. Y aunque su director, el que la firmase finalmente no fuera Burton, sino su estrecho colaborador Henry Selick, es inequívoco su sello en cada una de sus criaturas e imágenes. El del puro y genuino espíritu del mago de Burbank, el destilado en las igualmente asombrosas “Bitelchús”, “Eduardo Manostijeras”, la anteriormente citada “La novia cadáver” “Big fish” o “Frankenweenie” entre otras delicatessen. Rastrear similitudes es un ejercicio nada complicado.
El caso es que esta sofisticadísima producción capaz de alternar registros sentimentales y siniestros con idéntico entusiasmo, convicción y maestría, marcaría con toda justicia un hito en el género.
Hay épocas de nuestras vidas al que el celuloide le ha puesto hitos e impagables virutas de felicidad, este es uno de esos casos. Su permanente recuerdo y revisión jamás empalidecen, sino todo lo contrario, resplandecen continuamente, diría que ganan con el tiempo como las buenas añadas enológicas.
Si algún rezagado o niño que está despertando al cine, aún no la ha visto, que corra, vuele, que se plante ante la pantalla del televisor o de cualquier reposición en pantalla grande… entenderán mejor qué es eso de la magia del cine.