En el año del Señor de 1961 se rodó en magníficas localizaciones españolas de Burgos, Calahorra, Belmonte, Peñíscola, Ávila, los estudios Chamartín de Madrid, Colmenar Viejo, Ripoll y León, esta obra maestra sin paliativos del cine de aventuras y de la épica más desbordante. También se filmó en Bamburgh Beach y Roma. Y mi colega Francisco Badía me contó que se llegó a rodar una escena nocturna en la ciudadrealeña Puerta de Toledo que finalmente sería desechada en el montaje.
Hacen falta bemoles para que tuviera que ser un estadounidense, el grandísimo Anthony Mann, por aquel entonces casado con la criptanense Sara Montiel, quien tuviera que contarnos mejor que nadie nuestra propia historia, aunque fuera en clave de ficción cantar de gesta. Con todas las mentiras que ustedes quieran… pero benditas sean en este caso.
Aplicando, además, de manera sabia e inteligente la estructura de un género, el western, del que fue uno de sus máximos especialistas, uno de sus nombres referenciales. Pues Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid bien podría ser visto como el capataz del rancho, los musulmanes resultar los equivalentes a los indios o cuatreros y las diversas coronas españolas los dueños del rancho asaltado.
Otro foráneo, el australiano Robert Krasker (merecidísimo ganador del Oscar por la expresionista “El tercer hombre”), fue el encargado de filmar de manera inmejorable el paisaje castellano y conferirle una gran importancia estética y dramática. Nunca lució tan resplandeciente nuestra meseta.
Y quien mejor que un titánico y agónico Charlton Heston para encarnar a este héroe de leyenda, dándole adecuada réplica esa doliente, arrebatadoramente enamorada y rotundamente guapa Sophia Loren como Jimena. Y está Geneviève Page como una intrigante Doña Urraca, Douglas Wilmer como un señorial Rey de Zaragoza Al-Mutamin (el de “Qué buen vasallo sería, si tuviese buen señor”), Raf Vallone como el Conde Ordóñez o el gran característico británico especializado en malvados Herbert Lom como Ali Ben Yussuf.
La generosa producción del colosalista Samuel Bronston, creador de un imperio cinematográfico norteamericano en plena España franquista, el supuesto (hay serias dudas, sí en cambio alguna foto) asesoramiento de Menéndez Pidal y la vibrante, épica y lírica a la vez banda sonora de Miklós Rózsa, contribuyen a dar adecuado barniz a un conjunto con indudables desajustes respecto a la historia, pero dado lo obtenido, bien podríamos recurrir a esa frase de la canción de Alaska ¡A quién le importa! O a lo que proclamara John Ford a través de “El hombre que mató a Liberty Valance”, cuando los hechos se convierten en leyenda, imprímase ésta.
Desde luego, todo todo un espectáculo para la vista, dotado de un vigor, una emoción (la secuencia del pajar y el destierro, la jura de Santa Gadea, el final… por citar 3 momentos) y un ritmo ejemplar. Y uno muy especial a propósito precisamente de esa escena del pajar y el desenlace con el que está resuelta, ese grito de Mio Cid y Por España, que es difícil, incluso aunque se sea independentista, que no provoque el nudo en la garganta. Es casi imposible que viéndola de niño -y a cualquier edad claro, pero, sobre todo- no sufrir un enganchón de por vida. Claro, que hoy en día, nada que hacer lamentablemente ante las nuevas generaciones en la comparativa con Batman o el Capitán América, y conste que adoro igualmente estas sagas de superhéroes. No está reñido rendir tributo a una y a otras.
Obtuvo 3 nominaciones al Oscar: Dirección artística, banda sonora del genial Rozsa y canción (El halcón y la paloma/The falcon and the dove).
De verdad que creo absolutamente convencido y arrebatado que es una obra maestra morrocotuda.