Gracias a esa impagable Televisión Española que nunca me cansaré de ponderar y que tanto hizo (y continúa haciendo) porque arraigase en mi niñez la pasión cinéfila, pude ver en un par de ocasiones -la primera siendo un tierno infante, en 1970- esta estupenda propuesta de misterio de 1956, producida por la Fox de las mejores ocasiones y firmada por un cineasta excepcional al que casi nunca se le ha otorgado una grandeza más que merecida.
Fueron 64 o 65 los trabajos con su firma, 64 o 65 obras maestras o peliculones, ni uno solo desafina… y los he visto casi todos. Como en otras reseñas ya he mencionado muchos de ellos, no voy a repetir más la retahíla, lo mejor es que puedan acceder a conocerlos y que hablen por sí mismos.
“A 23 pasos de Baker Street” la rueda concretamente entre algunas joyitas, hoy en día olvidadas y merecedoras de todo mi agradecimiento y reconocimiento, la anteceden “Niágara”, “El príncipe Valiente” y “El jardín del diablo” precediéndola, y la secundan “Del infierno a Texas” (creo que el único western donde he visto a alguien comer una naranja), “La mujer obsesionada” y “Alaska, tierra de oro”
Resulta inevitable, salta a la vista, no hace falta ser un lince para advertir a las primeras de cambio las innegables influencias de “Sherlock Holmes” (su título es toda una declaración de principios) y del cine del omnímodo Alfred Hitchcock.
Ya habrán deducido, por tanto, lo obvio, Londres, es el foco ambiental y la arteria permanente por la que discurre la historia. Tal como se suele decir en estos casos, supone un importantísimo personaje más. Por supuesto, un Londres neblinoso como requiere el tópico, típico, arquetípico y siempre fas. Hay más características propias de la ciudad de “la milla cuadrada”: la lluvia, las sirenas de gabarras, el imprescindible Támesis, a cuya vera se encuentra el apartamento del protagonista, cierto color grumoso (acentuado por su excelente fotografía), los silbatos de los bobbys, etc.
Van a toparse también con uno de esos “mcguffin” tan queridos por el mago del suspense, aquí en forma de un inquietante plan escuchado en un pub por un invidente.
Y desde luego está garantizada la intriga, el misterio, la tensión, que tendrán su culminación en un final climático memorable, innegable demostración de que la oscuridad todo lo iguala. Que se lo digan a la Audrey Hepburn de “Sola en la oscuridad” o a la Mia Farrow de “Terror ciego”, o al James Franciscus de la televisiva “Longstreet”.
Pero la ceguera de Van Johnson lo es en toda la extensión de la palabra, la física y la psicológica. Estamos ante un personaje amargado que el discurrir de los acontecimientos bien puede servirle para superar sus penumbras más interiores.
Formidable Cecil Parker como secretario o asistente. Y tan divina y humana como siempre la gran Vera Miles. Una señora con talento, belleza y estilazo paseado por innumerables obras maestras que van de “Falso culpable” a “El hombre que mató a Liberty Valance” o “Psicosis”. Actriz hitchcockiana y fordiana donde las haya.
Algunos la han tildado como premiosa y aburridilla. Creo que tiene el ritmo adecuado, preciso y envolvente. Ritmo y no atropello, apabullamiento o aceleración tal como sucede en muchas ocasiones en los últimos años con propuestas que, puesto a tirar del refranero o el chascarrillo, confunden la velocidad con el tocino.
El Hollywood dorado, ese que también se acogía a las exenciones fiscales que ofrecía el gobierno británico por rodar en la Inglaterra de los 50, vuelve a lucir en todo su esplendor por enésima vez, en De Luxe y cinemascope.
Encandiladora, atmosférica, tensa.