“Este país se hizo para mí y para ti” (Pete Seeger)
“No pidamos la luna, tenemos las estrellas” (Bette Davis en “La extraña pasajera”)
Hasta que no vi esta biografía del inmenso Bob Dylan, mi película favorita de los Oscar era “Anora”. La cosa cambió instantáneamente… y miren que me gusta la peli del gran Sean Baker (récord de la historia de estatuillas doradas cosechadas en la misma ceremonia… cuatro… como director, productor, guionista y montador). Pero es que también ha superado a mis 3 estrenos preferidos de lo que llevamos de 2025, esto es, “Memorias de un caracol”, “Flow” y “The Brutalist” (y otros tan estupendos y reconfortantes como “La acompañante” o “Presence”).
Lo que ha vuelto a conseguir ese formidable director de estilo invisible llamado James Mangold es apabullante. Me estoy refiriendo al firmante de “A complete unknown” y de las igualmente estupendas “Le Mans ´66” (verdaderamente imponente), “En la cuerda floja” (que enlaza con la que aquí me ocupa por su protagonista, Johnny Cash), “El tren de las 3:10” (brillantísimo “remake” de un clasicazo), “Identidad”, “Logan”, “Lobezno inmortal”, “Indiana Jones y el dial del destino”, “Inocencia interrumpida”, “Kate y Leopold” y alguna más.
Una muestra de su enorme talento es cómo están filmadas las tres actuaciones en el Festival de Newport. Las dos primeras resultan toda una lección de cómo sugerir sendas rupturas amorosas. Y la tercera actuación, también primorosamente resuelta, sirve para comprender el título y el rumbo que tomaría la carrera del ecléctico e irrepetible músico.
Cuando Clint Eastwood deje de cabalgar por estas praderas terrenales, tiene más que garantizado el relevo del gran clasicismo con compatriotas tan excelentes como Ben Affleck, Mel Gibson, Jeff Nichols, Scott Cooper, Damien Chazelle, Todd Phillips o el citado Mangold.
Ya habrá ocasión más adelante de que me extienda todo lo muchísimo por ensalzar que se merece con este último prodigio suyo, que se acaba erigiendo un tapiz de esa América de un momento muy concreto, la turbulenta y agitada de los 60, la ilustrada que, desafortunadamente, no es la que reina actualmente en la Casa Blanca con un inquilino verdaderamente impresentable (del mayor genocida de este siglo Vladimir Putin ya ni cuento). Y esto lo proclama bien alto un devoto de la cultura norteamericana y de los propios Estados Unidos. Pero los que representa ese individuo -por ser suave- vocinglero no me representa ni por lo más remoto.
Es más, cuándo a veces me han preguntado en que época de la historia me hubiera gustado vivir, mi respuesta siempre es permanente e inalterable… en los USA de los 50 y 60, período de determinantes cambios sociales. No se olvide que el 90 por ciento de los fundamentales del último siglo y medio proceden de allí: el feminismo bostoniano con la declaración de Nueva York de 1850… de ahí la celebración del día de la mujer, igualmente el del trabajo del 1 de mayo surge por la lucha de los obreros de Chicago que pagaron con su vida la reivindicación de las ocho horas diarias, no se olvide tampoco el movimiento LGTBI surgido en Stonewall (San Francisco), los derechos civiles, los beatniks, los hippies, el rock, el blues, el jazz, la literaria generación perdida, su impresionante cine social y de divertimento (primordialmente entretenido) … y un interminable etcétera.
La aquí retratada es una América bulliciosa, creadora, abierta, tolerante, abigarradamente bohemia. Y conste en acta que el homenajeado no es un tipo precisamente simpático. El guion recoge sus primeros cinco años de inicio y esplendor en la Gran Manzana. Período que se interrumpió por un hecho dramático con el que concluye la historia. Comprende de 1960 a 1966, de los 20 años con los que fue a visitar al hospital a la leyenda folk Woody Guthrie, hasta los 25. Con ambos se abre y cierra el arco narrativo.
En este punto, resulta increíble los nombres míticos y los actores que los interpretan. Por ejemplo, Timothée Chalamet recrea de manera impresionante al chico llegado de Minnesota. Lo clava física y musicalmente… pues él quien le pone voz y consigue lo impensable, parecer que se escucha al mismísimo Dylan. Y qué decir de la chica que compone a Joan Baez… si parece la mismísima cantante de Staten Island. Nunca he dejado de asombrarme por la infinita profesionalidad de los intérpretes del país de las barras y estrellas: actúan, se mimetizan, bailan, cantan, declaman y todo aquello que sea menester. Y verán, ya verán cómo está el siempre infalible Edward Norton como el mítico Pete Seeger, lástima que no hayan sacado su inolvidable versión de Guantanamera.
En fin, me noto lanzado, y no es cuestión seguir dándoles la murga. He querido destacar apenas un par de dos o tres memorables esbozos de una propuesta plagada de ellos.
Solo un ruego, no la dejen escapar… en una pantalla grande, como está mandado.
Y recuerden… “No dejen de soplar en el viento ¿Cuántos caminos debe recorrer el hombre antes de que se le llame hombre? Sí, y ¿cuántos mares debe surcar una blanca paloma antes de dormir en la arena? ¿Cuántas veces tienen que volar balas de cañón antes de que sean prohibidas para siempre?… La respuesta está en el viento”.