En “Marco” los destacables cineastas vascos Aitor Arregi y Jon Garaño (qué aspecto de buena gente tienen, pero en este tiempo loco la mano en el fuego ya casi ni la pondría por mis queridísimos y ya ausentes padres… a saber, es broma), de los cuales cuyo trabajo más destacable hasta la fecha continúa siendo para este comentarista la excelente “La trinchera infinita”, hacen un buen trabajo, de lo más aseado, tal como sucedía en “Handía”. Si no la conocen intenten descubrir su opera prima, la francamente estimable, hermosa, delicada y original “Loreak (Flores)” y, por supuesto, la actual y notable serie “Cristóbal Balenciaga” (la pueden ver en Disney), sobre el célebre diseñador de moda guetariano o guetaiarra (elijan el gentilicio que prefieran, incluso el vasco getaiarra).
Tal vez parten con un hándicap, como es el de tener que remontar una historia cuyo suspense fuera puesto al descubierto al haber sido una noticia ampliamente difundida por los medios de comunicación de la época. O tal vez esto se reduzca a un inconveniente exclusivamente mío -y puede que de algunos otros- por haberla seguido con cierta avidez en su momento, como le sucediera a su máximo nivel al ahora académico Javier Cercas, el cual la acabaría plasmándola brillantemente en una novela titulada “El impostor”. De hecho, cuenta con un simpático guiño al respecto.
Me refiero a ese individuo, Enric Marco, que estuvo manteniendo durante décadas haber sido superviviente de los campos de exterminio nazis. Y hasta aquí voy a leer pues bastante he desentrañado ya, y tal vez algunos todavía no estén al tanto de este episodio de nuestra reciente historia o intrahistoria.
El reparo reseñado no consiguen solventarlo del todo sus máximos responsables, acaban siendo demasiados higiénicos y escasamente sorprendentes, aunque lo conseguido provoca atención y es meritorio y solvente. Pero sin llegar jamás a lo magistral, siempre desde una correcta y saludable narrativa, en ningún tramo apasionante, salvo determinados pasajes referidos a cuando está en primera línea quien encarna al protagonista. Sirva, a modo de ejemplo, el pasaje alusivo a cuando le preguntan si estuvo en Flossenbürg. No hace falta que añada más, me ciño simplemente a que reparen ese instante… y a otros, claro.
Y es que la película se eleva a cotas considerables gracias a la extraordinaria y camaleónica -literalmente se mimetiza con el personaje real- interpretación de Eduard Fernández, la cual cabe inscribir dentro de genuinos registros tragicómicos (la parte cómica es de una diversión incómoda, sorda). Cada vez que aparece en escena, la pantalla se inflama.
Triple hurra para lo que vuelve a hacer por enésima vez, tirando de un enorme oficio y genio del bueno, siempre a prueba del capote que le echen para embestirlo… y le han puesto unos cuantos de todo tipo y condición a lo largo de su -ya se puede aseverar con rotundidad- brillantísima carrera.
Con lo hecho aquí y en “El 47” no me cabe la menor duda de que debería ser galardonado como el “mejor” (esto es siempre es relativo, sin duda) intérprete masculino en la próxima edición en los Goya. Tiene ya tres cabezones, dos como actor de reparto por su introvertido y paciente personaje en la muy apreciable “En la ciudad” y por su descomunal Millán Astray en “Mientras dure la guerra”, y un tercero por el desahuciado de la asfixiante y “atragantable” “Fausto 5.0”. Un cuarto sería de justicia. Es de lo mejorcito con lo que contamos actualmente en la piel de oro junto con Luis Tosar, Javier Gutiérrez, José Coronado, Javier Bardem, Karra Elejalde, Luis Zahera, Antonio de la Torre, Pedro Casablanc, Àlex Brendemühl y algunos más que ahora no cito.
El resto de los elementos técnicos y artísticos que conforman esta apreciable producción rayan a buena altura, pasan con nota desahogada, pero no puedo sustraerme a que me resulte inevitable la comparativa con el arte del actor catalán, de nuevo supremo.
Eso sí, quienes desconozcan la historia o el trasfondo de lo que aquí se cuenta, cuentan con un plus añadido.
Merece ser vista. No deja de ser una propuesta intranquilizadora, en algunos tramos sin duda desapacible, mérito estos también de sus dos directores, ya que el guion -no el argumento, por supuesto- no acaba de apurar todas las considerables posibilidades que presentaba este alucinante relato extraído de la vida misma.