Así es, esta película nada pretenciosa y discreta en el mejor sentido del término, que seguramente no figurará en ninguna gran antología, a entusiastas de las grandes historias de amor, como es mi caso, consigue proporcionarle un rato agradable y moderadamente placentero.
Se sitúa en tres tiempos, pero esas intersecciones no se estorban y se complementan bien. Es muy diáfana en cuanto a su narrativa. Nada de complicaciones o espesuras, de esas que me están obligando a que tenga que acudir a Google para poder comprender varios estrenos contemporáneos… y ni así se crean que consigo aclararme, tal como me sucede con la recurrente “Todo a la vez en todas partes”. Podría citar otros 15 o 20 más que me generan incomprensión vistos en los cuatro últimos años. Claro que he de reconocer que en mis años mozos me entrené muy bien para esta situación que atravieso actualmente con la contemplación de tantos inaguantables trabajos -salvo los primeros- de supuestos genios como Godard, Resnais, Antonioni o Pasolini.

Aparte, cada vez se hacen menos (y ya ni que decir buenas) películas sobre la belleza de la vida y del amor, alejadas de fealdades o malos rollos, tal como sucedía en el cine en general y particularmente en el norteamericano durante las gloriosas décadas de los 40 y 50.
Aunque he de matizar que el amor viene aquí condimentado por unos ribetes fantásticos que no le sientan nada mal, ya que están abordados sin sobrecarga de ningún tipo y con indudable elegancia, tanta como la que vierte su protagonista. Resulta inevitable sin intención -que sería vana- de compararla, que evoque llegado a este punto, a mi favorita de todos los tiempos, la sublime y arrebatadora “Jennie” (“Portrait of Jennie”), producción estadounidense en fascinante y rugoso blanco y negro de 1948. Si alguien todavía la desconoce, les informo que la tienen a su disposición en una flamante copia en la plataforma Filmin.
Ambas están unidas por abordar una apasionada relación sentimental que atraviesan el tiempo, una de esas historias más grandes que la propia existencia, que la vida misma. Utilizando acertadamente para ello el bello recurso “nietzschiano” del eterno retorno.

Por tanto, ya de partida, algo que se acaba traduciendo en un logro apreciable, atreverse en este tiempo y en una industria como la española con una historia de estas características lo considero de lo más audaz, más incluso que lo de “Emilia Pérez” si me apuran y aunque no acabe llegando a la audacia y calidad de la obra firmada por el gran Jacques Audiard, aunque haya hecho alguna majadera declaración sobre el idioma español.
Incidiendo en lo anteriormente expuesto, da gusto ver a tanta gente guapa en su reparto, desde Mario Casas -continúa ascendiendo, me da en la nariz que puede ser un caso parecido al grandísimo José Coronado- a esas dos preciosas chicas en diferentes etapas de su deambular por este mundo. Una es la “veterana” Michelle Jenner (tengo todavía instalada en la cabeza su interpretación en 2011 para “No tengas miedo” y una jovencita y resplandeciente -qué chica más guapa y qué bien se desenvuelve- Zoe Bonafonte). Y, por supuesto, de lo más distinguida la que sale cinco segundos como colofón.
Y es que todo suma. Qué duda cabe que ver a gente atractiva y que se desenvuelve con galanura interpretativa, es otro de los reclamos que se buscan cuando asistimos a la sala o devoramos cine en el salón de casa, pues a lo de verlo en las tablets, ordenadores, autobús, avión y todas esas fuentes adyacentes no he conseguido acostumbrarme, ni creo que lo haga nunca hasta que abandone esta dimensión.

Detrás de esto, y aunque suponga tan solo su segundo largometraje, se encuentra la lucense (ya me parecía a mí que los aires mágicos galaicos flotan en el ambiente) Olga Osorio, que debutara hace un par de años con la simpática “Salta”, producción con la que mantiene algún punto de contacto que no desvelaré, por aquello de no darles excesivas pistas. Pasó desapercibida, pero no está mal. Aquí da un comedido salto de calidad y consigue enternecer alguno de los corazones de quienes nos consideramos adictos al género. Sus planos-contra planos funcionan certeramente y manifiestan buen gusto, o el que yo entiendo como tal. Este nuevo valor viene a sumarse a ese muy nutrido grupo de directoras españolas que están pisando a base de credenciales sólidas.
Pueden comprobar que los medios apenas han reparado en este “Secreto del orfebre”, que incluso las reseñas es posible que muestren cierta condescendencia y, de acuerdo, seguramente no acabará en la terna de la próxima edición de los Goyas, pero como algunas otras recientes -por seguir ciñéndome a este período post Covid- muestras, van a figurar muy gratamente en mi recuerdo. Me refiero a títulos tan reconfortantes como “Voy a pasármelo bien”, “Explota explota”, “El verano que vivimos” o “Te estoy amando locamente” (recuperaría también “Palmeras en la nieve” o la Trilogía del Baztán, fechadas antes de la pandemia).
Finaliza su proyección y me siento reconfortado por reivindicar una manera de contar las cosas de las de siempre (qué le vamos a hacer… jurásico sin remedio que es uno). No todo está perdido, en realidad nunca lo ha estado, pese a que la especie somos como somos… para mal y para bien (sobre todo en su faceta artística).