A través de las figuras de ese veterano alcalde protagonista, ese viejo contendiente político y de sus fieles colaboradores, se enfrenta con una dignidad a prueba de mamelucos y mentecatos, al ocaso y final de su mundo y a la caducidad de una forma de entender la vida y los embrollos propios de ese mundillo que describe. Sobrepasado finalmente por una generación en la que no tiene mucha fe, pero que es la encargada y designada por el voto popular para coger el relevo.
En este sentido resulta una memorable síntesis narrativa el travelling, sencillo, impresionante y conmovedor que sigue a Skeffington (un descomunal Spencer Tracy), el cual tras perder la reelección camina solitario, en sentido contrario a la muchedumbre que al fondo sigue y aclama al nuevo y atontolinado regidor.
También asistimos a una antológica reunión sentimental de los mejores característicos -me gusta mucho más el término que secundarios, incluso la terminología de actores de reparto me parece aún más precisa- del cine americano, muchos de los cuales eran integrantes de la llamada “compañía estable” del director, a los que éste creo -y ya es decir – que nunca amó tanto como en esta ocasión.
La despedida final es uno de los momentos de mayor intensidad, kleenex y emotividad que haya visto jamás en una pantalla. Esas gracias de Tracy por haberle provocado mil sonrisas a su fiel Ditto (un genial Edward Brophy) me generan que cada vez que la veo estalle en lágrimas.
Se adelantó en muchísimos años al circo mediático que estamos padeciendo en la actualidad. Fue lúcida, profética. Cada vez que vuelvo a revisarla es imposible que los ojos no se me humedezcan. Y sin renunciar en ningún momento a ese humor tan marca de la casa, véase por ejemplo la que urde el del que tiene provisionalmente el hipotético bastón de mando con el hijo de… bueno, no cuento nada, mejor descúbranlo ustedes, pues alguno de los instantes de ese pasaje resulta verdaderamente regocijante (tan sólo sugeriré algo… uniforme de bombero).
Cada vez que me solicitan que elija un título favorito sobre cine relacionado con política, siempre me sale éste. Y me refiero no sólo a lo más evidente, sino en su acepción y amplitud más profunda… sin dejar de entretener a la enésima potencia. Pero es que es muchísimo más que eso, supone todo un tratado sobre la propia condición humana.