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Lola Gómez, la maga del mar de plástico

Lola Gómez tiene también en su invernadero un departamento de IDI

Cuando se pertenece a una segunda generación de agricultores la tierra se lleva en la sangre. Se vive, se alimenta uno de ella ya no solo por lo obvio de la frase en sí sino que recarga uno las pilas en ella porque se siente como la prolongación natural del propio cuerpo. Si además se da la circunstancia de que una, en este caso Lola Gómez, es pionera y abanderada de un movimiento el orgullo se mastica, en la mejor de sus acepciones.

A Lola le llamaron loca hace 18 años. Bueno… tal vez no lo hicieran así, con esas palabras, pero seguramente muchos lo pensaron porque hace esos años ella impulsó el turismo de invernadero y lo hizo hace casi dos décadas, cuando este rincón de España saltó a los medios por hechos terribles y los medios, al recordarlos, no permitimos pasar esa página, pero inevitablemente ahí está… Es la pescadilla que se muerde la cola.

Y sin embargo, para que la luz tenga sentido tiene que existir la oscuridad porque los seres humanos estamos hechos de dos caras y solo nosotros elegimos cuál queremos que prevalezca. El Ejido optó por seguir construyendo y nunca mejor dicho porque ellos son los mantenedores de la única obra construida por el ser humano, sin régimen de esclavitud, que se ve desde el espacio. Las otras que se avistan desde ahí arriba son las pirámides, en ciertas ocasiones, y la Gran Muralla china.

Hace no mucho tiempo la NASA distribuyó una serie de fotografías realizadas desde la estación espacial internacional y una de ellas, retrata la península ibérica donde en su esquina inferior derecha se perciben con nitidez las 31.000 hectáreas de plástico que han sido catalogadas por Naciones Unidas como un sistema agrícola familiar rentable desde el punto de vista económico, social y medioambiental. Lo que se conoce en todo el planeta como el mar de plástico.

Todo esto me lo cuenta Lola Gómez, gerente de Clisol, emprendedora, innovadora y mujer de conversación inagotable y creadora del turismo de invernadero, además de investigadora, impulsora de las minihortalizas y por supuesto, agricultora.

Lola Gómez, como ponente del TEDx Almería

Esta almeriense además de la naturaleza, lleva la capacidad de reinventarse en la sangre pero también la capacidad de ser humana. Aunque parezca una boutade porque en muchas ocasiones somos bastante inhumanos o, a lo peor, insensibles. Como es inevitable que en la conversación que mantenemos surja aquella explosión de violencia dice al hilo de esos recuerdos que “esto no es una historia de buenos y malos” y habla de sus trabajadores. Magrebies que “son como nosotros, mediterráneos, nosotros también tenemos una historia reciente de emigración cuando nos marchamos a países tan distintos como Suiza o Alemania… pero esta historia no le interesa a la prensa, porque no vende”. Le pregunto a qué se refiere y le digo que a mí sí me interesa y la voz se le hace suave cuando me cuenta: “Tengo 5 trabajadores fijos discontinuos, que trabajan unos siete u ocho meses y al final, estás todo el día con ellos y la convivencia es de muchas horas. Ellos también comparten con nosotros, mi familia ha estado en Marruecos pero esta historia no vende porque las historias amables no venden en una sociedad que solo busca cosas nuevas y nuevas emociones. La gente acaba de ver en televisión a personas ahogándose y siente mucha pena, pero luego cuando se cruzan con otros en la calle, los miran de arriba a abajo, como si les molestaran”. Le duele a Lola hablar de este tema, enquistado en una Europa hipócrita que dice una cosa y hace otra, la misma que ha permitido que el Mediterráneo se convierta en fosa común de miles y miles de personas.

Un circo romano que llena páginas de periódicos y minutos de televisión. “La BBC me llamó hace unos días para que les explicara como integro yo en mi invernadero y les dije que no”. Son casi dos décadas así. Un tiempo que pone a prueba la paciencia de cualquiera.

Cuando hablamos de las colaboaraciones con los extranjeros que se interesan por su trabajo le cambia el tono. Colabora con universidades inglesas, estadounidenses, japonesas, alemanas… Dicho así, suena raro, pero la explicación está en su departamento de I+D+I y de esta manera, viajan hasta la esquina española profesores y estudiantes de esas instituciones. ¿Tan importante es el mar de plástico? le pregunto y ahí hago diana. Es su tema, su pasión, su objetivo. Bajo ese plástico trabajan unas 100.000 personas pertenecientes, entre unas cosas y otras, a más de 15.000 familias que en el último medio siglo han revolucionado la sociedad almeriense económica, social y medioambientalmente.

Aquí no hay grandes negocios. Este pequeño océano terrestre se nutre del empeño de microempresas que hace que la propiedad esté muy repartida, no más de 4 hectáreas por firma, lo que hace que esta agricultura esté muy redistribuida. Este formato evitó que “cuando cayó el ladrillo se fijaran en nosotros y no lo hicieron porque nuestro niveles de rentabilidad están a años luz de lo que buscan, estamos entre el 1 y el 3%, que es estable pero no nos hace ricos”, cuenta Lola.

Una particularidad que les protege de los grandes inversores. Igual de particular es el aire que respiran, “estamos considerados como una microamazonía” y la culpa la tiene el plástico. Almería es tierra de viento y eso era una tortura constante para las cosechas hasta que taparon los cultivos con plástico y descubrieron que dejando que el viento entrara por los laterales propiciaba la fotosíntesis de la planta, que seguía trabajando y, por tanto, seguía generando oxígeno.

No contentos, le pusieron un sistema de filtrado para dejar que corriera el aire pero no entraran los insectos. El viento se lleva la humedad, permitíendole a la planta su evapotraspiración, que viven en un ambiente con una humedad relativa más baja y lo que sale de ahí es oxígeno puro. “Somos la única industria del mundo que descontaminamos”. Tan importante es el mensaje que la propia empresaria ha participado ya en las charlas TEDx, en este caso el Puerta de Purchena.

Y todo ello, deriva en el turismo de invernadero. El día que hablamos ha tenido visitantes de la Universidad de Georgia, “el otro día tuve un crucero… me dirijo a estudiantes de Agronomía y Ciencias Ambientales pero también de Arquitectura, Geografía. Estas no son las turísticas, son las pedagógicas porque una vez, hace muchos, vino una profesora alemana como turista” y a partir de ahí, se puso en marcha “el boca oreja”, asegura la propia Lola Gómez que, como anécdota comenta que está dada de alta en actividad agrícola pero también figura en la Seguridad Social en el epígrafe de Otros servicios culturales de ocio y esparcimiento.

Servicios que han atraído la atención de cocineros reputados como Martín Berasategui, fan de sus mini hortalizas que van desde los tomates hasta los pimientos o los pepinos, todo en versión reducida y delicatessen que desde su empresa, Clisol, distribuye también a sus clientes del norte de Europa.

Un ejemplo, el de Lola Gómez, de tenacidad, pasión por su trabajo, constancia y buena actitud. Y una visita, a su invernadero, que sin duda merecerá la pena.

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