Ya en el momento de su estreno -1984- “La zona muerta” fue considerada como una de las mejores adaptaciones (asunto este, el de las adaptaciones, en el que nunca suelo entrar dado mí libro de estilo) del prolífico y excelente Stephen King. El lugar donde transcurren los crímenes, Castle Rock, es una ficticia localidad del estado de Maine, pues existe una real en Colorado: es la primera vez que aparece un sheriff de tal lugar, George Bannerman.
Constituye éste un trabajo riguroso, apasionante, perturbador, inquietante y muy elaborado acerca de un individuo con poderes extrasensoriales, adivinador del futuro (y del pasado), con todos los posibles problemas y dilemas –éticos, morales- que ello le pueda acarrear, y cuyas consecuencias acabarán alcanzando a las más altas instancias políticas estadounidenses y al mismísimo destino de la humanidad. También incide de manera importante sobre la soledad que ello puede generar en su protagonista. Toda una tragedia.
Su intérprete, Christopher Walken (“El cazador”) ofrece una impecable interpretación. No deja de resultar otro de esos individuos singulares tan propios y queridos del mundo del escritor y también del cineasta. Igualmente deambulan con prestancia Brooke Adams y Martin Sheen, éste último bien pudiera ser que retratando a un antecesor del mismísimo Donald Trump para espanto de los mortales.
El guion muestra suficientes giros imprevistos para sorprender constantemente al espectador. Y ni en un solo instante decaen la intriga, la desazón y el permanente interés.
Lo considero un peliculón. A reivindicar sin pestañeo alguno.