El gran icono del cine norteamericano desde hace décadas, el incombustible Clint Eastwood, acaba de cumplir 95 años en plena forma. Ilusionado y esperanzado con su siguiente proyecto detrás de las cámaras, tras ese estupendo thriller judicial legado el año pasado que es “Jurado Nº 2”, que tantísimo nos gustó a algunos por lo de siempre, su madurez creativa, su ejemplar sencillez, su falta de afectación, sus claroscuros, sus dilemas morales sin sectarismos ni monserga alguna.
Ese individuo que ha proclamado que no quiere “dejar entrar al viejo” no sé si sería un tipo con el que podría hacer buenas migas de haber tenido oportunidad (ya me hubiera gustado, ya), al igual que digo lo mismo respecto -un dedo me habría amputado, es un decir- al malhumorado (¿sería “pose” o simple hartazgo de la especie?) y genial John Ford, el mejor entre mejores, pero yo a un artista no le pido amistad, sino que me arrebate ante lo que haya parido, sea música, literatura o cine como es el caso.
Son ya cuarenta las películas que acumula en su zurrón desde el otro lado del objetivo, y casi cuarenta sendas maravillas. Duplicada esta cifra por dos son las regaladas delante la cámara. Porque conste que como actor me parece igualmente formidable, lacónico, de expresividad concisa, en la mejor línea y tradición de los intérpretes del país de las barras y estrellas, aunque no es menos cierto que cuando por aquellos andurriales se han tenido que poner histriónicos han sido también los mejores, y me remito si no, al excesivo Nicolas Cage o al británico “hollywoolizado” Charles Laughton. Desde luego el Hombre sin Nombre, Harry Callahan y el socio de la divina “La leyenda de la ciudad sin nombre” ya figuran desde hace mucho en cualquier antología que se precie.
Clint constituye para mí desde tiempo inmemorial todo un referente en tantos sentidos (es uno de mis dos filósofos favoritos, y no lo manifiesto así por hacer un chascarrillo), además su silueta, recortada o no, me parece uno de los tótems sagrados de la gran pantalla. El caso es que mi devoción por él si no incondicional, pues cheques en blanco ni a mi padre, es lo más parecido a poder ser considerada como tal, pues los años me han vuelto un escéptico, jovial y optimista sí, pero escéptico al fin y al cabo y prácticamente incorregible que no se casa del todo ni con su propia sombra… y eso que me considero sosias del mismísimo Peter Pan.
Hace escasas semanas repasaba los cuatro westerns que ha dirigido, todos ellos sublimes, y me han gustado todavía más que aquellas ocasiones que me deslumbraron por primera vez, incluso “Infierno de cobardes” se me ha agigantado hasta límites siderales. Esta y “El jinete pálido” son las dos únicas producciones del Oeste que podrían ser consideradas como espectrales, fantasmagóricas. Y me resultaría fácil explicarlo, pero no es cuestión esta vez de soltarles el tocho. Todas ellas están salpicadas de una emoción inexplicable, esa que siempre gastaron sus antecesores y compatriotas más clásicos, la de introducir la emoción en el plano como no quien quiere la cosa, como si no quisieran atosigar al espectador. Estoy pensando en el diálogo entre el redivivo pistolero Will Munny con una prostituta que consigue erizarme la piel, pues resulta de un pudor, lirismo y una delicadeza sin igual. No concretaré, vuelvan a revisarla y reparen por ustedes mismos por si quisieran corroborarlo.
Claro que vuelvo a ver “Bronco Billy”, una propuesta de inequívoco espíritu “capriano”, y de nuevo me parte de risa y me conmueve. Es otra de sus obras -de las más injustamente subvaloradas- en las que retrata a marginales de manera honda y ejemplar, pues hasta cuando ha hecho producciones de guerra, no se ha fijado jamás en los grandes rangos, sino en sargentos de hierro o soldado de a pie, en intendencia. No quiero tampoco olvidarme de esa joya que es “El aventurero de medianoche” (“Honkytonk Man”) sobre un cantante de country, Red Stovall, tuberculoso y alcoholizado, en ruta iniciática con su sobrino (uno de los hijos de Clint en la realidad, Kyle) por la Norteamérica de la Gran Depresión.
Y acudo a su opera prima, “Escalofrío en la noche”, y dejando a un lado las excepcionales y fundacionales “Psicosis” o “El fotógrafo del pánico”, siempre he considerado que con ella creó las claves del actual psycho killer. Sin duda, yo al menos no la albergo si tengo que referirme a “Atracción fatal”, “Instinto básico”, “Acoso”, “De repente, un extraño” o similares exponentes que bebieron de su savia.
Y qué decir de su tercer trabajo, esa preciosa, admirable y sobria historia de amor entre un sesentón (William Holden) y una joven hippy (Kay Lenz) que responde al título de “Primavera en otoño” (matizo: en el original es “Breezy” que da pie a una cálida canción desgranada por la cálida voz de la californiana Shelby Flint, muy en la línea Michel Legrand). Quien la descubriera en su momento, o incluso más tarde, no creo que entonces le extrañara tanto que fuera capaz de parir esa obra maestra de la conmoción sentimental e íntimamente incandescente que es “Los puentes de Madison”. No se olvide tampoco que “Breve encuentro” en su versión imperecedera de 1945 siempre ha sido uno de sus referentes y cintas favoritas.
Y así podría seguir hasta agotar las diferentes paciencias de ustedes. Supongo que cada cual de quien lea esto tendrá su propia opinión sobre este individuo y su obra, no tengo la menor duda que habrá a quien le parezca cargante o le resulte indigesto. Da igual, como dijera la gran Marlene Dietrich del no menos grande y orondo Orson Welles en la sublime “Sed de mal”: “Es un tipo extraordinario, qué importa lo que digan los demás”. Para mí Clint es auténtico como pocos, continuador de los pioneros, clásico en el mejor sentido del término, y también si me apuran revisionista, pero lo es en el aspecto más épico y continuador de las grandes tradiciones gloriosas de su país, es decir, a su manera.
Larga vida y prosperidad, que diría el vulcaniano Mr. Spock. A lo que me permito añadir de mi propia cosecha… Larga vida Mr. Eastwood, su leal sin incondicionalidades centurión le rinde una vez más complacido tributo.
PD: Mi Top 5 de Clint Eastwood director a fecha de 20 de junio de 2025 es el siguiente: 1) Million Dollar Baby, 2) Los puentes de Madison, 3) Sin perdón, 4) Gran Torino, 5) El jinete pálido… Jamás me canso de verlas, ni el resto de su obra, incluso la más desconsiderada.