No echo de menos la infancia ni la adolescencia. Son terrenos brumosos, más confusos que tristes, en los que las sombras anduvieron rondándome. Pero sí añoro el fogonazo, que me sorprendía muy de vez en cuando, la mayor parte de las veces con un libro entre las manos. Llegaba sutilmente, como una brisa, un murmullo apenas intuido, para dejar paso al resplandor, una cerilla que se prende e ilumina, rápida y fugazmente, una porción de la realidad, una esquina, que se graba para siempre en tu mente, que pasa a ser, sin remedio ni posibilidad de revisión, la verdad. Aquellos fósforos tenían nombres argentinos, que acariciaban la imaginación; ingleses, que la retorcían; alemanes, que te sorprendían; exóticos, que paladeabas; reconocidos, ante los que te rendías; desconocidos, que guardabas como tesoros, esperando encontrar a alguien digno de compartirlos; impronunciables, que acababan siendo otros en un tu memoria; asombrosamente vulgares, de los que te avergonzabas; escondidos… Todos ellos me dejaron manías y pasiones, como el placer de un bocadillo de mortadela, fumar en pipa, el olor de las gabardinas mojadas, el odio a la música y a los forros de plástico.
Los años van espaciando los fogonazos, pero no los hacen desaparecer. Dice, y escribe, Harold Bloom, que todo lo dice y lo escribe muchas veces, que ya con cierta edad sufrió una enorme conmoción cuando descubrió que la figura principal del mundo occidental, la de Jesús, era un personaje literario, que el Jesús real, el que pisó la tierra y se ensució, el que sudó y rio, apenas era una inspiración para aquellos escritores que le dieron vida, que le hicieron de verdad para todos nosotros, lectores, directos o vicarios.
De una manera más prosaica, más basta, repetí yo el proceso de Bloom con el libro de Murray, intrascendente en la forma, desconcertante en el fondo. Si no lo he entendido mal, su propuesta es que bajo la pátina del cristianismo impuesto por la romanización, sobrevive una religión primitiva, esencial, que adora a un dios cornudo. Hadas y brujas son sinónimos, nombres con los que las bautizaron los ganadores, los que dictan la (H)historia, dictadores, pues, hasta que Shakespeare, nada menos que Shakespeare, los separó, con el mágico ritual de escribir Sueño de una noche de verano.
Copié, para usarlos más adelante, no sé aún de qué manera, aquellos pasajes que subrayé, que se corresponde, punto por punto, con el momento en el que se me erizaba el vello. Son piezas de un puzle. Podría ahora, sin duda, terminar mi guión, el que le debo a Morel. El único problema es que no sé si quiero, si merece, siquiera, la pena. Añado, además, en cursiva, algunos apuntes que realicé, cuando las palabras de Murray, que se define como antropóloga y se llamaba Margaret, no me parecieron lo suficientemente explícitas. Agrupo las citas por temas.
Introducción: ideas fuerza
“En el siglo XIII la Iglesia inauguró su prolongado conflicto contra el paganismo en Europa, declarando que la ‘hechicería’ era una ‘secta’, y además herética. Sólo en el siglo XIV se enfrentaron las dos religiones (…) El siglo XV marca las primeras grandes victorias de la Iglesia”.
Dioses con cuernos: paleolítico, Mohenjo Daro (Pasupati), Ur (Asur y Asarté), Egipto (Amón), Alejandro Magno (Dhu’l Karnain, el que tiene dos cuernos), Minos (Minotauro), Grecia (Dionisios), Galia (Cernunnos)…
Robin, Puck y Shakespeare (hadas)
Brujas=hadas. Vestidas de verde o azul, negro y un poco de rojo.
Número de miembros de un coven=13
Importancia del lazo o la cuerda, la orden de la jarretera (Eduardo III y la doncella de Kent). Asesinatos de brujas, especialmente cuando han sido apresadas por la Inquisición, con la cuerda, que dejan al lado para que se sepa.
Adivinación con familiares (animales domésticos o pequeños animales salvajes).
Ceremonias de admisión: la marca (un bocado, un pellizco, un tatuaje…).
Canibalismo
“Si hemos de dar crédito a las acusaciones, no era raro el sacrificio de niños (…) Ocasionalmente, parece que se daba muerte en un rito religioso a un niño muy pequeño (…) Muchas acusaciones contra las brujas incluían el cargo de comer carne de niños. Esto no parece completamente infundado, aunque no hay prueba de que se diera muerte a niños con este propósito. Formas similares de canibalismo como rito religioso eran practicadas por los adoradores de Baco en la antigua Grecia (…) Algunas de las brujas comían deliberadamente la carne de un niño muy pequeño con el propósito de obtener el don de guardar secreto”.
De Lancre: “(…) hicieron una pasta de mijo negro con el hígado seco de un niño no bautizado”.
Forfar: “(…) tomaron diversas partes de él, como los pies, las manos, una parte de la cabeza y una parte de las nalgas, e hicieron con todo ello un pastel para comérselo”.
“En 1695 una de las brujas de Barragan declaró al tribunal que ‘su señor (como lo llamaba) les dio a comer un pedazo de hígado de un niño no bautizado”.
Sacrificios
“El mayor de todos los sacrificios era el del dios mismo”.
“Se encuentra canibalismo ceremonial en muchas partes del mundo, y en todas partes obedece al afán de obtener las cualidades de la persona muerta”.
Reyes falsos, dioses sustitutos: Juana de Arco, Guillermo el Rojo, Gilles de Rais y Tomas Becket.
“Cuando se ofrece el testimonio auténtico de las brujas, y no las generalizaciones de cristianos con prejuicios, no hay duda de que la persona o el animal muertos eran considerados como el dios. En los relatos tradicionales acerca de las hadas se han conservado el ciclo de siete años y el sacrificio humano”.
“En épocas tempranas el dios moribundo o su sustituto eran quemados vivos en presencia de toda la congregación; pero cuando la Europa occidental se hizo más organizada, ya no se pudo permitir semejante ceremonia y la víctima moría a manos del verdugo público. La costumbre de quemar a la bruja no fue invención de la Iglesia, que sólo aprovechó una costumbre ya existente”.
“El significado subyacente del sacrificio de la víctima divina es que el espíritu de Dios se aloja en un ser humano, habitualmente el rey, que así se vuelve dador de fertilidad para todo su reino. Cuando el hombre divino comienza a dar señales de vejez, se le da muerte para que el espíritu de Dios no vaya envejecer y debilitarse también (…)”.