Recuerdo con enorme felicidad películas protagonizadas por personajes con sordera o con discapacidad auditiva, que van desde la mítica “Belinda” hasta la más reciente “La familia Bélier” y su oscarizada versión norteamericana ”CODA”, pasando por esa maravilla que es “Hijos de un dios menor”, la imprescindible “El milagro de Ana Sullivan” (en Filmin), “Sound of Metal” (Prime Video), la actual “La hora del silencio” (la pueden ver en Movistar), la plausible intriga “Hush (Silencio) del grandísimo Mike Flanagan, “Slow” (también en Filmin), “El combate de Keiko” (Filmin), la agradable comedia romántica francesa “Estamos hechos para entendernos”, la sesentera “La trampa” de Sidney Hayers, la magistral “La escalera de caracol” de Siodmak (y su setentero remake británico por una espléndida y siempre bellísima Jacqueline Bisset), la muy interesante aportación española “Habla, mudita” o “La historia de Marie Heurtin”.

Llegado a este punto resulta inevitable que evoque también a actores que cuando salían en pantalla se hacían pasar por mudos, pero que no lo eran en su vida, tales como Harpo Marx (venerado desde mi más tierna infancia) o Nick Cravat, el compañero de aventuras acrobáticas de Burt Lancaster en inolvidables clásicos de aventuras como “El halcón y la flecha” y “El temible burlón”, el segundo la mejor parodia de piratas de la historia.
Precisamente apelando al subtítulo de “CODA”, esto es, los sonidos del silencio, o mejor dicho, en este caso convendría sustituir por las ausencias del silencio, bien pudiera servir ello para introducirnos en esta notabilísima película que está llamada a ser una de las mejores españolas de este 2025. Veremos lo que está todavía pendiente por estrenarse (queda todavía mucho tramo), especialmente en la temporada fuerte, en el otoño, a partir del Festival de San Sebastián. Por de pronto, que le quiten lo bailado a la calidad que atesora esta sorprendente opera prima de Eva Libertad, cuya hermana, la francamente -en todos los sentidos- atractiva Miriam Garlo, sorda en la realidad, es también la protagonista.
El fraternal tándem funciona como un mecanismo de relojería, sin estridencias, sin elevar la voz, yendo a lo fundamental y contando las cosas de manera directa y eficaz.

Hay además otro elemento actoral, que me parece fundamental, justamente reconocido en el pasado Festival de Málaga, Álvaro Cervantes, actor catalán a idéntica elevada altura que la de su hermana, Ángela (“La furia”), en un personaje del que hasta ahora no se había hecho demasiado eco en este tipo de historias. Me refiero al marido, al oyente, el cual comenzará a tener discrepancias con su pareja a raíz del nacimiento de un hijo. Es en ese momento cuando la burbuja en que ambos vivían se desbarata. Y esto está recogido con atención al detalle y con sutileza.
Sobre todo, no maquillando a esa admirable mujer, que tiene sus cambios de carácter y sus flaquezas como cualquiera, amén de sus inevitables y entendibles temores. Y es que el discapacitado, sea del tipo que sea, puede ser tan irritante o maravilloso como cualquier hijo de vecino. La discapacidad conlleva respeto para la misma, por supuesto paciencia, pero no innecesarios e injustos paternalismos en lo tocante a la personalidad de cada cual… por mucho que se puedan entender ciertas reacciones condicionadas por esos sentidos mermados.
Hecho este aparte, es de justicia destacar que lo mollar de “Sorda” es ese toque de atención al aislamiento que tantísimas veces padecen las personas no oyentes. Ese dolor que supone vivir en un mundo, en un universo en el que apenas nadie habla tu lengua y donde el afectado/a no puede escuchar lo que dicen los demás. En una palabra… incomunicación.
Su escritora y directora trata y lo consigue de alejarse de planteamientos edulcorados o complacientes. No se busca la emoción fácil o condescendiente. Lo agradezco. Queda más que patentes esos temores al abordar la maternidad… y también la paternidad del conviviente. No muestra complejo ni se llevan a cabo concesiones fáciles para exponer los problemas que se avecinan. Y esto es también de valorar. Y el efectismo no forma parte en modo alguno de su ADN, lo cual supone un alivio, aunque al final en cine o en cualquier otra materia artística no importe tanto el registro como el resultado. Y este me resulta plenamente convincente, que es, al fin y al cabo, lo que importa.
Como es también de ponderar ese tono que gasta realista, naturalista, muy propio del cine español de reciente cuño, lo que contribuye a otorgarle un barniz de credibilidad y autenticidad de lo más reconfortante.
Yo que cualquiera de ustedes no la dejaría pasar.