En su momento asistí a la sala a ver con ganas “El caso Fritz Bauer” (“Der staat gegen Fritz Bauer”), no ya tanto porque hubiera cosechado el varias veces no tan respetable premio del público del Festival de Locarno, sino porque el asunto del fiscal alemán que estuvo detrás de las pesquisas y la captura en Argentina del criminal de guerra Adolf Eichmann, me interesaba mucho. No solo no me defraudaría, sino que me pareció un meticuloso trabajo de reconstrucción ambiental -en su sequedad expositiva, ético/moral- de considerable valor.
Como la también relativamente reciente y coetánea “La conspiración del silencio” –no confundir con la obra maestra de John Sturges fechada en 1955, esta carece del artículo inicial… conspiración-, vuelve a hacer gala de un tipo de hacer cine a la manera germánica, muy preciso, milimétrico, recio, tanto a la hora de ofrecer información, datos, como en lo referido a su puesta en escena, características que en otras ocasiones resultan un lastre, aquí se acabaron trocando en virtud.
Por centrarnos en el poderoso país europeo, recuérdese también para tener una visión más amplia y ajustada, otro título del momento “Phoenix”, o la obra en general de Christian Petzold, director de la citada y uno de los cineastas más prestigiosos en la actualidad originario de aquellas latitudes centroeuropeas.
Volviendo a la que aquí me ocupa, quien sea capaz -está bien expuesto- de meterse en todo ese entramado de intriga, espionaje, cine negro al fin y al cabo, propuesto por Lars Kraumer, y pese a cierta rigidez narrativa típica/tópica propia también de dicha cinematografía, bien se pueden encontrar con un envolvente “thriller” que se hace eco del tremendo colapso de toda una sociedad, incapaz todavía de enfrentarse al espejo de aquella monstruosidad que supuso el nazismo. Si a eso se le añaden ramificaciones personales –ser judío, homosexual- de quienes tuvieron que encargarse de poner al descubierto las vergüenzas no asumidas y de la presencia aún activa de numerosos miembros del vencido partido, en la sombra, pero todavía con peso específico, tendrán un buen retrato de la situación histórica del momento.
Los dos protagonistas, Burghart Klaubner y Ronald Zehrfeld, están magníficos a base de tirar de una admirable sobriedad interpretativa, alejada de cualquier tipo de exhibicionismo o alharacas, contribuyendo poderosamente a hacer mucho más convincente esta fundamental investigación en tiempos de aparente, tan solo aparente, calma. Y es que siempre hay que estar atento con los poderes fácticos del estado, de su sesgada utilización, mucho más cuando hay motivos más que sobrados para ello. Y para ejemplos, miles, a toneladas, a lo largo de la historia, imposible salvar algún período, encima el globo terráqueo es de lo más extenso.