Hepburn llegó a reflejar, como muy pocas veces en una pantalla, el tránsito de la adolescencia a la juventud, a la madurez, esa conversión de niña a mujer… que diría la posterior canción de Julio Iglesias. Curiosamente, en sus primeras películas eso vendría determinado por un simple corte de pelo. Así, tanto en esta “Vacaciones en Roma (“Holiday in Roma” en el original, intachable trabajo del formidable William Wyler tal como lo fueron todos los suyos) como en “Sabrina”, era a partir de ese intrascendente acontecimiento cuando comenzaba a darse de bruces con la vida.
Los comienzos de esas dos primeras grandes historias por ella protagonizadas resultaban un tanto tristes, al igual que alguno de sus finales. Por ello siempre me entraron unas ganas tremendas de haber tenido en algún momento la oportunidad de consolarla. Pues una vez contemplados sus desengaños, siempre me acababa transmitiendo un melancólico poso de nostalgia y también de contrariedad, algo que estaba dispuesto a paliar en el acto.
No solamente eso, también nos mostraba como le tocaba cumplir con sus obligaciones hasta el final, con sus regias obligaciones. Y lo tenía complicado para embarcarse definitivamente con un –como siempre, el suspiro de tantas mujeres- apuesto, encantador, elegante, guapetón, educado e irresistible Peck.
Por otra parte, en esa edad púber-juvenil en la que me invadían esas sensaciones, me suponía todo un consuelo pensar que las princesas también mostraban dolor y fastidio cuando les apretaban los zapatos en las recepciones oficiales, tal como le sucedía a su encarnadura de Anna ante la desazón de su preceptor.
Y tantas veces revisé tiempo después esta película, tantas otras soñé con haber paseado, con ella o con alguien parecida, más cercana a mi realidad, por aquellas bulliciosas calles romanas. Claro que para eso tendría que haberme planteado seriamente haberme sacado alguna vez el carnet de conducir… aunque hubiera sido solo para motos. Y es que con que facilidad se troncan los sueños.
Y aunque los deseos más íntimos se acabaran desvaneciendo en su caso, a Hepburn siempre le quedaría para toda la vida el inolvidable recuerdo del día pasado en compañía del apuesto periodista norteamericano en la Ciudad Eterna, al igual que a Ingrid Bergman y Humphrey Bogart siempre les quedaría París para los restos de su existencia. En lo que a mí respecta, siempre me consolaré con el permanente disfrute que supone visionar en cualquier momento impagables y gozosos clásicos como éste que tantísima e inagotable dicha, alivio y felicidad me proporcionan siempre.
Lo que se dice una comedia romántica -mi género favorito, junto al western clásico, pero conste que me gustan, me apasionan todos prácticamente por igual- en toda regla. Irrepetible, insuperable.
(Este lunes 19 de septiembre a las 22:00 horas en La 2)