Lo han proclamado muchos, el colega Carlos Aguilar uno de ellos, y no seré yo quienes les desdiga, ‘La vida en un hilo’ es una de las comedias mejor construidas del cine español. Muchas otras mundiales que vendrían tiempo después y que se prolongan hasta nuestros días beberían, consciente o inconscientemente, de la misma. Desde la genial “¡Qué bello es vivir!” hasta las más relativamente contemporáneas “Family man” y “Dos vidas en un instante”, o la contemporánea “La la land”, mejor dicho, el postrero minuto de ésta.
Pero a todas las supera la aquí comentada, salvo a la citada obra maestra de Capra y al musical de Damien Chazelle, si no en su definitivo y rotundo acabado formal, sí en cuanto a alegría de vivir y pionerismo por ser la primera de la que tengo constancia en manejar admirablemente lo que es el asunto principal de la historia.

¿Y cuál es este? Muy sencillo y complejo a la vez. Parte de la premisa de ¿qué habría sido de la vida de una mujer si se hubiera casado con otro hombre en vez de con su difunto marido? Supongo que ahora entenderán mejor el porqué de esos títulos anteriormente citados.
Partiendo de modelos clásicos de la comedia norteamericana del momento (el citado Capra, Lubitsch o Preston Sturges), de la cual su director, el gran Edgar Neville, era un apasionado admirador, llevando aquí a cabo un novedoso y original tratamiento de una modernidad sorprendente, y no solo por la utilización de los “flash backs” y los saltos temporales, algo muy adelantado para el cine patrio de la época, sino por la creativa manera de elaborar las situaciones.
Sí conviene aclarar que tal vez sea su obra, o una de las escasas de su grueso principal, en la que más renunciaría a algo inconfundible en su filmografía, el casticismo, el sainete. En algún momento asoma un poco de ello, pero de manera más bien episódica, a través de esas conversaciones de amigos o esas inefables tías del pueblo.
También en lo argumental presentó numerosos atractivos. Las tres líneas fundamentales en la que se mueve el texto escrito por el propio Neville (uno de los grandes cineastas autóctonos de todos los tiempos) son la de una aguda crítica a las clases altas, a la burguesía, y esa idea que da casi siempre tan buen juego acerca de lo que pudo ser y no fue. Me resulta inevitable volver a mencionar ese final de “La la land”. Y es que las jugarretas o los golpes del destino, las casualidades/causalidades de la vida, la naturaleza del azar, o como prefieran referirse a ello, acaba constituyendo su sustento principal.
Esto se expande mediante unos diálogos de gran viveza, chispeantes, que contribuyen poderosamente a que la historia avance ágilmente. Por otra parte, resulta muy acertado el tono entremezclado de candor, malicia (más considerable de lo que pueda parecer a simple vista), sarcasmo y fabulación.
También se contó con la complicidad de unos cuantos intérpretes ideales, en especial una elegante y cosmopolita Conchita Montes, pareja del propio Neville en la vida real. Pero por ahí pululan otros intérpretes señeros como Guillermo Marín (el pretendiente formal y aburrido) y Rafael Durán (el bohemio). Resulta igualmente sustanciosa pero mucho más breve la aparición de Julia Lajos como la adivinadora con la que coincide la protagonista en el tren.
Si quien lea esto no conoce todavía la obra del genial cineasta de la Villa y Corte, no dilaten más esa carencia. Acudan o intenten ver en cuanto puedan “Domingo de carnaval”, “El último caballo”, “El baile” “El crimen de la calle de Bordadores” o ese inclasificable, insólito y estupendo “fantastique” castizo que es “La torre de los siete jorobados”.
“La vida en un hilo” no triunfó comercialmente cuando fue estrenada, aunque la crítica la recibió estupendamente y el boca a boca contribuiría a que muchos la conocieran. Eso sí, dio origen a –esta sí- una exitosa obra teatral llevada a cabo por el propio autor y a un “remake” cuarenta y siete años después firmado por el prestigioso y fundamentalmente escenógrafo Gerardo Vera.
Uno de los títulos de oro del cine español de una asombrosa vigencia. Para que se la apunte quien todavía la desconozca.