Espero de todo corazón que el descubrimiento de esta preciosa película romántica, sin estrenar en su momento -1945- en los cines españoles, suponga toda una feliz, una gratísima sorpresa para muchos.
Mi devoción hacia la misma surgió de una emisión nocturna en la Televisión Española mediada la década de los 70, cuando tan solo tenía 13 años. Me dejó completamente abducido aquél primer visionado. Creo que ahí comenzó a surgir mi fascinación idealizadora por la Gran Manzana. De hecho, me parece una de las diez ocasiones donde mejor sale retratada en una gran pantalla, tras o junto a “Jennie”, “Un día en Nueva York”, “Manhattan”, “West side story” o “La historia de Eddy Duchin”. El listado sería casi interminable, aunque son ahora estos los que han acudido instantáneamente a mi memoria.

Las luces de Manhattan pese a que en este caso no contengan color, sino que refulgen en glorioso blanco y negro, se muestran más radiantes que nunca. Lo curioso del caso es que la mayor parte de sus contornos fueron recreados en estudio.
También, probablemente, constituya una de mis cinco interpretaciones favoritas de la mítica y vulnerable Judy Garland, junto a la versión de Cukor de “Ha nacido una estrella”, “Cita en San Luis”, “Ángeles sin paraíso” y la inevitable “El mago de Oz”. Por supuesto, debería añadir otras aportaciones, como las llevadas a cabo para la extraordinaria “Los hijos de la farándula”, “Repertorio de verano”, “Por mi chica y por mí”, “Las chicas de Harvey” o “Vencedores o vencidos (El juicio de Nuremberg)” en una breve, pero sustanciosa aparición. Y dejo otras varias más por una cuestión de no agotarles.

‘The clock/El reloj’ es uno de sus escasos trabajos en los que no canta ni un solo tema, ni baila, lo cual sirve para poder comprobar el enorme talento dramático de esta menuda y enérgica actriz, madre de Liza Minnelli y farandulera (dicho con toda la reverencia del mundo) inestable donde las hubiera, pese a que casi siempre aguantó el tipo artístico. Otro considerable número de extraordinarios profesionales del baile y la canción, como Fred Astaire, Cyd Charisse, Gene Kelly, Frank Sinatra, Bing Crosby, también demostrarían ser unos intérpretes magníficos fuera de sus registros habituales.
Además, con su partenaire Robert Walker, forma aquí una pareja que rebosa química y engarce. Lástima el desenlace en la vida real de este actor estadounidense de Salt Lake City, protagonista de producciones tan estupendas como “Treinta segundos sobre Tokio”, “Venus era mujer” o el que tal vez más ha quedado para el imaginario popular, “Extraños en un tren” del mismísimo Hitchcock. Fallecería en 1951 a la tempranera edad de 32 años debido al consumo de drogas, tras sufrir una larga y durísima depresión.

Como siempre digo, lo mejor es quedarse con los momentos luminosos de los seres humanos y con sus fulgores artísticos, tal como es el caso.
Y de su director, Vincente Minnelli, en el momento del rodaje esposo de Garland, habría que quedarse con toneladas de esplendores artísticos. Puede que haya sido el cineasta más exquisito formalmente que haya dado la historia, junto a Max Ophüls, Kenji Mizoguchi y alguno más que me dejo ahora mismo en el tintero digital.
Su batuta alterna la sofisticación con una sencillez narrativa aplastante. La manera que tiene de contar esa historia de amor de la oficinista y el soldado de permiso en 48 apresuradas e intensas horas, que se inicia en la bullente estación Grand Central de Nueva York, es de un encanto, una delicadeza, un cuidado por el detalle, una sensibilidad, una ternura que noquean por su magistral simplicidad.
Los magníficos secundarios James Gleason y Keenan Wynn como, respectivamente, un lechero y un borrachín, acentúan el punto amable y humano de este embelesador y realista cuento de hadas para adultos.

No es la típica producción Minnelli exuberante y colorida y, es por ello, por lo que sorprende aún más. Por cómo fue capaz de elaborar con simples mimbres una cesta tan suntuosa dramática y visualmente. La rodó entre dos musicales memorables, sobre todo el primero, que se ajustaban más a las que eran sus constantes vitales, el anteriormente mencionado “Cita en San Luis”, de nuevo con la todavía su mujer y el más desconocido –igualmente inédito en su momento en las pantallas comerciales españolas- pero deliciosamente onírico y hasta psicotrópico “Yolanda y el ladrón”.
La fotografía de George J. Folsey potencia las formas y los entornos retratados con sumo esmero por el cineasta. Esos por los que se desenvuelven esos dos seres que apuran vertiginosamente los impulsos del corazón y para los que el tiempo va apresuradamente en su contra para vivir plenamente su pasión. Suele ocurrir, que ante situaciones límite todo se acelera más, lo que sentimos va muchísimo más deprisa y se experimenta con mucha mayor intensidad.
Grandísima, enorme, insólita, irresistible producción Metro necesitada de urgente revisión. Francamente conmovedora sin necesidad de alardes de ningún tipo.