Ocho años antes de que Jack Nicholson/Randle McMurphy paseara sus irreprimibles, irrefrenables ganas de libertad en “Alguien voló sobre el nido del cuco”, se le había adelantado un grandísimo, ex héroe militar y preso Paul Newman encarnando a otro espíritu libre, Luke Jackson. Un tipo tozudo, rebelde, inadaptado, indomable (su inicio, su presentación resulta de lo más reveladora), carismático, interpretado glamurosa y magnéticamente por el actor de los intensos ojos azules y la sonrisa envolvente, un actor inmenso. Sin duda, un precedente anti sistema en toda regla, de los que van verdaderamente por su cuenta y riesgo pagando peaje por ello.
Un retrato formidable, duro y tierno a la vez, tanto del personaje como del mundillo penitenciario (dentro del subgénero es uno de sus referentes, de los indispensables, junto a “Cadena perpetua”, “Fuga de Alcatraz”, “Veinte mil años en Sing Sing”, “El hombre de Alcatraz”, “La gran evasión”, “Traidor en el infierno” y tantísimos otros más) y del sureño telón de fondo, llevado a cabo por un director más que solvente, brillante, puesto habitualmente al servicio de la historia, sin filigranas, siempre sobrio. Me refiero al neoyorquino Stuart Rosenberg, quien firmara otra joyita del subgénero de prisiones trece años más tarde con el amistoso antagonista –y cómplice en dos memorables ocasiones: “Dos hombres y un destino” y “El golpe”- de Newman en los 60, 70 y 80, el igualmente grande Robert Redford. Su título seguro que lo recuerdan los buenos aficionados un tanto veteranos, “Brubaker”.
De Rosenberg ténganse en cuenta también “El sindicato del crimen” (su «opera prima»), “San Francisco, ciudad desnuda” (un estupendo y tenso policiaco protagonizado por Walter Matthau), “Terror en Amityville” (emblemático del género terrorífico), “Locos de abril” (el debut en Hollywood de Catherine Deneuve) o “Sed de poder” entre su veintena de trabajos firmados.
Esta supuso la primera de cuatro colaboraciones del cineasta con Newman. Tras esta vendrían otras tres destacables, puede que no llegando a la grandeza de la que aquí me ocupa, pero en absoluto desdeñables: “Un hombre de hoy”, “Los indeseables” y, especialmente, “Con el agua al cuello”, notabilísimo “remake” del referencial y soleado policiaco sesentero “Harper, investigador privado”.
No solo el tándem funciona a las mil maravillas. El ramillete de actores secundarios –qué fea e injusta denominación- o de reparto que les rodearon no tiene desperdicio alguno, ni tan siquiera uno solo de ellos. Llegado a este punto resulta obligado citar a George Kennedy (merecidísimo Oscar, Newman lo perdió ante el también imponente Rod Steiger de “En el calor de la noche”) como el líder de presos e inicialmente rival Dragline; un Dennis Hopper pre “Easy rider”; Harry Dean Stanton; “el hombre sin ojos” –por lo de las gafas de sol- Morgan Woodward y Strother Martin como el severo guardián Capitán.
Solo salen dos mujeres, Jo Van Fleet como la madre enferma de Luke (había sido la progenitora proscrita de James Dean en “Al este del Edén”) que acaba proporcionando un pasaje muy dramático, y en una fugaz, pero imposible de olvidar aparición Joy Harmon, centrando una tórrida escena de lavado de coche, con manguera y jabón, que serviría posteriormente de inspiración para innumerables spots televisivos con carga sensual.
Cuenta con otra secuencia, bueno la verdad es que tiene muchas más, por las que es recordable y perdurable “La leyenda del indomable”. La de la apuesta de la ingesta de 50 huevos por parte de Luke/Newman que, en la realidad, para darle mayor veracidad a la cuestión, llegó a tomar en unos veinte (algunos podridos), con el consiguiente ingreso en un centro de urgencias. Eso cuenta al menos la leyenda. Y protagonizándola él yo me creo la anécdota a pies juntillas.
Pero ya digo, hay muchos más momentos que perduran en el recuerdo, como el combate de boxeo o el del alquitrán (cuya melodía sería usada en las aperturas de diversos noticiarios made in USA).
Y es que una buena parte de su mérito y del magnífico acabado que presenta reside en un guion preciso, duro, sensible a la vez, rico en matices y contundente, basado en la novela de Donn Pearce, al que encargaron junto a Frank Pierson trasladarlo a la gran pantalla. Parece ser que cuenta con tintes eminentemente autobiográficos, pues su autor había sido previamente un experto en cajas de seguridad que estuvo encerrado una temporada haciendo trabajos forzados. Incluso se permite un cameo como uno de los internos.
En esencia, supone una diatriba contra el abuso del poder, o el autoritarismo sin medida e injustificadamente. También alude a la fe como desafío.
Conviene no olvidar que el rodaje se emprendió en plena época contestaría en los Estados Unidos, con la oposición a la guerra de Vietnam en uno de sus puntos álgidos.
Archivada en el Registro Nacional de Filmes de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, estuvo nominada a cuatro estatuillas –actor principal, secundario, guion adaptado y música original- obteniendo tan solo la anteriormente citada a Kennedy.
Precisamente referida a su banda sonora (de Lalo Schifrin), a su tema principal, cabe destacar un score repleto de música popular y jazz, utilizando preferentemente instrumentos como guitarras, banjos y armónicas, sonidos del sur de los Estados Unidos. Al respecto, Newman (para cuyo papel se había pensado inicialmente en Telly Savalas o Jack Lemmon, cuya productora es la que se encargó finalmente de avalar este proyecto) se trasladó a West Virginia para grabar acentos locales –no se olvide que la acción transcurre en una penitenciaria de Florida-y examinó escrupulosamente el comportamiento de los lugareños. Una técnica muy del Actor´s Studio en el que se formó.
Fue su cuarta nominación a los Oscar tras “La gata sobre el tejado de zinc”, “El buscavidas” y “Hud”. Menudo póker.
Constituyó un incuestionable éxito de taquilla. Y cada vez que era emitida en televisión gozaba de unos considerables índices de audiencia.
De obligado visionado.