Si leen de qué va “Parpadea dos veces” o reparan en su comienzo es fácil o entendible que establezcan comparativas con la estupenda “Puñales por la espalda” o, mejor dicho, con su secuela “El misterio de Glass Onion”, vistosa pero no tan estupenda como la primera entrega.
Sin menoscabo de las reseñadas, la cosa no va por ahí, ni mucho menos, pues estamos ante un sorprendente thriller propio de estos tiempos -con magnate e inventos tecnológicos por medio- que apela al movimiento #Me Too, tanto abierta como encubierta o sutilmente. Incluso voy más allá, aunque el de esta fuera el racismo el “leiv motiv”, es inevitable que acuda a mi memoria otro referente de enorme calidad, “Déjame salir”.
Avisados y puestos en situación, no es cuestión despellejar mucho de su trama para no chafar a nadie. Aclaro que no es exactamente una película de terror como ha sido así calificada por algunos medios. Aunque matizo, tal vez no lo sea en su sentido estricto, o sí (ahí tienen uno de mis dos títulos favoritos de la historia, “Psicosis”), acepto que lo pueda ser por retratar lo escalofriante a lo que la actual sociedad está llegando, o ya ha llegado. Y si no, supongo que muchos estarán al tanto de esa actual y horripilante noticia de la sumisión química a la que sometió un ciudadano francés a su esposa, permitiendo que fuera violada por más de 70 hombres en los últimos años. El futuro ya está aquí, siempre lo estuvo, de hecho. Tan solo cambia la sofisticación con la que es posible hacer daño o someter.
Lo bueno de esta opera prima de la notable actriz Zoe Kraviz (inolvidable Catwoman en la sensacional The Batman de Matt Reeves) es que aparte de una envoltura francamente atractiva y muy de este momento, envuelta en un sonido y montaje admirable, es que viene expendida por un muy particular sentido del humor -por momentos negrísimo- y un indudable toque perturbador y misterioso.
Como ya he adelantado hace un par de párrafos, sin duda cabe incluirla dentro de un cine feminista inteligente y alegórico que trata sobre los poderosos, los abusos y la manipulación. No es difícil establecer algún trasunto con el depredador productor hollywoodense Harvey Weinstein.
Desde luego, no me aburre en ningún momento, pese a que pueda admitir que tal vez se solace en esas imágenes muy elaboradas, que por momentos parecieran de diseño hedonista de manual. Por ello, puede que se encharque un tanto o se ensimisme en algún pasaje, lo que no entorpece la rotundidad y contundencia de las que acaba haciendo gala, lo diáfana que acaba mostrándose pese a su aparentemente intrincado argumento.
Agradezco, además, como veterano en esto de asistir a las salas desde hace tiempo inmemorial, ya seis décadas, encontrarme con la presencia de coetáneos, por tanto, veteranos también, como Kyle MacLachlan (actor fetiche de David Lynch) y Geena Davis (la inolvidable esposa frustrada de “Thelma y Louise”). Y con un casi irreconocible -sus ojos le delatan- Haley Joel Osment, aquel niño que veía muertos en la estremecedora y magistral “El sexto sentido”.
Su protagonista, Naomie Ackie, viene a ser la equivalente al Daniel Kaluuya de la citada “Déjame salir”. Y Channing Tatum (el director de vuelo de la NASA Cole Davis en “Fly to the moon”) y la emergente Adriá Arjona (lo mejor de la no muy lograda “Hit man. Asesino por casualidad”) son adecuados acompañantes interpretativos en esta por momentos inmersiva aventura psicológica/”psicotrópica”.
Eso sí, el final… bueno, entiendo que había que clausurarla de alguna manera, pero podría haber podido dar más de sí, resultar algo más brillante y atrevido. No seré aguafiestas, tampoco santificador de una película que denota muy buenas maneras de su novata autora, que se muestra audaz y que aglutina bastantes logros.
Una singular propuesta de la cartelera con todo lo que ello pueda conllevar, la incondicionalidad de algunos espectadores y el atragantamiento de otros.