Bien podría constituir esta mega millonaria “Noé” el equivalente o la réplica actual de aquellas entrañables producciones bíblicas que en tiempos no tan lejanos inundaban en Semana Santa las grandes o pequeñas pantallas de nuestros cines y de la única televisión existente en España.
Constituye una superproducción abigarrada, filosófica, amazacotada, incluso bizarra y brillante en algunos de sus pasajes o resoluciones visuales. No en vano detrás de este mastodonte, de este atípico “blockbuster” se encuentra uno de los cineastas más extraños e inclasificables de las últimas décadas, Darren Aronofsky.

El neoyorquino, en su sexto largometraje, continuaba la línea emprendida con “El luchador” y “Cisne negro” en lo referido a un mayor acoplamiento con la gran industria hollywoodiense y mayor asequibilidad para el gran público, moviéndose entre la ampulosidad, la desmesura, la grandilocuencia y el persistente melodrama. Tal vez al quedarse en varios de sus episodios en una tierra un tanto indefinida o balbuceante en cuanto a registros -épicos, dramático/familiares, existencialistas- le impide ofrecernos una obra redonda, apasionante, de mayor fuste.
Presenta, eso sí, momentos intensos y una mezcla insólita y despistante de religiosidad, primitivismo, relato post apocalíptico y ciencia-ficción. Prueba de esto último son los vigilantes, esos ángeles caídos que se dirían trasuntos rústicos, rudimentarios de los actuales “transformers” robotizados.
Por otra parte, gradezco que los avisos divinos no vengan determinados por voces cavernosas o por apariciones psicodélicas.

También algunas transiciones entre escenas resultan llamativas y vistosas y resuelve algunos momentos apurados, como la entrada de los animales en el arca, de una manera sintética y muy eficaz.
Las imponentes localizaciones naturales finlandesas o el gigantesco plató situado en los alrededores de Brooklyn para recrear el barquito salvavidas contribuyen no poco a otorgarle considerable credibilidad a la historia.
Otro de sus aciertos es la elección del magnético y físico Russell Crowe para el papel principal del profeta, tras haberse barajado inicialmente la contratación de dos actores tan en boga en ese momento como Christian Bale y Michael Fassbender.
El neozelandés confiere a su misántropo personaje un tono grave y severo que no le viene nada mal, en contraposición al jocoso que creara el actor y director John Huston en la década de los 60 para la reivindicable “La Biblia… en un principio” firmada por él mismo. Se nos proyecta como alguien complejo, complicado, un tanto integrista, desde luego nada esquemático y en atormentada lucha interior con los designios para los que se ha visto elegido.

Se encuentra muy bien secundado por las dos mujeres de peso, la siempre espléndida, estilizada Jennifer Connelly y una atractiva Emma Watson, dejados ya atrás sus brujerías en Hogwarts como la pizpireta Hermione Granger. Precisamente esta presencia femenina es quien modula los excesos furibundos del nieto de Matusalén, por cierto, encarnado éste con cierto aire sonado por el ya por entonces veterano Anthony Hopkins.
Ni mucho menos es un producto logrado, pero como he dejado expuesto, presenta varios focos de interés y se sigue bien. No provoca cansancio ni hastío, aunque me parecen demasiados los millones de dólares –algunas fuentes indican que 160- empleados para contarnos esto. Tal vez este proyecto tendría que haber sido encargado al especialista en este tipo de espectáculos Roland Emmerich, pero soy consciente que decir esto a toro pasado es baladí.