La familia protagonista es cuáquera, nada que ver por tanto con la que fuera la mía, aunque también se adornara de firmes convicciones religiosas, me resulta fácilmente identificable, reconocible, cercana, incluso empática.
El tema de fondo, intentar –no necesariamente lograr, casi nunca es fácil- mantener las propias convicciones pacifistas ante situaciones límite, una Guerra Civil por ejemplo (de eso sabemos tristemente por estas latitudes), está tratado con una exquisita delicadeza, ternura y sensibilidad, sin descuidar en ningún momento el sentido del humor.
William Wyler, ese genial director al que achacaban felizmente no tener estilo, pues el suyo era siempre ponerse al servicio del requerido por la historia de turno, el mismo imponente profesional que obtuviera 3 Oscar (por “La señora Miniver”, “Los mejores años de nuestra vida” y “Ben-Hur” ¡con cuál quedarse!, es el segundo más laureado de la historia tras el inigualable John Ford), consiguió otra más de sus obras redondas, embriagadoras, inmarchitables al paso del tiempo, definitivamente magistrales.
La rodó entre las previas “Vacaciones en Roma”/”Horas desesperadas” y las inmediatamente posteriores “Horizontes de grandeza!/”Ben-Hur”. Total… nada. Con solo este dato, con el mero enunciado de estos títulos, prácticamente está todo dicho. Juzguen, califiquen ustedes tan estratosférico nivel, un pleno de tal magnitud.
Su cine fue siempre, y así ha quedado para la posteridad, primoroso, impoluto, bellísimo. “La gran prueba” o “Persuasión amistosa/Amigable persuasión” (tal es su título original en su sentido más estricto) es otra demostración irrefutable de ello.
Fue estrenada sin acreditar el nombre de su guionista porque Michael Wilson figuraba en la nefanda lista negra de Hollywood. Justicieramente sería restaurado en 1996.
La novela de Jessamyn West de la que partía cubría un período de 40 años de la historia de los Birdwell. Acabó siendo circunscrita al período comprendido por la Guerra de Secesión, aunque la acción a su vez sería comprimida en un solo año, 1862, con vistas a un mayor aligeramiento para los espectadores. Aunque tal como rodaba Wyler, si hubiera durado ocho horas seguro que estas se habrían digerido sin rechistar… y posiblemente tan felices casi todos.
Ocho años acabó tardando este proyecto en ver la luz. Wyler se lo ofreció a la Allied Artists de Paramount. Su presupuesto inicial de 1,5 millones de dólares acabó siendo duplicado. Finalmente acabó alcanzando los 4 millones en taquilla, números de superávit respecto a sus 2,5 de coste total.
El rodaje se trasladó de la prevista Indiana a un estudio y a una propiedad del Valle de San Fernando.
Ronald Reagan le regaló una copia al presidente ruso Mikhail Gorbachov durante una de las cinco cumbres que tuvieron lugar entre ellos para la distensión y desnuclearización mundial. Como símbolo de la necesidad de encontrar una alternativa a dirimir conflictos bélicos, como un ejemplo para resolver las hostilidades o las diferencias entre pueblos.
Bucólica, casi pastoril, elegíaca, lírica, ejemplar en todos los sentidos o aspectos con los que se quiera enfocar esta perdurable obra maestra.
Tuvo seis nominaciones al Oscar, incluyendo película y director, y obtuvo un Globo de Oro a Anthony Perkins como mejor promesa masculina, la inclusión por parte de la National Board of Review dentro de su Top 10 anual o la Palma de Oro en el Festival de Cannes, constituyen reconocimientos de prestigio que no hacen sino refrendar aún más la aureola, la calidad y valía que atesora de por sí.
Ah… Adorables Gary Cooper y Dorothy McGuire (y sus hijos) como el matrimonio aglutinador. Y la carrera de caballos entablada entre el primero y su vecino, resulta imposible de olvidar. En realidad, todas sus escenas o secuencias lo resultan.