El gallego de Orense “salmantinizado” a los dos añitos Rodrigo Cortés es uno de esos artistas prácticamente renacentistas que lo tiene casi todo: talento, versatilidad, amplísima cultura, inteligencia, presencia, toca diversas teclas y todas bien (desde las cinematográficas a las literarias, pasando por las comunicativas) y es también guapetón y con porte. Características de las que también hace gala una coetánea suya, su semejante femenina, la brillantísima y fascinante Paula Ortiz, la firmante de “La virgen roja” y “Al otro lado del río y entre los árboles”, entre otras perlitas. Sin ir más lejos.
Su filmografía como director de largometrajes está compuesta “tan solo” (en un país como el nuestro no está nada mal siendo todavía joven, nada más que 51 años) por seis títulos: el “scorsesiano” e iniciático “Concursante”, el angustioso -mi segundo favorito suyo hasta la fecha- “Buried (Enterrado)”, el brioso “thriller” de reminiscencias sobrenaturales “Luces rojas”, el no logrado pero curioso ejercicio de estilo terrorífico -guiño a Ibáñez Serrador incluido vía “Residencia”- “Blackwood”, el que hasta la fecha es mi preferido, ese fascinante drama romántico y musical ambientado en guetos nazis “El amor en su lugar”, y este “Escape”, al que acudí con la mayor de las expectativas y que debo reconocer me ha dejado un tanto desconcertado, aun teniendo en cuenta lo que iba más o menos a engullir. Y no dudo que en la cabeza de Cortés haya sido diseñado con tiralíneas, muy cerebralmente, pero admito sinceramente mi limitación dicho sin la menor de las ironías. Y es que al poco de metraje finalmente ya me acabo perdiendo, no entro en su supuesta gracia… y ya no me refiero a la cómica, aspecto este que tan solo se esboza con la aparición de José Sacristán como un inefable y divertido juez.
Por supuesto, me niego acudir de nuevo a Google -en los dos últimos años lo he hecho varias veces- para interpretar lo visto o a las declaraciones del propio director para saber lo que ha pretendido contar. Igual no ha habido ninguna intencionalidad concreta de explicar nada y tan solo haya pretendido que el espectador se deje llevar por estados anímicos o simplemente dejarse arrastrar. En mi caso he de confesar que me he quedado varado en la orilla.
Entiéndase que, al venir avalada por el mismísimo Martin Scorsese, admirador de su obra y del libreto que ha dado pie a esta producción, venía en principio con viento a su favor. Realmente parecía que este empeño iba a ser la caña, pero si tengo que apelar al espectador ávido y sincero que siempre llevo dentro, he de certificarles que me ha acabado invadiendo una considerable decepción. De toda su obra es lo que menos me gusta, pero también he de manifestarl que me ha dejado un cierto come-come y estoy dispuesto a concederle una segunda oportunidad. Digo esto porque este 2024 me ha sucedido un fenómeno extraño, que no había experimentado antes. Y es que dos de los estrenos que más esperaba con más anhelo, inicialmente me dejaron fríos. Me refiero a “Horizon: An american saga – Capítulo 1” y “Jurado Nº 2”. Cierto que los visioné en situaciones de franco cansancio y que me voy haciendo veterano, pero pese a ello ambos me produjeron cierta comezón que me impelieron a concederles esa nueva revisión. En ambos casos me ganaron definitivamente para su causa, especialmente el magistral trabajo de Mr. Eastwood. Con un matiz, estaban impregnados por un clasicismo que aquí no advierto. Pero bueno, me dejaré llevar por ese pálpito y la volveré a ver.
Pero voy a lo concreto, a algunas de las razones por las que no conecto con “Escape”, escueto enunciado para una obra densa y avasalladora. Lo que sí parece indudable es que bebe de la creación escrita de su hacedor, me refiero a “Los años extraordinarios” o, especialmente, sus “Cuentos telúricos”. Pero fiel a mi libro de estilo, de no establecer comparativas entre diferentes territorios o medios, no seguiré haciendo mención de ello, me limito a informarles sin más.
Sí afirmo rotundo que no conseguí acabar de entrar en este refrito que me remite a decenas de influencias, pero que en este caso la túrmix cámara de Cortés fagocita de manera compulsiva, agotadora y (supongo que algo en parte buscado) caótica. Por ahí asoman Jardiel Poncela, si me apuran hasta Mihura, Ionesco y el teatro del absurdo, Beckett, incluso el Scorsese de “Shutter Island”, inevitablemente Kafka y su “Proceso” (la secuencia del juicio lleva su ADN, por un momento veo a Perkins en vez de a Casas). Y conste que por principio no me molestan los refritos, sino los resultados, y estos en esta ocasión me provoca grillos en la cabeza, es un batiburrillo que me cuesta digerir.
Tampoco me descoloca y no me gusta un Mario Casas al que cada vez he ido valorando más, pero del que esta vez me distancio, le percibo pasado. Seguramente ha seguido fielmente las indicaciones dada y ha hecho una aportación personal sustanciosas, pero su exceso me fatiga.
Lo que desconozco es si tiene esa pretensión de ser provocativa o de no hacer concesiones (no sé a cuáles concretamente se refieren) que a alguien he escuchado, aunque no creo que haya sido esa la intención (pero no lo sé, claro) o utilizar un lenguaje alborotador; sí en cambio puedo advertir cierta sátira social, pero la sensación que me invade es la de un disparate insustancial que no me provoca ni frío ni calor.
Y pese a ese surrealismo y excentricidad que gasta y que apenas me llegan en su mayor parte, cuenta con algún instante, pocos -alguno referido a la prisión, no quiero desvelar más- que posee un raro encanto, de ahí que esté dispuesto a volver a ella, aunque sea por una única vez… o vayan a saber si luego más si me acabara enganchando. Y es que esto del cine es a veces una cuestión de estados de ánimos, no les quepa la menor duda, y esto lo proclamo pese a que siempre me haya “jactado” de estar inmunizado cuando me siento ante la pantalla… grande o menos grande, pues en móvil, en autobús o avión soy incapaz de ponerme en situación.
Son varios los que la han tildado de inclasificable. Estoy de acuerdo, ya solo depende de cada uno de ustedes si es para bien o para mal, en mi caso me posiciono como ya habrán deducido en el segundo grupo. La respuesta no está en el viento que diría el grandísimo Bob Dylan, sino en cada uno de quienes la contemplen. Ojalá la digieran bien.
Antes de poner colofón, un aviso. Como me marché raudo poco antes de los créditos finales, señalar que después de unos casi interminables minutos se encontrarán con un plano parece ser que nada gratuito y revelador del protagonista. Eso que me perdí. Espero que la información les resulte útil