Este trabajo resulta una de las frecuentes rara avis en el cine norteamericano de la época –década de los 40- y en particular de su filmografía, pese a pertenecer al género –el melodrama-que le otorgara el máximo reconocimiento y esplendor. Trata sobre un buscavidas feriante, arribista y sin muchos escrúpulos, cuya redención tan solo podría venir motivada por un amor sincero.
Tyrone Power está excelente, conmovedor, en el rol de ese individuo amoral con algún remilgo de conciencia. Le rodean tres fascinantes y muy atractivas mujeres, Joan Blondell (años más tarde en GREASE como la boteriana Violeta, una de las trabajadoras del high school en el que Sandy Olsen y Danny Zuko vivían su juvenil y musical romance), Colleen Gray (supongo que los cinéfilos más recalcitrantes la recuerdan, maravillosa, en RÍO ROJO) y Helen Walker.
De estructura inauditamente circular, describe con rara, con extraña fascinación el mundo de los feriantes de la época. Lo hace de manera sórdida y evanescente a la vez. Entremezclando géneros o subgéneros, desde el psiquiátrico tan en boga en ese momento (RECUERDA, SECRETO TRAS LA PUERTA…) al negro, pasando por el melodrama más desaforado o inclusive cierto toque de “fantastique”.

Seguramente se tuvo presente durante su rodaje ese monumento del horror que es LA PARADA DE LOS MONSTRUOS (FREAKS). Y no es que tenga que ver exactamente con el espíritu de esta, o sí, pues finalmente pese a no presentar seres de excesivas deformidades físicas, ambas pueden concurrir en las mucho peores, las albergadas en nuestro interior. Además, constituye una sugestiva reflexión sobre el engaño, a los demás y a uno mismo, y sobre las falsas apariencias también.
Posee una atmósfera, un baño de espiritualidad que le sienta fenomenal. Ya esos maravillosos planos panorámicos del principio ponen en situación, captan inmediatamente la atención. Y, por una vez, he de reconocer que el título puesto en España es superior al original, pues contribuye al misterio.