Me acerco con curiosidad y ciertas expectativas a ver “El 47”, y en modo alguno éstas se ven defraudadas, todo lo contrario, se ratifican, incluso felizmente se amplifican.
Y es que su director, el catalán Marcel Barrena, poseedor de una todavía escasa pero coherente y sólida filmografía, está demostrando ser una apuesta segura, lo que hace vamos, aunque seguramente él también sea un tipo majo (no le conozco, de hecho, nunca he pretendido ser amigo -si se tercia, tampoco hay problema- o que me caigan bien los directores o profesionales de la industria, sino que lo que ofrezcan capte mi atención o admiración), pero aquí importa lo que importa, su trabajo.
Lo que tengo claro es que está tejiendo una carrera caracterizada por el bien hacer, la profesionalidad, una permanente inquietud social (sobre el/nuestro pasado como es el caso o el presente como en el de las muy apreciables “100 metros” y “Mediterráneo”) a lo Loach salvando las distancias y una capacidad para emocionar sin excesos.
Aquí lo que hace es echar un vistazo ante uno de esos tantos episodios olvidados por la/nuestra historia, la intrahistoria, que ayudaron a consolidar -con todas las luces y sombreados que quieran- la España actual. Un período inédito que forjó nuestro devenir, casi cincuenta años de democracia en los que los españoles todavía no hemos llegado a atizarnos a garrotazos goyescos (nos quedamos en los verbales, y espero que no pasemos nunca de ahí, aunque estos también sobren) en los que no nos hemos quitado los ojos por pensar diferente, al contrario de cómo había sucedido sin tregua en siglos y siglos precedentes.
Lo que van a contemplar es un hecho real en lo sustancial, licencias aparte. Nos descubre y acerca a un personaje singular y entrañable, Manolo Vital, encarnado por un -de nuevo- descomunal Eduard Fernández que le otorga piel e inmejorables sentimientos. Resulta obligado citar también a unos espléndidos David Verdaguer (recién enlazados tres excelentes interpretaciones: “Saben aquel”, “La casa” y ésta) y Clara Lago como esa monja cuelga hábitos.
Un tipo que hace de la lucha vecinal y la disidencia pacífica su emblema para conseguir una de esas pequeñas/grandes victorias cotidianas, como fue conseguir que el transporte público llegara a aquel lugar, Torre Baró, construido con las manos de los migrantes carente inicialmente de luz, agua u otros elementos imprescindibles.
Un tipo, el conductor de esa línea 43 citada en el título, que encabezaría esta mini “revuelta” en compañía de otros charnegos (así se denominaba despectivamente a los emigrados de otras tierras españolas a Cataluña) que se vieron sacudidos por ese éxodo del campo a la ciudad que se produjo en los años cincuenta, y que tan admirablemente retratara el falangista crítico José Antonio Nieves en esa inmensa obra maestra de nuestro cine titulada “Surcos”. Aprovecho la ocasión para informarles que se presenta estos días en el Festival de San Sebastián restaurada en 4K. Aprovecho para recomendarles decenas, más bien diría centenas de excelentes películas del período franquista con las que algunos no fuimos justos en su momento. En lo a mí referido entono desde aquí el mea culpa.
Y no me refiero solo a las de los consagrados (Berlanga, Bardem, Saura, Fernán Gómez, Borau, Camus, Buñuel), sino a decenas de excepcionales cineastas como Ladislao Vajda, José María Forqué, Edgar Neville, Ana Mariscal, el citado Conde, Carlos Serrano de Osma, Rafael Gil, Antonio Román, Julio Coll, Francisco Rovira Beleta, José Luis Sáenz de Heredia, Antonio del Amo, Miguel Picazo, Jaime de Armiñan, Antonio Mercero, Narciso Ibáñez Serrador y muchos más (en la plataforma FlixOlé pueden descubrir varias de estas joyas). Muchos de ellos denominados con cierto desdén artesanos, tal como han sido tachados en Estados Unidos o en cualquier otra latitud. Suelo sentir verdadera debilidad por ellos, suelen hacer buena parte de lo que más me apasiona en pantalla.
Barrena bien podría ser uno de ellos. Y con esta propuesta van a poder comprobar lo bien que maneja y se desenvuelve con la cámara, llevando a cabo una narrativa sencilla, directa, prístina, que no se embarra en molestas ampulosidades o retóricas. Todo un ejercicio costumbrista -con un loable prólogo para ponernos en situación- de la memoria bastante honesto que no necesita cargar las tintas. Puede que no excesivamente sutil, de acuerdo, pero eficaz. Y con ese desenlace con créditos informativos que probablemente a más de un espectador ponga un nudo en la garganta.
Para precisar todavía más, manifiesto rotundo que se contagia para bien del tono de “Cuéntame como pasó”, mi serie favorita de todos los tiempos procedente de estos lares, junto a “Los gozos y las sombras” (esta ocupa el cetro), “La peste” y “Antidisturbios”.
Y se muestra imbuida de cierto espíritu combativamente ingenuo, como de otros tiempos, de cuando la gente que salía de un túnel valoraba lo que verdaderamente importaba y no se veía sometida o sacudida a la exposición agotadoramente tecnológica de este tiempo.
No es una obra maestra, pero como se suele decir en estos casos, desprende elogiable amabilidad. Tendría que haber sido seleccionada para los Oscar, o por encima de ella la excepcional “La estrella azul” o “Casa en llamas”. Otros, parece ser que más versados, han optado por la insoportable “Segundo premio”. Qué le vamos a hacer. Cuestión de gustos. Pero háganse un favor, no se pierdan “El 47”. Van a encontrarse con buenos sentimientos en un tiempo necesitado de ellos.