La FAMILIA, así, en mayestático o en sencillo, es el principal motivo de esta película y de tantas otras del cine español de los últimos años, y bien podría remontarme mucho más allá de la célebre y noventera “Familia” de Fernando León de Aranoa, casi si me apuran desde el mismísimo origen por estas latitudes de los tiempos de este invento con la formidable y silente “La aldea maldita” de Florián Rey. No quiero olvidarme tampoco en esta sucinta evocación de la reciente y notable “La casa” de Álex Fernández.
De ahí que, inevitablemente, me haya venido a la cabeza para subtitular esta reseña -aunque no tenga exactamente que ver en cuanto a su temática, o al menos no en buena parte- con la estupenda comedia de Álex de la Iglesia, que a esta fecha es mi trabajo suyo favorito junto a “La comunidad” y “El día de la bestia” (cuenta con otros varios destacables). Aunque esto en realidad de lo que va de mentiras, las que cuentan en ese entorno o fuera del mismo, la del amor para toda la vida (aunque haya sus excepciones), las que nos hacemos a nosotros mismos o las que llevamos a cabo con los demás por múltiples motivos.
Lo que se propone es la radiografía de una familia tóxica, aunque creo que no sería descabellado afirmar que resulta mucho más común de lo que se pudiera pensar, sobre todo en esta época cambiante y agitada. En este caso rociada con rasgos propios de la burguesía catalana, aunque acaben siendo en general universales.
Parte de un guion tratado con sumo cuidado, agudo, sólido, que se permite una serie de giros que casan perfectamente con el tono general y que combina con acierto amargura, sentido del humor y tensión.
Como certeramente ha señalado su máximo responsable, consigue transmitir incomodidad en todo momento. Comenzando por un inicio que bien pudiera desorientar, pero que marca pautas y resulta demoledor por el trasfondo que encierra, pues de manera un tanto “paródica” supone un signo de este tiempo.
Porque tengo claro que la especie humana es, somos, egoísta por naturaleza (el quid de la cuestión estriba en qué proporción), algo que según lo que estamos viviendo no viene a facilitar precisamente las cosas al respecto. Y esa premisa está presente con acierto y esplendor.
Dani de la Orden (el díptico “Barcelona noche…”, la serie “Élite”, “El pregón”, “Loco por ella” o “42 segundos” en codirección con Àlex Murrull), su brillante director, especialista en comedia, y esta no deja de serlo, eso sí, con un fuerte componente dramático, tiene la virtud de hacer parecer ligero lo que no lo es en absoluto. Y contempla el hogar tal como lo ha descrito atinadísimamente Oti Rodríguez Marchante en el enunciado de su crítica, “como pegamento o material inflamable”
Su estructura tiene un carácter indudablemente teatral que de la Orden sortea con enorme habilidad, confiriéndole un ritmo y sentido cinematográfico.
El resto de elementos acompañan al compás, desde una decoración eminentemente mediterránea de paredes blancas y austera -toda la película lo es, es el tono acertadamente elegido- hasta un nutrido elenco en el que nadie desentona. Por destacar a alguien, citaré a la veterana Emma Vilarasau, la mater familia presionada, sobrepasada y en el fondo sola; un siempre deslumbrante Enric Auquer como hijo consentido ya talludito o la francamente deslumbrante María Rodríguez Soto como la asfixiada hija mayor.
Toda una sorpresa, de lo más reconstituyente, que se ha erigido con justicia en el éxito callado del cine español este verano de 2024, pues el más estridente -y respetabilísimo, aunque yo no participe de sus supuestos encantos- patrio ha sido la cuarta entrega -de nuevo, el núcleo familiar por medio- de la cuarta entrega de las aventuras y desventuras de los García-Loyola de “Padre no hay más que uno”.
Yo que ustedes no la dejaría escapar, desde luego merece que le concedan una oportunidad, pues igual a unos cuantos les supone una gratísima sorpresa. Con un matiz, a ser posible hagan lo posible cuando tengan ocasión de escucharla en su idioma original catalán (con subtítulos) pues el doblaje, aunque no sea criticable, no deja de resarcirse de cierta falta de naturalidad.