Acabar de ver “Amélie” y darte de bruces con la realidad de este mundo, puede constituir un shock considerable. ¿No debería parecerse éste tantas veces al particularmente fantasioso que nos muestra a veces el cine… que, por otra parte, no está reñido con otro que se muestre más a pie de tierra? Pero esto es lo bueno que tiene esta manifestación tan completa y que aglutina a todas las demás artes… hacernos soñar e incluso provocar que intentemos ser mejores personas.
Esta película en concreto es pura magia, candor, belleza, humanidad, toda una cascada de sensaciones, sentimientos, todos ellos positivos. Y es que ya está bien de reivindicar solamente lo sórdido y realista. Además, no tiene por qué está reñida una cosa con otra, luego que cada cual opte en su existencia por la manera de desenvolverse que prefiera mientras no fastidie a los demás, algo que es todo lo contrario de lo que persigue esta heroína que tan sólo desea la felicidad de los demás.

Mi opción, desde luego, es por chicas como ésta, de ensueño, ensoñadora, hechizante, adorable… Ha supuesto hasta la fecha el papel de toda su carrera para Audrey Tatou, y tiene varios muy buenos, sin ir más lejos el de la fragante “La delicadeza”, en el que decía aquello tan precioso de “es raro, siempre tenemos cosas que decirnos”; el de la desesperadamente romántica “Largo domingo de noviazgo” o el de la perturbadora “Sólo te tengo a ti”, entre otros.
Y es que diversas aptitudes y registros, sinceridad, gracia, encanto, inocencia y honestidad, sin caer jamás en el aburrimiento tal como sucede aquí, deberían ser las premisas que recorrieran el planeta, o al menos mí planeta, el mismísimo Universo. Y de las que hace gala una cautivadora, preciosa en todos los sentidos, subyugante Tatou. La chica ideal, una Audrey Hepburn rediviva y con un punto esotérico.
Siento si esto me está saliendo florido, cursilón, excesivamente literario o escasamente técnico, pero son los términos que preferentemente suelo utilizar o reservar para explicar propuestas tan divinas y especiales como ésta. Y es que soy un convencido de que las críticas o reseñas deben transmitir lo que nos provocan milagros como éste, sin descuidar nunca, claro, dar alguna que otra información de trastienda profesional.

Pero es curioso, a veces uno va con el piñón fijo y cuando repaso las películas de mi existencia, suelo acudir a -en un elevado porcentaje- las primeras que nos han conmovido en mi infancia y adolescencia, con las que he ido siendo fiel a lo largo del paso de estaciones. Aunque he de precisar que también tengo en cuenta e incorporo todas aquellas que han ido surgiendo con el transcurrir del tiempo, que son otro considerable montonazo, y que igualmente han provocado idénticas, o incluso mejores sensaciones y sentimientos. Este que me ocupa es el caso. Y lo es igualmente el de “Million dollar baby”, El reino de los cielos”, “Cinema Paradiso”, “Los chicos del coro”, “Master and commander”, “El secreto de sus ojos”, “Arrugas, “Los puentes de Madison”, “Frankenweenie”, “El curioso caso de Benjamin Button”, “Gladiator”, “El último duelo”, “Cadena perpetua”, “La milla verde”, “La niebla de Stephen King”, “Gran Torino”, etc. Son miles.
Aquí resultaría sumamente fácil centrarse en sus logros artísticos o específicamente cinematográficos, pero creo que esto caso eclipsaría expresar las emociones que me causa siempre que la veo y que necesito compartir con lectores u oyentes.
Sí considero destacable que me parece todo un acierto que, su director, el francés Jean-Pierre Jeunet, se mostrara como todo un renovador visual y de contenidos, un especialista en mixturas de tebeos, comics o como diantres prefieran denominarlos, y en recursos cinematográficos. En esta ocasión son interminables los muchos y magníficos que despliega. Les voy a contar poco al respecto, para que quienes no la hayan visto no pierdan esa infinita capacidad de sorpresa e impacto que provocan.
Tan solo a modo de ejemplo citaré dos tipos de planos: el “extreme close up”, que como bien ha señalado un colega, es utilizado al enfocar de la barbilla a la cabeza, cuando se quiere destacar una emoción en las escenas donde ella hace feliz a la gente. O el “holandés”, consistente en inclinar la cámara a izquierda o derecha para generar una sensación de modernidad, como sucede con las escenas en que avienta piedras al río Sena.
Jeunet, tras haberse estrenado con otra obra singular y única, esa particular recreación de 13 Rue del Percebe titulada “Delicatessen” y tras una breve estancia en Hollywood donde aportó a la saga “Alien” su intransferible manera de contemplar el asunto en “Resurrection”, no pudo dejar mejor su sello en la industria gala que con esta preciosidad que exuda inventiva por todos sus costurones.
Quiero destacar igualmente, la perfecta combinación obtenida de ternura, humor, costumbrismo, fantasía, lirismo, esperpento y surrealismo. Y que sus hallazgos, de imagen y de continuos giros argumentales, son un constante fluir en torrentera.
Se puede interpretar también, pues tiene tantas visiones como espectadores existen, como un homenaje al movimiento del realismo poético del país vecino, ese que encabezaran de manera ejemplar genios como René Clair o Marcel Carné, a los que ahora por fin se les vuelve a mostrar la justicia siempre merecida (los chicos de los “Cahiers” se pasaron bastantes pueblos denostándolos, pese al respeto que me pueda parecer cualquier tipo de opinión o gusto).
Y es que “Amélie” es pura poesía. Entra por los ojos de manera apabullante, inunda, rebosa de vida, alegría y creatividad.
No sería justo no destacar la emotiva, melancólica y fusionadora banda sonora de Yan Tiersenn, toda una pieza de orfebrería. O su irresistible fotografía de colores verdezuelos y rojizos.
No me extraña que tuviera 5 nominaciones al Oscar, debería haber tenido más y ganar todo lo que hubiera sido menester. Al menos en los César si la recompensaron con 4 galardoness, entre los que figuran los más importantes, película y director.
Nunca un subtítulo fue más cierto… AMELIE: CAMBIARÁ TU VIDA. De lo más embriagadora.