Siempre hay uno para cada pleito, en todas las jurisdicciones posibles o lo que es lo mismo lo que el resto de los mortales entendemos como derecho administrativo, penal, laboral… A día de hoy, hay más mujeres licenciadas en Derecho que hombres aunque eso no quiere decir que estén en igualdad de condiciones respecto a sus colegas masculinos porque si hacemos un resumen rápido de la mujer en la historia del Derecho español, el resultado es desolador.
La primera mujer licenciada y colegiada fue la valenciana Ascensión Chirivella, allá por 1922. Aunque se cuenta que la gallega Concepción Arenal, algo más de medio siglo antes, acudió a la facultad de Derecho de la entonces Universidad Central de Madrid disfrazada de hombre hasta que la descubrieron y después de pasar un satisfactorio examen le permitieron asistir como oyente a las clases. Papel importante jugaron también Victoria Kent y Clara Campoamor. Primera mujer en vestir la toga la Kent, entre otros muchos logros, y batalladora en pro del sufragio femenino, la segunda.
Y tenemos que avanzar décadas en el siglo XX, concretamente hasta 1971 para que hubiera una notaría en España porque notarías había muchas pero no mujeres que las llevaran ni que trabajaran en ellas. Dos años después, por primera vez una mujer actuó como fiscal en un juicio. No fue hasta casi finales de siglo, en 1996, que nuestro país contó con una mujer al frente del Ministerio de Justicia. Y tan solo hace dos escasos años que la mujer alcanzó la presidencia del Consejo General de la Abogacía Española en la persona de Victoria Ortega.
Teniendo en cuenta que la primera manifestación jurídica impresa, el Código de Hammurabi, se remonta a 1.760 A.C., que los romanos perfeccionaron el Derecho hasta el punto que el nuestro bebe directamente del suyo, que la primera Universidad Europea, la de Bolonia, albergó una facultad de la materia que nos ocupa allá por el lejano siglo XI, hablamos de la nada desdeñable cifra de 3.682 años que han tenido que pasar para que una mujer pudiera ejercer como abogada en nuestro país. Solo un rato, sin duda, en la Historia de la Humanidad.
En este espacio de tiempo, que más bien parece un agujero negro, hemos llegado hasta pleno siglo XXI con más de 67.000 abogadas y algo más de 85.000 abogados, con o de masculino, según datos del Consejo General de la Abogacía Española. Con este panorama no es de extrañar que la mujer quiera recuperar el tiempo perdido.
Es el caso de Amparo Martínez, contadora-partidora en la actualidad, creadora de los podcast basados en los relatos jurídicos de su página web e impulsora del bufete familiar, en el que desempeña el ejercicio de su profesión, que a su vez patrocina un club de atletismo.
Quince años como abogada de oficio
Antes de mediar en herencias, como hace hoy en día, esta abogada lo fue del turno de oficio durante tres lustros y “tiene que ser amante de tu profesión porque es muy duro todo lo que ves, no puedes decir que no a ningún caso y tienes que hacer de tripas corazón. A veces te entran conflictos morales por eso hay que tener mucho callo”.
Cuando le pregunto cuál ha sido el caso más duro, le cambia el tono de voz. Se le ralentiza y se le hace más grave, más profundo. “Un caso de abusos sexuales a una menor de 12 años. Fue muy difícil de asumir porque el acusado era amigo de la víctima, y ahí juega la superioridad. Me intenté acercar a la familia para transmitirles el perdón pero no lo aceptaron y no quisieron hablar conmigo. Ver su dolor fue muy duro”. Le duele el alma en esta parte de la conversación, al igual que cuando relata el caso de un hombre que aceptó una acusación, aunque ella estaba convencida al cien por cien de su inocencia. Pero la aceptó porque entrar a juicio era un riesgo y su madre, tan enferma que murió un mes después de acabado todo, no tenía a nadie más que le cuidara. Recuerda ese momento “como uno de los peores de mi ejercicio y haces lo que no quieres hacer pero el cliente es el que tiene la última palabra y al final conformamos -aceptaron la acusación- nos abrazamos y lloramos los dos. Hoy somos amigos y alguna vez me ha dicho que en ese momento le ayudé mucho y eso te reconforta porque el turno de oficio es muy ingrato y nadie te agradece nada”.
Tan ingrato que económicamente hablando es más que exiguo. “Por un procedimiento penal, que puede durar fácilmente 4 años, te pueden pagar 400 euros. Realmente, quien está costeando la justicia española gratuita es el abogado de oficio y no me importa que lo pongas porque es una verdad como un castillo. Los abogados de oficio son los verdaderos héroes”.
Quince años lo fue Amparo Martínez hasta que decidió emprender otro camino y se decantó, dentro del despacho familiar en el que trabajan su marido y dos de sus hermanos, por el sendero de las herencias mediando en la repartición entre herederos y se reinventó. “Tenía una necesidad interna de hacer otras cosas y me formé en estrategia, marketing, community manager porque nuestro despacho estaba chapado a la antigua, por no tener no teníamos ni página web y decidí que teníamos que estar en la red. Luego hice el blog y después otro, que se llama Crónicas de un abogado de oficio en el que plasmamos nuestras experiencias a través de relatos cortos. Es una forma distinta de enseñar todos los intríngulis de nuestra profesión, las visitas a los juzgados, a las comisarías, las cárceles…”.
Y hace unos días ha lanzado su última idea, los podcast de los relatos, que viene a ser un canal jurídico porque “es más fácil escuchar que leer, dramatizamos los relatos. Es un trabajo que visibiliza el despacho y he descubierto que me gusta esta parte creativa. Es un trabajo intenso pero hay que ser paciente e insistir”.
Lidiando entre herederos
Y mientras, lidia entre herederos de todos es sabido que el ser humano “pelea por todo y eso tiene sus pros y sus contras porque es muy cansino” y no puede evitar soltar la carcajada. La misma que cuando recuerda el caso de una repartición entre 30 herederos que estaban tan enfrentados que después de “tirarnos un año mediando, de tenerlo todo atado cuando llegamos a la notaría se estaban tirando de los pelos por la tumba de un tío que le pertenecía a otro y aquello parecía el camarote de los Hermanos Marx. Nos tuvimos que separar en salas para que un bando no estuviera con el otro”.
Las personas podemos perder los papeles por cualquier cosa relacionada con el dinero o la propiedad. No es extraño que el bufete lleve multitud de casos relacionados con las lindes y los mojones que por haber movido uno “medio centímetro, una familia ha terminado en la Guardia Civil”. Medio centímetro se traduce en metros cuando lo que se desplaza se aplica a una linde de una gran extensión de terreno.
Y no puedo evitar preguntarle si al final somos lo que tenemos. No duda en su respuesta: “Muchos lo creen así pero a mí lo que me identifica es quién soy, no si tengo más o menos. Para mí es más importante ser que tener”. Y es que un abogado está en contacto siempre con esos lados oscuros que todos llevamos casi grabados a fuego por eso no es de extrañar que esta mujer, que no soporta la injusticia y que como todo buen abogado siempre intenta conciliar, intenta “poner mi granito de arena contra esa mezquindad y terminamos siempre siendo un poco psicólogos. En concreto, en nuestro despacho, damos prioridad a la inteligencia emocional y la aplicamos a cada momento que podemos”.
No para de contar. Es otra de las características de su profesión: la oratoria. Pero es que a ella se le ve inquieta, activa, vital. Practica el atletismo, ella y el resto de su familia y tanto es así que lo han llevado a la práctica patrocinando un club de la localidad madrileña de Torrejón de Ardoz, que es donde viven y trabajan. “Y doy clases de danza oriental”. Creo que las recibe pero me saca de mi error, es ella quien las imparte y junto con sus alumnas tiene “bolos, acudimos a muchos eventos benéficos”.
No para, no. “No me gusta, asegura la abogada, mi madre dice que soy una lianta, no le sorprende ya nada. Mi cabecita siempre tiene que estar maquinando algo”. Proactiva. La sociedad necesita de personas como ella, sin duda.