Lo más parecido a una película bélica poética, “El arpa birmana” de Kon Ichikawa y “La delgada línea roja” de Terrence Malick aparte, es esta segunda parte del díptico que Clint Eastwood dedicara en 2006 a la tremenda –casi 30.000 muertos entre ambos bandos- batalla de Iwo Jima de la Segunda Guerra Mundial. La primera entrega, “Banderas de nuestros padres”, se había centrado en el regreso de los soldados/héroes del frente y las manipulaciones políticas de sus (supuestas)gestas.
En esta “Letters from Iwo Jima”, que acaba resultando el oportuno reverso e insólito complemento de aquella, el maestro californiano contempla la cuestión y adopta el punto de vista desde el bando nipón. Para una mayor veracidad, fue rodada en el idioma de los hijos del Sol Naciente.
Partiendo de un espléndido guion de Paul Haggis (“Million dollar baby”) e Iris Yamahsita, inspirado igualmente en las memorias de un superviviente de la contienda, se centra, preferentemente, en la resistencia que llevara a cabo del islote el general Tadamichi Kuribayashi (un impecable y veterano Ken Watanabe) a través de un sofisticado entramado de túneles.
También trata de sus reflexiones más íntimas y la de algunos de sus soldados ante situación tan extrema. Es una propuesta de una potente y bella, bellísima, delicada puesta en escena, dentro del horror que pueda suponer siempre un conflicto tan tremendo como el expuesto. Expresa momentos de gran crudeza y narra con lenguaje diáfano, desolador y desnudo de cualquier artificio, sensaciones tan poderosas como el miedo, la esperanza, la desesperación o el fracaso.
Presenta a los japoneses como seres humanos y no como esos implacables soldados imperialistas que, por otra parte, también lo fueron.
Obtendría un pírrico Oscar a los efectos sonoros, cuando verdaderamente se habría merecido un buen puñado.
Es un ejercicio febril y estilizado al máximo, pero con alma, sensibilidad y una gran carga emocional. Una obra maestra sin posibilidad de cuestionamiento alguno por mi parte.