En el arte en general, en el cine en particular, de nada sirven las buenas intenciones si no van acompañadas de solidez, fuste y eso que hay que tener para que una película que toca un tema candente -la inmigración en España- llegue verdaderamente a atrapar.
Es lo que me sucede con el último trabajo del extremeño Benito Zambrano, un notable cineasta, siempre comprometido y activista con causa, pero en alguna ocasión –“La voz dormida”- demasiado maniqueo en sus formas o latosamente explicativo, como es el caso, por mucha razón que le asista.
Eso no resta brillantez a una carrera no muy extensa -6 largometrajes- pero, sin duda, apreciable, desde que debutara con el que tal vez sea su mejor trabajo –“Solas”- junto a su antepenúltimo peldaño, “Intemperie”, basado en una novela de Jesús Carrasco. En todos ellos late una necesidad de mostrar el lado más amargo y denunciador de la sociedad, aunque sea remontándose en el pasado. Su cine es siempre reivindicativo o político de una u otra manera. Todo ello siempre de lo más legítimo si a cambio expende el suficiente atractivo.
Eso sí, siempre tirando de una solvencia o corrección como mínimo, que confieren respetabilidad a cualquiera de sus proyectos cuajados hasta la fecha. Este tal vez no sea el más logrado, por esa necesidad de discursear y por su falta de emoción, pero en modo alguno es desdeñable.
Los actores son creíbles, lo mostrado resulta veraz, pero, ay, tal vez le falte la garra y la emoción requeridas en varios de sus pasajes. Sin duda, el clímax, enérgico y de carácter sentimental al que alude el título, el del salto a la valla de Ceuta o Melilla (tanto monta, monta tanto, da igual a terribles efectos prácticos) pone un broche apreciable a una propuesta que obtiene el aprobadillo, pero que no llega a la altura de los títulos anteriormente destacados de su director, ni tampoco a la notable “Habana blues”, incluso también prefiero su anterior esquirla, la moderadamente apreciable “Pan de limón con semillas de amapola”.
No es cuestión de comparar, y por supuesto no voy a entrar al detalle, no es necesario además (ca una es ca una… que diría el comediante), pero vista este mismo curso, tengo claro que es infinitamente mejor la -esta sí- apasionante y brillante “Yo capitán” de Matteo Garrone. En cualquier caso, resulta coherente con la obra de Zambrano y no desmerece en exceso. Y, algo fundamental, las producciones medias alimentan a la industria… siempre que el público no les dé la espalda.