Esa tremenda del subtítulo lo he aplicado debido a su conclusión y al tema de fondo que toca, la violencia de género, aunque la crueldad de ese marido está descrita con inteligencia y sin bilis, lo cual no ahorra ni un ápice de horror al retrato. La calidez la aporta una cría vivaz, adorable, vamos para comérsela, de innata expresividad, siempre admitiendo que cualquier macaco de esta edad la tiene, pero transmitirla en una pantalla no resulta tarea nada fácil… y denota paciencia para quien tiene que dirigirla o canalizarla.
Supone el debut tras las cámaras de la buena actriz sevillana Paz Vega. Para el recuerdo sus interpretaciones en “Carmen”, “El otro lado de la cama”, “Lucía y el sexo” o “Sóla mía” entre otras (no demasiadas más, su incursión norteamericana no ha sido demasiada fructífera hasta la fecha), que sorprende para bien, a mí al menos, por la sensibilidad, el tacto y el sentido de la observación de las que hace gala. Eso sí, tal vez en lo que a su ritmo se refiere, se resienta de falta de fluidez y se muestre un tanto parsimonioso o ensimismado. Ello no supone ningún gran defectillo.
En varias entrevistas ha manifestado que no es autobiográfica, y puede que así sea en su sentido más literal, aunque me da en la nariz que aporta suficientes detalles extraídos de su infancia. Ese lugar en el que la pureza todavía no ha sido profanada, o no generalmente en sus manifestaciones más severas, más crudamente reales, y eso que los niños en tantas ocasiones son las primeras víctimas de la barbarie y salvajismo de nuestra especie. Pero siempre hay una primera vez para todo. De todas formas, como desconozco si verdaderamente responde a cuestiones por ella vividas, no me atreveré a afirmar rotundo esta reflexión, pues nadie mejor que ella para saberlo.
En cualquier caso, daría igual, es lo de menos a la hora de valorar la entidad y la elaboración que la adornan como directora para de una manera sencilla (nada que ver con la fastuosa dirección de Todd Philips en la secuela del Joker) captar lo que pasaba en esa España hispalense de la década de los 80 sin necesidad de tirar de grandes angulares o escenas de masas para mostrar un pulso social, la temperatura de una época y una lacra social que en aquel momento carecía prácticamente de asideros para combatirla (a propósito se me viene a la cabeza una frase escuchada estos días de la propia Vega, “cuando la violencia machista no se nombraba… se hablaba de asesinatos pasionales”). Ni siquiera hoy en día con todos los avances experimentados dista mucho de haber sido superada.
Y si la niña , Sofía Allepuz, sin duda lo mejor de la función, el gran hallazgo, supone un gozoso y acaparador descubrimiento como el hilo conductor que va paulatinamente detectando desde su todavía escasa edad lo anteriormente expuesto, lo cual le otorga al relato una pátina ciertamente desoladora (su hermanito es todavía muy pequeño para intuir casi nada y ella ya se encarga de protegerlo), no deja de suponer una gran valía la aportación de esa sufrida, relativamente abnegada (el divorcio se acababa de recién aprobar y podía suponer una agarradera… mortal) y dolorida madre, plausiblemente encarnada por la propia Paz Vega, que está ejemplarmente contenida. En un momento determinado, Mari verbaliza esa necesidad a la larga infructuosa de separarse ante la desoladora incomprensión de su familia más cercana. Desconozco también si esa similitud física respecto a su progenitora es buscada no, pero a mí me parece reveladora, o cuanto menos efectiva.
El caso es que su trabajo a un lado y a otro del objetivo viene a incidir en una cuestión que vengo defendiendo desde tiempo inmemorial, exactamente desde las hace ya cuatro décadas que vengo ejerciendo una crítica más o menos profesionalizada que, en realidad, es algo vocacional, o mejor aún, supone la constatación de un hecho incuestionable, la de mi enfermiza pasión/adicción por el Séptimo Arte. Me refiero al hecho de que cuando hay algo que contar y se sabe hacerlo, los presupuestos limitados como es el caso, no sirven de excusa, incluso si me apuran pueden llegar a ser un alivio.
Aprecio otras virtudes de la película en sí misma y de su principal responsable. Tal como es la capacidad de inspirar ternura sin necesidad de énfasis ni ostentación alguna. O en relación a esto, tirar de una naturalidad que está siendo santo y seña de una buena parte del último y destacable cine español. O ya en vericuetos más técnicos, el gusto patente por la composición del plano y la luz, sin por ello ensimismamientos innecesarios.
Además, supone “no solo una carta de amor al pasado, sino también una vuelta a la inocencia” (la propia Vega lo ha ratificado), esa que una vez desarrollados como adultos es prácticamente imposible recuperar, pero que es la que nos conforma y a la que no hay que renunciar para acariciarla de nuevo, aunque sea en dosis pequeñitas.
Lo que transmite Rita no es solo la zambullida en esos primeros pasos del descubrimiento de la vida, sino el iniciático abordaje de conflictos que encara mediante elocuentes silencios y miradas reveladoras, de esas que desarman. Por tanto, no considero nada disparatada esa comparativa que alguno ha establecido con la simpar Ana Torrent de la referencial “El espíritu de la colmena”.
Prometedor pues desembarco en otra faceta hasta el momento desconocida de una artista en toda regla que ojalá vuelva a ser ratificado en un inminente futuro. Mientras, disfruten de esta “humilde” y eficaz aportación que se cuela discretamente, sin estridencias, entre las rendijas del corazón.