Ahora que está de moda Jonás Trueba por su última y notabilísima criatura cinematográfica, “Volveréis”, premio en el Festival de Cannes, me parece de lo más oportuno recordar someramente uno de sus trabajos más destacados hasta que llegara década y media después este otro reconocido y laureado.
“Todas las canciones hablan de mí” supuso el debut en la dirección de hijo de Fernando Trueba, Jonás, para el cual optaría por un modelo de cine intimista y un tanto afrancesado. Muestra aptitudes, sentimientos y una manera atractiva de narrar, con oportunas gotas de sensibilidad, sin caer excesivamente en la ñoñería, aunque sí en algún momento en algo de pedantería y de “qualité”.
Se nota a lo largo de la historia su rico bagaje cultural, tanto cinematográfico como literario, haciendo un uso respetable del lenguaje cinematográfico. Como he señalado anteriormente, denota influencias del cine galo que van desde François Truffaut hasta Eric Rohmer.
De ese tipo de películas que se deslizan parsimoniosas, en las que aparentemente no sucede nada, pero en la que los personajes van experimentando interiormente nuevas sensaciones o cambios emocionales.
Trata de afectos, de las idas y venidas del corazón. Suena a sincera y es parcialmente refrescante.
Sus jóvenes protagonistas, algunos desconocidos del gran público (sobre todo en el momento de su estreno), tiran a sosainas, pero algunos secundarios, como Eloy Azorín, avivan algo más el cotarro. Y qué contar de una Bárbara Lennie que todavía no había explotado, pero que ya denotaba unas maneras excelentes.
Se deja ver con cierto agrado. No ofende a vista u oído, me resulta grata al paladar. Ya denotaba un cineasta con voz propia y sentida.