03 octubre 2023
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‘Marlowe’… Pálidos ecos del gran cine negro

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Una escena de ‘Marlowe’, protagonizada por Liam Neeson
José Luis Vázquez / CIUDAD REAL
“Marlowe” es lo que se puede entender como una película fallida. Pero cuidado con este calificativo o concepto, pues la historia del cine está salpicada de películas fallidas con momentos deslumbrantes. No es el caso de ésta, pero tampoco la consideraría despreciable, ni mucho menos.

Cuenta con un inconveniente de partida, que puede pesar especialmente en el ánimo y recuerdo de muchos cinéfilos tradicionales y ortodoxos (yo lo soy… y no lo soy, como buen gallego). Me refiero a las justamente célebres adaptaciones que, del célebre detective literario Philip Marlowe, creado por la genial pluma de Raymond Chandler llevaran a cabo Howard Hawks y Dick Richards en 1946 y 1975 respectivamente, encabezadas por dos monstruos, dos verdaderos mitos de la gran pantalla, Humphrey Bogart y Robert Mitchum.

Por supuesto, no quiero tampoco olvidarme de la notable versión de 1973 del a veces plomizo Robert Altman con Elliott Gould embutido en su dura piel, titulada por estos pagos “Un largo adiós”. Entre varias más, hay otra muy destacable de 1945 con Dick Powell (dirigida por el perseguido por el maccharthismo Edward Dmytryk), “Historia de un detective”. Incluso James Caan lo encarnaría también en “Poodle Springs”. O ahí está ese extrañísimo experimento de cámara subjetiva que supone “La dama del lago”. Obviaré por piedad el “remake” de “El sueño eterno” en color, con Mitchum precisamente (pero aquí en horas bajas pese a su siempre formidable presencia, las vías de agua resultaban insalvables) conocida como “Detective privado”.

No desmerece el protagonista de esta nueva y exótica (su nacionalidad es irlandesa en coproducción con España y Francia, cuenta con localizaciones angelinas de los 40 en la Barcelona de hoy en día… no me negarán que ello no deja de constituir toda una rareza) salida a escena respecto a ninguno de sus antecesores. Hablo del en todos los sentidos colosal Liam Neeson. Y no me defrauda en absoluto, pero he de reconocer que dados tan ilustres antecedentes, se me hace raro verle enfundado en la gabardina (es un decir), y sobre todo en trajes de impecable corte clásico. Pero, sin duda, tiene percha suficiente el gigantón de tantas historias vengadoras de los últimos tiempos de su carrera. Curiosamente, está en las antípodas de esos héroes expeditivos con sus variantes que ha venido interpretando recientemente.

También la edad no deja(ba) a priori de resultar también otro hándicap, pues en las novelas Marlowe no rebasa la cuarentena y aquí Neeson luce ya 71 años, esplendorosos sí, pero 71. El envejecimiento respecto a su modelo es notorio, pero no es de los grandes reproches que hago. De todas formas, esto lo comento por comentar, pues el propio Mitchum tenía ya 58 primaveras cuando lo encaró por primera vez.

Lo que desde luego no le falta a su director, el singular y excelente Neil Jordan (“Mona Lisa”, “Juego de lágrimas”, “Michael Collins”, “En compañía de lobos”), es riesgo y audacia. Porque atreverse con estos mimbres y este punto de partida a llevar a la gran pantalla al que es uno de los “sabuesos” más famosos de la historia ha constituido una operación de alto riesgo. La suya es una batuta con cierto respeto y respetando elementos típicos de este tipo de propuestas, réplicas, jazz, humo de tabaco, gimlet, lluvia y algún que otro tiro.

Y aunque el resultado finalmente no es el esperado, o al menos el que yo hubiera deseado, no se le puede negar pericia a este ejercicio que no pretende ser un corta y pega, pero al que le falta la mordacidad y el verdadero filo de la navaja propio de estas historias escépticas, irónicas, desencantadas.

Por tanto, una apuesta discreta pero que no saldaría en modo alguno con nota insuficiente, pues muestra algunos pequeños encantos y se sigue sin mayores bostezos o contrariedades, salvo las propias que puedan esgrimir los puristas. Eso sí, entre otros aspectos, me hubiera gustado un mayor atractivo o encanto visual, las luces de la ciudad Condal daban juego de sobra para ello.

En lo referido a algo tan fundamental en su autor y en el género como los diálogos, esos verdaderos latigazos de palabras, ya daba por descontado que no le podía solicitar peras al olmo.

Ni chicha ni limoná, pero con el justito punto de digestión.

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