El extraordinario cineasta de Illinois, John Sturges, uno de los maestros incuestionables del western (ahí están como carta de presentación “Duelo de titanes”, “El último tren de Gun Hill” o “Los siete magníficos” entre otros muchos), el thriller y el bélico de la época dorada de Hollywood, rodó esta producción inédita (al menos que yo tenga constancia) en las pantallas comerciales españolas, entre su primer trabajo importante del Oeste –“La captura”- y un singular, modesto pero apasionante –tal como el aquí comentado- policíaco titulado “El caso O´Hara”, acerca de un abogado alcohólico, Spencer Tracy, que vuelve a ejercer su profesión para defender a un individuo acusado de asesinato.
Sturges, uno de los mejores en haber utilizado jamás el cinemascope, a través de unos encuadres siempre elegantes, armónicos y precisos, que había debutado cuatro años antes con “The man who dared”, demostraría ya en sus inicios una capacidad innata para narrar historias y enganchar a los espectadores.
Este suspense gótico, esta intriga criminal deudora de las geniales de su en aquel momento coetáneo Robert Siodmak (“La escalera de caracol”, “A través del espejo”), que resulta amenazadora y atmosférica, es una brillante muestra de ello y de su extraordinaria capacitación profesional.
Claro que parte de la responsabilidad de ese clima conseguido radica en esa iluminación abigarrada, envolvente, de contrastes y claro oscuros en resplandeciente blanco y negro, que acaba erigiéndose en uno de sus máximos distintivos, habría que ponerla en el haber del especialista y maestro en estas cuestiones John Alton.
Todo ello bajo la égida de una de esas producciones Metro Goldwyn Mayer que no pertenecían a la serie A del mítico estudio, tan solo por una mera cuestión presupuestaria, pero que caso daba igual, pues prácticamente siempre desplegaban un marchamo, talento, empaque a la considerable altura de sus más acicaladas hermanas mayores. Una yesca más de esa ingente y eterna serie B norteamericana, hoy en día mutada en tantas ocasiones en cine indie, que tanta felicidad me han hecho pasar a lo largo de mi ya dilatada existencia de adicto sin cura posible al Séptimo Arte.
El reparto goza también de esa condición de “segunda fila”, pero pueden encontrar nombres tan ilustres entre los característicos como los de Elsa Lanchester (la mítica y justamente celebérrima “La novia de Frankenstein”), Jan Sterling (la insatisfecha esposa de la magistral y precursora “El gran carnaval”) y Betsy Blair (por siempre inolvidable protagonista de las memorables “Marty” y “Calle Mayor”). O protagonistas de lo más aparentes y resolutivos como el latin lover Ricardo Montalbán o la encantadora Sally Forrest.
Fue nominada en 1950 al Oscar a la mejor historia. Y la verdad es que hay que reconocer que aglutina numerosos puntos de interés para mantener constantemente en vilo y conseguir no apartar la vista de lo que va sucediendo, hasta esa crecientemente tensa resolución. Nada revelaré de la sinopsis para que ese misterio del título se acreciente más, tan solo que toda la trama se desarrolla a partir del hallazgo de un cadáver descompuesto en esqueleto en una playa de Massachusetts.
Contemplada con cierta perspectiva, bien pudiera ser considerada como un antecedente de CSI, por la meticulosidad de sus pesquisas, los exhaustivos análisis forenses y los profesionales métodos empleados por los agentes.
Una verdadera rareza en el más positivo sentido del término. Una película verdaderamente sólida, competente y que viene a sumarse a ese interminable repertorio de miles de cintas –más o menos populares o conocidos- que han contribuido a mi veneración por el cine hollywoodiense de su prolongadísima edad de oro.