En el actual cine estadounidense hay unos ochenta directores de los que siempre espero expectante sus últimos trabajos. Sobre todos ellos se erige una Santísima Trinidad que la conforman mis tres cineastas favoritos en la actualidad, esto es por orden preferencial, Clint Eastwood, Steven Spielberg y el algo más irregular Ridley Scott, firmante de este trabajo que aquí me ocupa.
Este último a sus 86 años continúa hiperactivo, incombustible, en magnífica forma, indistintamente de que algunas de sus producciones me apasionen más que otras.
“Gladiator II” en concreto es un buen entretenimiento, por momentos incluso un gran espectáculo, tal como puede comprobarse con la batalla naval del inicio en Numidia, pero ni mucho menos llega a la grandeza y fuste de su antecesora. Hasta el propio protagonista, un eficaz Paul Mescal, reconoce en un momento dado de la trama que su predecesor, el icónico Russell Crowe, era mejor que él.
Al menos paso un rato distraído enfrascados en rocambolescas luchas en el Coliseo y en alguna que otra intriga palaciega.
Y si a aquella primera entrega fin de milenio, de 1999 para ser exacto, le concedo una puntuación de 10 sobre 10, a ésta otra, arrolladora, siendo generoso la otorgo un 6 o 6,5, que no está nada mal. Definitivamente las secuelas no son el fuerte de Scott (ahí están para corroborarlo las dos a propósito de su genial “Alien”, “Prometheus” y “Covenant”), pese a que su imponente impronta visual se vuelva a erigir en una de sus mejores credenciales. Curiosamente Eastwood a lo largo de sus cuarenta trabajos tras las cámaras, jamás ha necesitado hacer ninguna.
Respecto a su rigor histórico es un debate en el que no voy a entrar por diversos motivos. A estas alturas estas cuestiones me agotan. Primero porque es la cantinela de siempre y segundo porque no soy historiador. Por supuesto, si aparte de hacer gran cine se puede ser riguroso, mejor que mejor, pero quede claro que siempre antepondré el primer aspecto, ese que me consiga dejar clavado en la butaca. El que quiera el mayor ajuste posible con los hechos verdaderos (anda que no es difícil esto) que acuda a los historiadores.
Pero es que encima a lo mejor no falta tanto a la verdad como se ha dicho, tal como ya sucediera con su anterior “Napoleón”. Por ejemplo, las naumaquias las recogen cronistas de la época como Tito Livio o Tacito. En cualquier caso, no voy a entrar en esto, aquí lo dejo, aunque sí recordaré que algunas de mis películas favoritas de siempre basadas en personajes reales, desde “El Cid” a “Murieron con las botas puestas”, se han pasado por el forro esta cuestión y a mí me han hecho tan feliz. Para mí no es tan importante esas supuestas falsedades o hipérboles como el aspecto puramente cinematográfico.
De lo que no cabe duda alguna es de que existieron los emperadores gemelos Geta y Caracalla que aquí aparecen. Fue ese un período agitado de varios emperadores en pocos años. También aparece otro más del que no voy a descubrir por motivos obvios. Ello sin entrar en el “gran secreto” argumental de Lucila con el que aquí se juega y que ha sido aireado por mil medios, pero que no seré yo quien desvele por si acaso.
El caso es que resulta admirable que Scott, como otros nonagenarios u octogenarios como Eastwood, Allen y otros muchos, continúe haciendo cine del bueno a sus 86 años. Y lo que te rondaré morena porque su vitalidad e hiperactividad continúan siendo asombrosas. Ya tiene en marcha varios proyectos más.
Como contraste, de esta su última criatura se ha llegado a decir que es una película de romanos para la Generación Z. Por “pancartear” que no quede. A mí estas frases o eslóganes rimbombantes no me importan en absoluto, tan solo pido que se me gane para la causa.
Lo que tengo claro es que su guion continúa la estructura de la original, pero carece ya de su capacidad de sorpresa o fuelle dramático.
Otro de sus hándicaps respecto a aquella primera entrega es que sus personajes están bastante más desdibujados, son de menor entidad, a excepción del encarnado por el grandísimo Denzel Washington, del que apenas quiero señalar nada, aunque sí dejar claro que su Macrinus, tuvo fugaz importancia en el devenir del Imperio.
Sin ir más lejos, los emperadores gemelos resultan de traca. Parecen un par de punkis surgidos de los Sex Pistols. Y no me refiero tanto a su indumentaria, acorde con la época, sino a su extravagante personalidad. Me hacen añorar todavía más al formidable Joaquin Phoenix como Cómodo.
Salvo sin mayores entusiasmos a los que suponen los dos nexos comunes entre las dos partes. A Derek Jacobi como el senador Graco y a la siempre atractiva Connie Nielsen como a la anteriormente mencionada Galeria Lucila.
No consiguen subir la temperatura o que lo visto en pantalla logre emocionarme. Y sí, su acción admito que es de gran calidad, algo consustancial al estilo Scott, pero no me acaba de arrebatar. Su empacho digitalizado, que en minutaje no supone tanto, llega a provocarme cierta inanidad.
Con todo, resulta digerible.