Muchos, quienes tuvieran televisor o familiares/amigos a los que acudir, veteranos o en torno a la sesentena como mínimo (niños entonces), recordarán una mítica emisión de comienzos de los 70, de ese entrañable programa titulado Estudio 1, un magnífico ejemplo de teatro filmado, con el que solía obsequiar Televisión Española a los aficionados en las noches de los lunes de la primera mitad de aquélla reveladora y fundamental década.
Su título, el mismo que el de esta película, “Doce hombres sin piedad”, un clásico indiscutible donde los haya del (sub)género judicial. Esta versión está firmada por uno de los representantes más destacados de la generación estadounidense denominada, precisamente, “de la televisión”, en la que están incluidos nombres del poderosísimo calibre de Robert Mulligan, Delbert Mann o John Frankenheimerr. Ni más ni menos que por el grandísimo Sidney Lumet, el mismo que aportaría años después otras dos gemas dentro de idénticos territorios o parámetros, “Veredicto final” (con un inconmensurable Paul Newman) y “Declaradme culpable”, la segunda fechada en las postrimerías de su carrera y protagonizada por un sorprendente e insólito Vin Diesel.
Como casi setenta años después se puede seguir comprobando su trabajo de relojero suizo, de absoluta precisión y encaje de piezas, por ejemplo de actores, texto, dramaturgia, puesta en escena.
Partiendo de un imponente y absorbente guion de Reginald Rose, una de las verdaderas piezas maestras del esplendoroso cine americano de los 50, por extensión del mundial, somete al espectador, a mí sin ir más lejos, a una tensión emocional incontenible, a peliagudos dilemas morales y éticos y a un endiablado suspense como pocas veces ha podido ser igualado en toda la historia del cine. Suspense que brota de la mejor fuente posible, el de los recovecos y retorcidos meandros con los que estamos revestidos la especie.
El asunto es delicado y, a la vez, diáfano. Los doce miembros referidos en el título tienen que juzgar/sentenciar a un adolescente que parece cantado que ha asesinado a su padre. Pero surge una mínima duda en uno de ellos, la del jurado número 8, duda planteada por un gran, se queda corto el calificativo, un eximio Henry Fonda, que un año antes ya las había pasado canutas situándose en el lado contrario, en el de aparente penado, en esa otra obra mayúscula de Alfred Hitchcock de título igualmente esclarecedor, “Falso culpable”.
A partir de esa premisa, se produce un despliegue de situaciones memorables, nutridas por dudas, incertidumbres, cuestionables certezas, desasosiegos, angustias y todo tipo de sentimientos y emociones. Lo que se puede hacer en prácticamente un escenario único con una docena de intérpretes mayúsculos.
De fondo o, en primer término, como prefieran, una inaplazable e implacable crítica al sistema judicial estadounidense, y a esa terrible solución final que es la pena de muerte.
Lumet no deja títere con cabeza en su meticulosa y penetrante disección. Desde el rigor más absoluto, la sintaxis más admirable, es capaz remover abundantes cosas. Y, lo que es mejor aún, provoca la reflexión, la perdurabilidad en el recuerdo. Como suelo ser norma en mis reseñas, lean esto en exclusiva primera persona, si luego lo comparten o no ya es cosa de cada uno de ustedes.
Uno de esos repartos imposibles o inimaginables hoy en día, formado en su mayoría por un excepcional puñado de secundarios, término que no me gusta nada, actores de reparto considero que resulta más justo o ajustado, norteamericanos todos ellos (menuda cosecha) y de los de cortar la respiración, acompañan a Fonda en esta inmersión a las más profundas simas abisales de nosotros mismos, de nuestros prejuicios, miserias, también de nuestras noblezas y dignidades.
Sus rostros, sus expresiones, sus movimientos corporales, cobran aquí una dimensión inusitada. Me parece de -ya que estamos en tribunales- justicia citar los nombres de todos ellos, Fonda aparte: Lee J. Cobb (3), Jack Warden (7), E.G. Marshall (4), Martin Balsam (1), Ed Begley (10), John Fiedler (2), Robert Webber (12), Jack Klugman (5), George Voskovec (11), Josep Sweeney (9) y Edwards Binns (6). Más Billy Nelson, John Savoca, Rudy Bond, James Kelly. No hay mujeres porque esta historia es un reflejo de la sociedad del momento… y eso que me refiero a la que ya entonces y con los reparos que se quieran era la más desarrollada del mundo.
Una sala de reuniones, el reducido marco por el que pululan y se reprochan, se acaba convirtiendo en foresta amazónica en lo referido a intensidades y reacciones… intencionadamente contradictorias, o sencillamente reveladoras, en varios momentos.
Intensa, subyugante, catedrática, desconocerla constituye un pecado de lesa, de imperdonable gravedad. Siempre están a tiempo de reparar dicho lapsus. Quien la haya visto, no será raro que la haya repetido en unas cuantas ocasiones… ANTOLÓGICA, INDISPENSABLE.