De acuerdo en que el tipo de cine en el que se inscribe “Mi pie izquierdo” (“My left foot”), el de discapacitados con el siempre admirable afán de superación, goza del aplauso y la incondicionalidad ya casi de partida entre un amplio espectro de espectadores, entre los que me incluyo. Supongo que es algo perfectamente entendible. Pero no es menos cierto que, como en cualquier otro género o subgénero del tipo que sea, existe lo flojo, regular, bueno y mejor. En este caso hablamos de lo último, de lo excelso si me apuran.

Al frente del reparto y como parte fundamental del alma de la película, se encuentra un portentoso Daniel Day Lewis, en el que sería su primer Oscar de los seis a los que ha estado nominado y de los tres conseguidos. El segundo lo obtendría por “Pozos de ambición” y el tercero por “Lincoln”. Estamos ante un actor fuera de serie, un enorme profesional exigente, meticuloso y perfeccionista donde los haya.
Aquí metido en la piel y en el cuerpo maltrecho del escritor y pintor irlandés Cristy Brown, da todo un recital de interpretación. Un individuo condicionado ya desde su nacimiento por una parálisis cerebral, una triplegia (parálisis de tres extremidades, de ambas piernas) que le avocaría a un estado vegetativo de por vida.

El gran cineasta Jim Sheridan (“En el nombre del padre”, “The boxer” ambas también protagonizadas por Day Lewis, con el que ha logrado establecer una complicidad dilatada a lo largo del tiempo) elaboró sobria y brillantísimamente un riguroso tratado sobre el amor más desprendido, el sacrificio, la fe en uno mismo, la lucha sin tregua y la perseverancia a prueba de todo. Agradezco que para ello no cayera en complacencias o tonos llorones.
“Mi pie izquierdo” es realista, despliega rigor a raudales, posee gran fuerza expresiva y no ahorra dureza expositiva. De esta manera se hace más creíble y patente ese canto de superación y autoestima. Se agolpan para ello las secuencias de enorme fuste dramático… que no es cuestión desbrozar.

El Christy Brown real y ficticio logró encontrar, tras una lucha desesperada, admirable y sin tregua, su lugar en la sociedad. Consiguió dibujar y escribir la historia de su propia vida, algo precisamente nada fácil dados los condicionamientos de los que partía.
Se apoya en una adecuadísima banda sonora basada en un cuarteto de cuerdas, flauta, arpa y piano, que da lugar a cálidas melodías que describen perfectamente los sentimientos experimentados por su protagonista.
Ejemplar en todas sus acepciones. Resulta exultante. Y verdaderamente inspiradora sin caer jamás en la monserga o la pamplina, sin renunciar a eso siempre tan estimulante como el sentido del humor.