Hay películas y películas… y luego está “El buscavidas”. Esta obra de capital importancia en la historia del cine americano, del cine en general y de mis recuerdos más íntimos y perdurables, se filmó en 1962, un año fundamental para el devenir del Séptimo Arte, pues en torno al mismo, uno/dos antes u otro/dos después, surgieron títulos que acabarían cambiando el sentido de las cosas y del futuro de este compendio de manifestaciones artísticas que es el Séptimo Arte. Tales como “Con faldas y a lo loco”, “Matar a un ruiseñor”, “Duelo en la alta sierra”, “El hombre que mató a Liberty Valance”, “Psicosis”, “Anatomía de un asesinato”, “Desayuno con diamantes”, “West Side Story” y un extensísimo etcétera.
“The Hustler”, o sea “El buscavidas”, es una devastadora, terrible, desoladora historia sobre perdedores y sobre sueños rotos. La de Relámpago Eddie Felson, un monumental Paul Newman (en un papel inicialmente pensado para Jack Lemmon, que rechazaría por el de otra joya, “Días de vino y rosas”), un as del billar que conocerá el envés de la victoria. También la de la tullida y alcohólica Sarah Packard, una sorprendente Piper Laurie, otrora heroína de fantasías de la Universal. O el elegante y estiloso Gordo de Minnesota, inolvidable Jackie Gleason, campeón de campeones en el juego del billar. O ese cínico sin escrúpulos encarnado por George C. Scott. También las de quienes encarnan Myron McCormick, Vincent Gardenia, Murray Hamilton… y hasta sale en un pequeño papel Jake La Motta en un episódico personaje de barman al comienzo… ¿recuerdan “Toro salvaje”?
Todos aprisionados por la cargada atmósfera y la asfixiantemente brillante cámara de Eugene Shuftan… que los expone al máximo de emulsiones en sus gestos más reveladores y determinantes… En forma y espíritu, gastó una luz muy expresionista, cercana a la de los grandes hitos del género negro de los 50.
Pero finalmente lo que se nos muestra es un enorme retrato sobre la condición humana en sus -palabreja moderna donde las haya- aristas menos gratas y complacientes. Gracias a una magistral puesta en escena del perseguido –por el nefando McCarthy- Robert Rossen, plagada de tintes realistas y sobriamente tiernos.

Las miradas oblicuas, la forma de desenvolverse por el plano, los rictus de Paul Newman constituyen un añadido fundamental para ello y todo un recital de primer nivel. Es de los pocos del Actor´s Studio, junto al inevitable Brando, al que le disculpo esas gesticulaciones tan propias ce tan célebre escuela de interpretación. Lo cual viene a demostrar que al final todo depende como tantas veces suelo decir. Pero no menos es cierto es que el Newman de “Veredicto final” es el que me parece todavía más soberbio.
Es también de calidad superior la dirección artística, creando ambientes de una gran veracidad y escrupulosidad descriptiva. Fue uno de los dos Oscar que cosecharía junto al de la ya mencionada fotografía.
Sin duda, fue una película que se adelantó a su tiempo, moderna y clásica a la vez, que refleja una particular épica de la derrota. Imposible olvidar el rostro de un abatido Newman tras la gran partida, algunas de las frases demoledoras que escupe Scott o esos diálogos cargados de amargura y desesperación entre Newman y Laurie.
El campeón real Willie Mosconi se encargó de adiestrar a los protagonistas, hasta tal punto que casi todas las jugadas que se ven fueron ejecutadas por los actores, salvo el impresionante massé (ese ataque de la bola con el taco en posición vertical) que fue llevado a cabo por el propio Mosconi.
Una honda, una profunda reflexión sobre la derrota y sus consecuencias, sobre la impostura, sobre algo tan querido por la cultura americana como la apología del éxito… puesta en rotunda solfa.
Hay momentos en que inevitablemente me recuerda a la estupenda “El rey del juego”, o a la inversa, aunque no tenga exactamente mucho que ver.
Imprescindible, indispensable.