Patricia Estremera, una vida en tablas

Hay oficios vocacionales, que son más que una ocupación o una forma de ganarse la vida y pagar las facturas. Alguien dijo una vez que el periodismo es una de las profesiones más bellas para ser pobre, probablemente otra sea la de actor. Porque no hablamos de profesionales de la interpretación que amasan fortunas inmensas y copan portadas de medios de todo el planeta. Hay muchos y muchas que hacen volar la imaginación del espectador y cuando se bajan de las tablas, su vida es la de cualquier persona con la que nos cruzamos por la calle. Con sus preocupaciones, sus problemas, sus miedos y sus alegrías. Una persona más con la particularidad de que esa clase de personas son capaces de transformarse en otro y contarnos una historia para nuestro deleite. Nos hacen evadirnos, nos hacen reír, nos hacen emocionarnos, nos ponen la piel de gallina, nos sacan de nosotros mismos y después de ese esfuerzo, que seguro en muchas ocasiones será titánico, vuelven a su vida.

Una vida en la que una llamada de teléfono es la diferencia entre la estabilidad o la incertidumbre. Por eso Patricia, que pisa fuerte, no se quedó sentada en el sofá esperando y se lanzó, probablemente, a poner en marcha la mayor aventura de su vida y se hizo empresaria. De eso hace ya 6 años y ahora está de gira con “A protestar a la Gran Vía”, una comedia con la que está recorriendo Madrid, Zaragoza, Asturias, Castilla y León…

Patricia Estremera en un momento de la obra Ocho creativos
Patricia Estremera en un momento de la obra / Ocho creativos

Hablo con ella por teléfono, como con muchas de las protagonistas de este blog, y su voz suena cantarina, fresca, es una voz juvenil que no encaja con la edad que tiene, parece la de una mujer recién entrada en la treintena aunque sean 10 más los años que contemplan a esta vallisoletana que tenía muy claro lo que quería ser en la vida. “Soy una persona muy indecisa, dudo todo pero ser actriz es lo único que sabía, nunca he dudado de ello”. Y le pregunto: ¿Qué es ser actriz? No tarda ni un segundo en responder: “Una inestabilidad total. No saber qué va a ser de ti el mes que viene, es lo que significa para mí ahora mismo. Aunque esta pregunta tiene distintas respuestas dependiendo de la etapa en la que estés. Cuando sales de la escuela de interpretación te comes el mundo y después vas viendo la realidad, ves que es un compromiso y muy sacrificado porque toda tu vida depende de tu profesión”. No sé muy bien a qué se refiere con esta última afirmación y como si me adivinara el pensamiento que no comparto con ella, me explica: “la gente que tiene un trabajo, digamos, normal, tiene unos horarios, un sueldo, unas vacaciones pagadas… y eso les permite organizarse la vida pero los actores no podemos hacer planes de futuro. Te quieres hacer un viaje, por ejemplo, y estás rezando para que no te llamen porque si lo hacen, lo tienes que coger porque nunca sabes cuándo te van a volver a llamar”.

Puede parecer una propuesta vital triste o, incluso, angustiosa y nada más lejos de la realidad cuando se habla con la actriz. Te contagia optimismo y lo pienso mientras hablo con ella, soy consciente de que estoy entrevistando a una actriz que puede estar “interpretando un papel” pero no lo parece. Sencillamente, es chispeante. Su voz te hace sonreír, independientemente de lo que te esté contando porque el tono tiene esa positividad de las personas que creen en sí mismas y que cueste lo que cueste, siguen adelante. Porque tienen muy claro qué quieren hacer y cómo.

Pasamos de esas reflexiones a una realidad que se materializó en forma de protesta hace unos meses: el machismo. Ella asegura que sus compañeros no lo son pero una actriz, según va cumpliendo años “deja de ser la chica del videoclip, ya no eres la novia de, ni la hermana de, ni la hija de; esos son los papeles femeninos y, ¿qué hay a partir de los 40? Ahora mismo, de cada diez obras solo una es de una mujer. Y los hombres no escriben para nosotras. Habría que dar visibilidad a las autoras y apoyarlas, igual que se hace con los grandes autores”. Es el eterno problema, el rol de la mujer, el supuesto rol… “Creo que fue Ana Diosdado la que dijo que no hay ningún hombre cuya profesión sea: sus labores”. Y la verdad, es que tiene toda la razón del mundo. Teniendo en cuenta, además, de que forma parte de un sector profesional que tuvo que ganarse a pulso el derecho a trabajar. Fue el rey Felipe II el que prohibió a las mujeres subir a un escenario porque atentaba contra el decoro e iba en contra de la moral del reino. Seguramente fue un momento de inspiración del monarca. Afortunadamente, cuatro Felipes después algo tan aberante, suena a eso: aberrante.

Escena de A protestar a la Gran Vía / Ocho creativos

Hoy, actrices como Patricia que llevan el teatro en las venas, se dejan la piel en cada función. Son como artesanos de la interpretación, porque además hacen un teatro de esos que han dado en llamar de cercanía. Y lo hacen con Los Absurdos Teatro, un grupo de dementes que sigue apostando por el camino curvo. Lo dicen ellos mismos, es su claim.

Y cuando habla de su compañía, a Patricia se le llena la boca. No solo por el hecho de ser empresaria, que ni creo que se lo planteé así, sino porque me cuenta, con un secreto orgullo, que tienen todo en regla “aquí todo el mundo cobra, todo el mundo está dado de alta, queremos hacer las cosas bien y eso cuesta mucho dinero”. Y llega una de las preguntas favoritas de los periodistas, que tendemos a etiquetarlo todo o bien porque el lector lo reclama así o bien porque hemos acostumbrado al lector a que lo reclame. El caso es que cuando le pregunto cuánto puede costar poner en marcha una obra de teatro como la que tienen ahora mismo en cartel da una respuesta tremendamente amplia “desde 60.000 euros a cero. Depende de tantas cosas…” y comienza a enumerar quién hay detrás de ellos dos, los únicos actores en toda la función: “la voz en off, la persona que nos hace el vídeo, la que nos hace las fotografías, quien nos lleva la prensa, el escenógrafo, el director, los técnicos de sonido, la persona que se encarga del vestuario, de la iluminación…” y sigue desgranando todo un muestrario de personal laboral digno de una guía de la Seguridad Social cuando uno va a darse de alta. Y solo son dos en el escenario, en un set medianamente sencillo y sin grandes oropeles. Ese elenco invisible es el que consigue que durante una hora u hora y media, un espectador se olvide de su vida y ría. Que su estado de ánimo cambie y que cuando salga de la sala lo haga otra persona diferente a la que entró. Es la magia del teatro y la magia de la profesión que atrapó a Patricia Estremera. Como una dulce condena de la que a buen seguro no querrá escapar jamás. Esperemos que no, porque es buena.

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