Lo primero que me asalta cuando me mencionan este título, “Murieron con las botas puestas” (“They died with their boots” en el original), por cierto, de lo más sugerente y poético, es un inolvidable pase televisivo de cuando era un crío y su secuencia final, la referida a la célebre batalla de Little Big Horn en la que el Séptimo de Caballería sería exterminado por los sioux comandados por Caballo Loco. Y nada espero chafar (o spoilear), pues este episodio es como el Titanic, harto conocido por todo el mundo.
Aquella secuencia de resistencia y heroicidad, formando los soldados un círculo para intentar combatir las acometidas de un número ingente de indios, me hizo soñar en su momento con gestas parecidas. Eran otros tiempos, todavía algunos no mucho más mayores habían padecido las enseñanzas del FEN (Formación del Espíritu Nacional), hoy los chavales con tener el último vídeo juego de moda y exterminar vaqueros o indios -más bien se tiende hoy a los primeros- como marcianitos se darían por más que satisfechos. Y, por supuesto, esto último que acabo de comentar no deja de ser pura especulación.
Era, es uno de esos momentos gloriosos que nos ha proporcionado el Séptimo Arte a lo largo de su historia, con Errol Flynn encarnando a un general Custer romántico y épico esperando la lanzada final sin arrugarse lo más mínimo.
Años más tarde me enteraría que la visión de este personaje ofrecida por el genial cineasta y narrador Raoul Walsh, no era exactamente fidedigna, o igual sí en qué según aspectos (sus luchas con los buscadores de oro). ¿Y acaso no da lo mismo si a cambio nos es regalado un espectáculo y cine inmejorable? Quien quiera hechos rigurosos que acuda a la historia, lo cual claro, no es óbice para que si pueden ir ambas cuestiones unidas mejor que mejor. Ya saben además lo que decía el mismísimo John Ford, cuando los hechos se conviertan en leyenda, imprímase ésta. Ello no quiere decir que si se pueden aunar ambas cuestiones, rigor y genialidad, pues mejor que mejor. Pero qué difícil es hacer historia con el cine, cuando ni los propios historiadores se ponen de acuerdo ante tantísimos y fundamentales acontecimientos, sin ir más lejos tenemos cercana nuestra Guerra Civil.
El caso es que el Custer aquí propuesto es en todo momento diversión, heroísmo, arrojo, caballerosidad, vehemencia. No concibo uno mejor, ni más lírico, ni más aguerrido, ni más galante. Es el que un niño de 10 años y un hombrecito de 52, como el que esto escribe, siempre preferirá.
En esta película me enteré también de que el himno de este regimiento, GARRY OWEN, había surgido en una taberna traído desde la verde Irlanda por un soldado que se había convertido en estadounidense y componente del destacamento. Y que la Guerra de Secesión dividiría a bravos militares de una y otra parte. Esto último está sintetizado en un memorable momento en la que los caballeros del Sur que están en West Point parten con los suyos, tras el estallido del conflicto.
Y es que esto del celuloide, sea más o menos fiable, no deja nunca de enseñar historia, geografía, música, hábitos, costumbres, sociología y galanterías de una emoción sin par. Como esa despedida entre Flynn y De Havilland, en la que el primero premonitoriamente le espeta a la segunda: “Pasear a su lado por la vida fue muy agradable, señora”.
Luego está Anthony Quinn en una de las primeras apariciones que le recuerde, como el citado Caballo Loco. Mucho tiempo después, en un Festival de San Sebastián, tuve la inmensa suerte de conocerlo y charlar brevemente con él. Era un tipo imponente, muy alto, racial tal como en sus películas. Tenía 80 años, pero yo seguía viendo aquel indio que me había sobresaltado en una maravillosa sobremesa de mis años de iniciación y de asomo a esta impagable y adictiva ventana del Séptimo Arte. Y a Zorba el griego, claro.
El portentoso en su sencillez cineasta Raoul Walsh en la que supondría la primera de sus siete colaboraciones con su actor fetiche, ese individuo mítico del bigote muy bien cuidado originario de Tasmania, nos regaló una historia memorable, heroica, de un ritmo vertiginoso. De las que quedan grabadas a fuego… y ni las nuevas tecnologías ni nada que se le parezca podrán competir en sensaciones y emociones con ella… por mucha sofisticación que se haya alcanzado.
Benditas y eternas gracias. Cada vez que la reviso vuelvo a mi patria más duradera, aquella en la que se forjaron mis aficiones y vocaciones más permanentes. Y sirvan todas estas paparruchadas como homenaje al Séptimo de Caballería de mi niñez, ese que solía llegar en el último minuto, evocado por Ford o por esta legendaria producción de 1941.