Flipante, definitivamente flipante lo de Mr. Clint Eastwood. A punto de enfilar los 95 años, se descuelga con una película, justo la cuadragésima de su carrera tras las cámaras, que vuelve a suponer una nueva y reparadora bofetada de ese cine clásico hollywoodiense de toda la vida por parte del que viene a ser actualmente el sucesor del más grande, de John Ford.
“Jurado Nº 2” pertenece a ese subgénero judicial que tanta gloria ha venido a aportar al cine norteamericano de siempre. Alejado de la extraordinaria y fastuosa dirección con la que Todd Phillips también lo ha abordado en la reciente “Joker: Folie à deux”, apelando más bien a la simplicidad más reconfortante, el cineasta californiano ejecuta una variación de un título referencial e imprescindible, “Doce hombres sin piedad”, pero introduciendo una premisa muy sustanciosa y perturbadora que no seré yo el que desvele, aunque los tráilers de último cuño ya se encargan de desvelar casi todo.
De nuevo en su obra en la que tal vez supondría una de sus características esenciales, se introduce en las zonas más sombrías o grises del ser humano, de nuevo nos plantea uno de esos dilemas morales o éticos tan consustanciales a su filmografía, de nuevo pone a la justicia en el disparadero sin caer en excesos o cualquier tipo de maniqueísmo. Y rasea sin ambages ni pomposidad sobre cuestiones tan delicadas como el valor de la responsabilidad personal o los límites de nuestra libertad. Desde luego, da jugo y juego con creces una vez finalizada su proyección.
Todo ello lo lleva a cabo sin pretensión ninguna, no dejándose condicionar por la que pudiera haber sido legítima y entendiblemente una tentación testamentaria (ahí está el prodigioso John Huston de la no menos prodigiosa y funeraria “Dublineses”, citada/homenajeada por Almodóvar en “La habitación de al lado”), sin dárselas de nada, haciéndose entender perfectamente en lo narrado (últimamente tengo que acudir a menudo a Google para descifrar o entender lo expuesto en pantalla), de manera eficacísimamente sencilla.
Y puede que ya no le acompañe la energía de antaño o esa emoción queda a lo Ford que solía introducir como quien no quiere la cosa (véanse o deléctense con “Los puentes de Madison”, “Sin perdón”, “Million dollar baby” o “Gran Torino”), pero las suple con creces a base de plena convicción en lo que cuenta, con firmeza, seguridad, aplomo, claridad y transparencia. Hay que ver lo ejemplarmente expuesto que está ese complejo proceso emocional del protagonista, un estupendo Nicholas Hoult, de expresivísima mirada. Y su gran final no viene sino a poner colofón a ello.
Pero si de interpretaciones se trata, impresionante, una vez más, una Toni Collette, que se marca una singular y fascinante fiscal, justo desde el mismo instante que se le cae ese móvil, incluso antes, en el momento mismo que aparece en plano. Y, por supuesto, qué decir de un característico como J. K. Simmons (merecidísimo Oscar por “Whiplash”), aquí como un curtido y lúcido policía veterano. Y así con el resto del reparto, incluyendo en un cometido secundario, pero fundamental (es la chica por la que se desencadena todo) a Francesca Eastwood, una de las hijas del propio Clint.
La pericia es algo que creo nunca nadie o muy pocos han puesto en solfa del arte nada afectado de esta verdadera leyenda de Hollywood, tampoco se le han cuestionado sus benditas hechuras a la vieja usanza, de las de toda la vida, pero advertir este brío y temple a tan respetable edad, supone un gozoso estímulo y un plus. Por supuesto, la inteligencia y la elegancia en la puesta en escena vuelven a brillar.
Larga vida Mr. Eastwood. A por el siguiente trabajo… eso espero fervientemente si ese es su deseo. Por favor, continúe arropándome cinematográficamente.