No deja de ser el resultado de un combinado que hunde sus raíces y su tallo en un perfecto y trabajado guion, de enorme alcance respecto a los sutiles significados que su autor A. B. Guthrie Jr. quiso y logró conferirle, en el que se funden en perfecta síntesis y comunión algunas de las constantes más queridas y fiables del género… la del pistolero errante una de ellas, la de la lucha entre ganaderos y colonos sería otra. Un texto que el excelente George Stevens (GIGANTE, EL DIARIO DE ANA FRANK), con inspiración máxima y exquisita elegancia, no exentas de un sugestivo barroquismo formal, convierte en una bellísima –fundamental resulta para ello la fotografía de Loyal Griggs, merecidísimo Oscar- aportación que se erigiría casi fulminantemente en todo un referente.
La interpretación/composición de Alan Ladd, en la que sin duda constituye la mejor y más reconocible interpretación de su pródiga carrera, “con su indumentaria de gamuza, su rostro angélico y esa aterciopelada parquedad gestual” como bien ha señalado Teo Calderón, confirió a su personaje, el de un solitario y errabundo pistolero, refulgentes detalles de elegantísimo romanticismo (ese baile con la esposa delata en él una inusual delicadeza, encanto, temperatura interior… y ambos camuflan deseos evidentes) y misterio sondable.
Igualmente está irreprochable la pareja que le secunda, compuesta por Van Heflin y Jean Arthur (esa mirada que cruza contemplando a Shane, figura ya en las antologías, desde luego en la mía particular), así como un espléndido ramillete de característicos del calibre de Jack Palance (como el peligroso asesino a sueldo con quien se las verá tiesas el protagonista en un memorable duelo focalizado a través de los ojos como platos del crío), Ben Johnson o Elisha Cook Jr.
Una emocionante y siempre gozosamente revisable obra maestra, que serviría de inspiración treinta años después para un “remake” muy libre de Clint Eastwood en esa otra joya titulada EL JINETE PÁLIDO.
Vibrante final –“Shane, come back”- con esa “llamada de las lejanas colinas” de Victor Young sonando de impagable fondo musical mientras -atención: spoiler- un Ladd herido mortalmente cabalga hacia un destino incierto. Y con esa frase del rubiales y vivaz Brandon de Wilde que ha quedado grabada entre los momentos de oro del Séptimo Arte y en las evocaciones más feliz e intransferiblemente personales: “Shane no te vayas, mi madre te quiere, yo te quiero, todos te queremos…”.
No Shane, ni te has ido ni nunca jamás te irás de mi gozosa existencia cinéfila.