Creo que el exceso de información recabado previamente por mi parte, ha podido ser un impedimento para adjudicarle el calificativo de obra maestra que anhelaba otorgar a “Rompenieves (Snowpiercer)”. Pero, desde luego, lo que no vacilo un instante es en afirmar que no por ello dejo de considerla apabullante en el mejor sentido del término.
Esta nueva muestra de ciencia-ficción distópica a propósito de cambios climáticos, épocas glaciales y arcas de Noé ferroviarias no tiene ningún desperdicio desde su primera imagen hasta la última.

El quinto largometraje del apasionante cineasta coreano (del Sur) Bong Joon-ho, el de la justificadamente aclamada “Parásitos” o esa maravilla del “noir” asiático que es “Crónica de un asesino en serie”, propone una fábula futurista que felizmente no concede tregua alguna, basada en una célebre novela gráfica, comic, tebeo o como prefieran denominar en 3 álbumes (de Jacques Loeb y Jean-Marc Rochette), planteadas de manera de que cada vagón que van recorriendo los protagonistas constituya una amplia viñeta en sí misma, o como algunos colegas han indicado, un videojuego diferente.
Joon-ho imprime un ritmo endiablado a su cámara y vuelve a dar todo un máster en una de sus especialidades, en filmar en espacios angostos, asfixiantes, reducidos casi a la mínima expresión dado el tamaño de sus criaturas o, como en este caso, de la cantidad de humanos hacinados como sardinas en lata.
Lo que le acaba por conferirle distinción respecto a productos parecidos es que su carga de parábola social tiene muchos estratos. También tal vez ahí resida su mínima flaqueza. Me refiero al recurso un tanto obvio y manido del reparto de los vagones en aras a clases sociales pues, aunque no deja de ser todo un hallazgo reducido a dichas máquinas de hierro y motores, acaba resultando un pelín fatigoso en su exposición.

Pero en modo alguno empaña todo lo mucho que ofrece. Está claro además que el firmante de algunas joyas -anteriormente he citado dos- tan diversas como “The Host” y “Mother”, vuelve a mostrar su brillantísimo estilo pese a trabajar con capital, profesionales e idioma inglés. Ello es advertible en esa peculiar mezcla de comedia y tragedia que vuelve a gastar, o en ese humor negro patente en varios pasajes, como el del sushi, la clase de los críos o la utilización que se hace del deseado alucinógeno.
Yendo al terreno de la acción pura y dura, que se nos es ofrecida espectacularmente y a granel, resulta impagable esa refriega con visión nocturna.
Sin duda, es rica en lo formal y en sus contenidos, pero es ese primer aspecto es el que me deja verdaderamente sin resuello, pues la capacidad de este gran director en lo visual y a la hora de planificar parece mostrarse inagotable, no tiene medida.
Otra demostración de personalidad, es la reutilización de los actores, algunos casi en el anverso de la imagen que de ellos tenemos, como un Chris Evans (Capitán América), héroe nada inmaculado que arrastra un pecado original. También reafirmándolos en algunos de los roles con que los hemos grabado en nuestras retinas a lo largo del tiempo, como ese Ed Harris “trumaniano”. O haciendo guiños a algunos de sus mecenas, como un John Hurt cuyo nombre ficticio, Gilliam, alude un título y un cineasta, “Brazil” y Terry Gilliam, a los que creo han sido aquí tenidos muy en cuenta. También supone un personalísimo cruce de “1984”, “El tren del infierno”, “El show de Truman” y si me apuran hasta de “El mago de Oz”.
Absorbente e hipnótica epopeya social.