WeWork, Space, Impact Hub, The Cube, Campus… Más grandes y menos. Multinacionales y franquicias. Son marcas que constatan que la forma de trabajar ha cambiado y los que supieron verlo se han posicionado en uno de los sectores que está creciendo a pasos agigantados: los coworking, espacios de negocio en los que diferentes empresas de diferentes ramas trabajan en un mismo edificio. En España, hace tan solo unos años, decir que tu firma estaba ubicada en uno de estos espacios era un desdoro porque indicaba que no tenías suficientes recursos para tener su propio despacho. Hoy en día, ya es cool. Una tendencia que va al alza y que se acerca al millar de locales, distribuidos, fundamentalmente, entre Madrid y Barcelona, aunque ciudades como Sevilla, Zaragoza o Valencia también cuentan con estos centros de negocio que evolucionan según las necesidades de sus clientes.
Una moda, que vino para quedarse y por tanto ya no lo es, que se originó hace tan solo 13 años en San Francisco, cuando un programador decidió alquilar puestos de trabajo (mesas) por horas. Esa innovación, que provocó una transversalidad en el trabajo en sí mismo, requiere de una mente 360 capaz de anticiparse a los deseos de sus potenciales clientes y fue lo que vio hace 5 años la consultora venezolana, y afincada en España, Alejandra Ron-Pedrique.
A ella, la movilidad casi le venía de serie. No en vano ha vivido en Nueva York, Marsella, Barcelona…además de en su Venezuela natal. Haber residido en tantos sitios diferentes, de culturas dispares y hábitos distintos le ha hecho, como dice, adaptarse a lo que la vida le ha ido deparando en cada momento. Tal vez ahí radique parte del secreto de su éxito, la otra claramente viene marcada por un espíritu emprendedor indómito.
La historia de Alejandra viene a confirmar, como en cada una de las entregas de este blog, que una tiene llevar en su interior un deseo irrefrenable de ir más allá. De no quedarse en lo establecido, de afrontar el miedo con una dosis de prudencia y un puñado de arrojo y, sobre todo, de dar los pasos de la mejor manera posible, con seguridad y con la intención ya no de salirse del camino, sino de ampliarlo.
Porque, en caso contrario, cómo se entendería que una joven que estudió Derecho, haya terminado siendo CEO de un centro de negocios de 1.600 metros cuadrados en la capital de España y copresentadora de un programa de radio sobre emprendedores, además de blogger y networker convencida. Nada más lejos de la toga.
La historia empezó cuando se licenció y marchó a Nueva York a aprender inglés pero la ciudad le pareció tremendamente fría y no solo climatológicamente hablando, por lo que buscó otras latitudes y recaló en nuestro país, en concreto en la Universidad Complutense de Madrid. Acabar su máster y empezar Chavez a dar guerra en su país de origen fue todo uno.
Primeras señales de no retorno porque el militar metido a política conducía a su nación cuesta abajo y sin frenos y no era el mejor momento para volver. Y conoció al que hoy es su marido, un madrileño tan viajero como ella por motivos laborales.
Los mensajes que le llegaban desde el otro lado del Atlántico le seguían diciendo “ni se te ocurra regresar, estás estable. No vuelvas” y ahí la vida le llevó por otros derroteros no sin “ser difícil asimilar que no volvería a mi casa ni a mi país; me costó”. Hasta que se instalaron definitivamente en Madrid, pasaron varias ciudades, la gestión de un centro de negocios y la gerencia en otra, un embarazo y una sensación, una vez tuvo a su hijo, de que la casa se le caía encima y fue cuando, junto a un socio, se lanzó a montar Urban Lab. 1.600 metros orientados en un primer momento al coworking y evolucionados posteriormente a un centro más tradicionales que alberga a día de hoy 79 empresas y cuenta con varias salas de formación, reunión y celebración de eventos.
Contado así, en pocas líneas parece rápido y sencillo. A toro pasado, y años vividos, Alejandra recuerda que “nuestra inversión fue más alta porque no había ni suelo (se refiere al edificio que alberga su centro), inversión en informática, equipamiento, mobiliario, recepción…”. Y una vez que estaba listo para abrir las puertas, se recorrió todos los networkings habidos y por haber en Madrid para darse a conocer y “porque me encanta estar en la calle, me refresca”. Y la apuesta le funcionó. Hoy en día lo tienen todo cubierto.
Probablemente alguien, con eso que dicen de dos dedos de frente, se hubiera quedado ahí. Se habría dedicado a mantenerlo. Obviamente esa forma de pensar no entra en la cabeza de un empresario que busca las maneras de seguir creciendo, como el buen jugador que sabe que está en racha con la diferencia de que el azar en estos casos, apenas acto de presencia. La suerte, más bien, se trabaja.
El equipo humano
Alejandra habla muy rápido. En una suerte de desbordamiento controlado, las palabras salen disparadas y con ellas los pensamientos y las reflexiones. “Detrás de una empresa está el equipo humano, en mi caso es el que me respalda. Y he tenido aciertos y errores pero cuando montas un equipo coherente y cohesionado, llegas”. De todas formas, es que no para porque “porque hacemos encuestas de calidad entre nuestros clientes, analizamos todo. Estamos vendiendo siempre, de alguna manera”.
Y de repente, o más bien no, me lo vende. Me vende su centro de negocios y la imagino en un networking, una reunión de empresarios y autónomos, que se citan para conocerse y contarse lo que hacen unos y otros. La oigo relatarme “con todas las facilidades tecnológicas que hay, con todo el espacio que hay, me parece absurdo tener una oficina propia. ¿Qué sentido tiene que hagas un alquiler a largo plazo? Cuando te estabilices ya decides la opción que quieres porque (para trabajar) solo necesitas un teléfono móvil y un ordenador y puedes hacerlo desde cualquier sitio, y abaratas costes que tal vez revierta en el salario de los trabajadores”. Personalmente, a mí no tiene que convencerme pero eso no se lo digo y sigo su discurso que termina con la ubicación de su espacio de trabajo, un aspecto que podía haber sido un inconveniente (alejado del centro financiero) y terminó haciéndolo una virtud porque su cliente “es gente que viene en coche pero no quiere entrar a la ciudad”. Miel sobre hojuelas.
Y trabajando la suerte, esta empresaria se ha creado su propia página personal en la que mantiene un blog desde el que cuenta a emprendedores y pequeños empresarios lo que a ella le parece más interesante del sector. Y su última aventura, que va ya por su segunda temporada, es un programa de radio. Un directo semanal dirigido a su público y del que habla con términos propios de un profesional de la comunicación que me llama la atención, todo sea dicho. No le comento nada y me resuelve el misterio porque además de ser “una oportunidad maravillosa que me surgió y pensé que podía ser beneficioso para lo que hacía” al poco tiempo estaba produciendo un espacio radiofónico y para ello “me preparé con un coaching, busqué a una persona que me ayudara a preparar una escaleta, a producir un programa…”. Así, sin más.
Desde entonces, todos los lunes se sienta al micro, junto a sus compañeros Ángel Calvo y Cristina Álvarez. “No sigo un guión porque me resulta muy encorsetado y frío y porque siempre es una conversación entre amigos”. Así plantea las entrevistas, como una charla entre personas que tienen los mismos intereses, algo que “me ha enamorado porque me da la posibilidad de dar a conocer historias”. Lo cuenta con ilusión porque imagino que ya ha descubierto que la radio engancha pero también porque le ha abierto “una nueva vía de negocio para Urban”.
“La gente me dice que no paro, cuenta la empresaria, y es cierto. Pero también es la imagen que quiero transmitir. A mí me gusta prepararme, formarme. Y ahora estoy trabajando en la franquicia de Urban Lab, es el siguiente paso. Y seguir haciendo radio, siempre que pueda”. Un suma y sigue en toda regla. Sin ninguna duda.